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     Bruno no es el típico chico que te lleva rosas o a comer a un restaurante elegante y fino como Michael. En realidad, es el chico que te lleva a un lugar de comida rápida y se pelea con el chico de la caja porque no venden soda de uva. Tal vez no dea detallista, pero nunca te aburrirás estando cerca de él.

     Estamos sentados a punto de terminar nuestra comida. Bruno intenta hacer una casa con papas fritas. No lo logra pero cada vez que la primera torre cae, la vuelve a acomodar una y otra vez.

     —¿No piensas rendirte? —pregunto controlando la ansiedad que me provoca ver su torre sin equilibrio.

     —No —responde sin despegar la vista de las papas—. Sigo sin entender por qué no venden soda de uva.

     —Tal vez porque eres al único que le gusta.

     —¿Alguna vez la haz probado?

     —No, pero seguro lo haré muy pronto. Mi refrigerador está lleno de ellas.

     Cada semana Bruno me da dinero y pide dos docenas de soda de uva. Le entrego el dinero a Kathe y ella hace la compra sin juzgar o sospechar de mi pedido.

     Una chica de cabello rubio rizado se acerca a nuestra mesa moviendo su melena al compás del aire.

     —¿Bruno? —pregunta con descaro como si no lo hubiera visto desde antes.

     —Taylor, hola.

     —¿No interrumpo algo?

     —Oh no. Taylor, ella es Clea, una amiga.

     ¿Amiga? ¿Enserio? Creo que Bruno y yo somos compatibles por nuestros arranques de ira. Si el no golpeó al chico de la caja, yo lo golpearé a él y a su querida amiga, pero nadie se va de aquí sin un ojo morado.

     —Clea, ella me ayudó a escoger tu collar.

     —Espero haber hecho un gran trabajo. Pocos chicos románticos entran a la tienda en la que trabajo por lo que no tengo mucha experiencia.

     —Lo hiciste —respondo tratando de controlar mi enojo.

     —¡Me alegro! Bruno, estoy feliz de encontrarte de nuevo, pensé que me llamarías pero nunca lo hiciste.

     Bruno se estremece ante el contacto de la sucia mano de Taylor en su hombro. Se encoge en su silla y toma un sorbo de soda antes de responder.

     Comienzo a creer que las chicas no son el problema, en realidad son libres de coquetear y están en todo su derecho de sentirse atraídas por Bruno. Por otro lado, Bruno es el que tiene un «compromiso» conmigo.

     —El papel con tu número se extravió —se justifica.

     —Es una mala noticia. Sabes en donde encontrarme. Fue un placer Clea.

     —Adiós Taylor.

     Ella se va sin recibir alguna despedida por parte de Bruno.

     —No es lo que piensas.

     —No tengo nada que pensar. Mi venganza está en tu hamburguesa, no dudo que el chico de la caja haya escupido en ella.

     —¿Lo viste?

     Rio. —Está bien Bruno, no soy rubia o de ojos azules. Eres soltero, puedes hacer lo que quieras —digo con tranquilidad.

     Se mantiene callado, no puede protestar. Mi argumento es sólido en todos los aspectos.

     Juega con el pitillo de mi malteada, recorre las mangas de su jersey dejando expuestas las atractivas venas de sus manos.

     —Tu madre me dijo que es normal.

     —¿Qué?

     —El coquetear. Lo haces para encontrar a la chica de tus sueños.

     —Ya no lo hago —aclara.

     —¿Por qué?

     —Ya la encontré, y se encuentra en este lugar.

     Mi mente solo piensa: ¡Soy yo! ¡Soy yo! ¡Carajo, soy yo!

     —Es ella —termina de hablar y señala discretamente a una mujer mayor a sesenta años de edad sentada a dos mesas detrás de mí—. Le pediré una cita.

     Estalló en risas.

     —Te daré veinte dólares si lo haces.

     —¿Enserio?

     —Sí —respondo con seguridad creyendo que no se atreverá a hacerlo.

     Bruno se levanta y sin dudarlo dos veces se sienta enfrente de la mujer. Tarda algunos minutos y regresa.

     —¿Y?

     —Dijo que tiene que cuidar a sus nietos.

     —No eres tan irresistible como pensabas.

     Desbloquea su celular y me enseña una dirección anotada en su bloc de notas.

     —Tal vez, pero también dijo que podía buscarla esta noche para cenar.

     —¡Oh por Dios! —exclamo entre risas. Busco los veinte dólares en el bolsillo principal de mi mochila y se los entrego—. Te los mereces.

     —Gracias —dice y los toma.

     Los dos volteamos a ver a la mujer y esta le guiña un ojo a Bruno.

     —No me quiero reír por educación —digo mientras cubro mi boca con una servilleta.


    

    

Deseo a BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora