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     —¿No dirás nada?

     Bruno ve las noticias nocturnas en la televisión de la sala. Pensé que mi tarde a solas con él sería diferente. Algo mas divertido. Después de la charla con Ivan tomó una actitud muy diferente. ¿Qué estoy diciendo? Es la actitud de siempre.

     —Dime algo.

     —Algo —responde sin despegar la vista del televisor.

     Pongo los ojos en blanco. ¿En verdad merezco esto?

     —¿Haz cometido algún error? —pregunto.

     Mi mirada está en el techo y mis manos apretando uno de los cojines enterrando mis uñas con fuerza. Pienso en decir lo que realmente siento pero será una manera más de subir su ego.

     —No, soy perfecto.

     Voltea y me mira de arriba hacia abajo. ¿Me está juzgando con la mirada? Sí, lo hace.

     —Conozco uno. Lo cometiste hace muchos años, el cual causó tu muerte. No te juzgo. Al contrario. Hice hasta lo imposible por corregirlo.

     —¡Lo sé! ¿Esperas que te agradezca cada segundo por eso?

     —¿Qué mas quieres de mí, Bruno? ¿Hacerme sentir mal? Lo lograste, soy una maldita mentirosa.

     —Me alegra que lo reconozcas.

     Mi pecho sube y baja. Estoy realmente enojada e indignada. Nunca conocí a una persona tan egoísta y egocéntrica. Excepto por Salma, pero sé que su amor por mí es sincero.

     —Quiero que las cosas entre nosotros estén bien.

     ¡Basta Clea! No pierdas tu dignididad. Es algo poco probable. Detenerme hasta que las cosas se solucionen es mi única opción ahora.

     —Nunca lo han estado —responde. Su rostro carece de todo tipo de expresión facial—. No puedo creer lo que hiciste.

     ¿Enserio le toma tanta importancia? El querer saber la verdad no es ningún tipo de pecado. Tal vez cometí el error de besarme con su hermano y de buscar a su madre. En mi defensa, no nací con un papel pegado en la frente diciendo: «Toda tu vida tendrá relación con tu futuro amigo imaginario». Aunque, después de saber la conexión tan grande que tenía con él, era más que obvio.

     Se levanta dispuesto a subir las escaleras. Mi mente piensa una y otra vez lo que estoy a punto de decir, no me detengo como lo haría en otra ocasión, así que abro la boca y confieso:

     —Te amo Bruno.

     Escucho como se detiene. Su respiración se vuelve más rápida y apuesto que la mía igual.

     —No deberías hacerlo.

     Sus palabras son frías pero inseguras. Tiene miedo. No logro descifrar a qué. Mi madre dice que los hombres no piensan antes de hablar. Espero y tenga razón.

     Se escucha el coche de Thomas entrar al garaje. Minutos después, los dos entran a la casa. Tienen la costumbre de no entrar por la puerta que conecta al garaje con la casa, en vez de eso, salen y entran por la puerta principal. Loco, lo sé, pero ya me acostumbré.

     —Por tu estado de ánimo, lo lograste —aseguro.

     Kathe da pequeños brincos, parecidos a los que da una niña de cinco años al ver su regalo de Navidad.

     —¡Les encantó!

     Me levanto y la abrazo. Su bufanda impide que mi cuello sobrepase su hombro, haciendo el abrazo un poco incómodo.

     —Que linda Thomas, quiere llorar de la emoción.

     Rio mentalmente. La verdadera razón de mi tristeza es Bruno. No puedo decirle a mi madre que quiero llorar por un hombre, me mataría o sería la segunda mayor decepción de su vida. El lema de mamá es: « Llorar por un hombre es de débiles, y tú, no lo eres y nunca lo serás». Debí de haber deseado la fortaleza de mamá. Hubiera sido la mejor inversión para mi vida.

     —Pediremos mi pizza favorita para festejar. ¿Nos acompañas?

     —Prefiero que sea algo entre ustedes dos —respondo al recordar que tengo un problema que solucionar—. Nosotras tenemos más tiempo para hacerlo.

     Ella me da la razón y yo aprovecho a subir a mi habitación. Bruno está acostado, su cuerpo se recarga en su brazo derecho y tiene una almohada cubriendo su cabeza. Me siento en el borde de la cama recargando mis manos en esta.

     —Lo siento —dice al sentir el peso de mi cuerpo a un lado de él.

     —No importa.

     —¡Claro que sí!

     Se levanta y la almohada cae dramáticamente al suelo. Mi mente trata de no imaginar una cara en ella gritando: « ¡Ayudaaa!».

     —Bruno, ya pasó. Digo cosas que no debería decir para solucionar los problemas.

     —¿Entonces no me amas?

     —No. Te tengo un gran cariño y tal vez me gusta tu físico. –Ríe y sus mejillas se tornan rojizas–. Amar es una palabra muy fuerte.

     —Gracias por hacerme sentir mejor.

     Pienso que estas palabras las necesito yo, no él. Pasaré mucho tiempo a su lado, vivirá en mi armario, usará mi baño y lo más importante: tiene acceso a mi cepillo de dientes. Si estamos mal, puede limpiar el inodoro con el.

     —No es nada.

     Se vuelve a acostar en la cama, esta vez recarga su cabeza el respaldo.

     —¿Puedes recoger a Tyron?

     —¿Tyron?

     —La almohada que tiraste por accidente —respondo.

     Él se asoma al suelo y lo levanta, lo pone encima de su estomago para observarlo mejor.

     —¿Le pones nombres a tus almohadas?

     En realidad, el nombre se lo asignó la hermana de Salma, dice que se parece a un personaje de su caricatura favorita (el cual se llama así) y tiene que tener su nombre. Tyron no tiene cara, solo es cuadrado y de un bonito color gris, pero la pequeña niña tiene una gran imaginación.

     —No fui yo. —Me mira sin poder creer mis palabras—. Enserio.

     El ríe. Su hermosa sonrisa podría matar a cuarenta chicas a la vez (metafóricamente) y el no se daría cuenta ya que es normal. Siempre ha sido un chico atractivo, todo es fácil en su vida gracias a eso.

     —Te creo.

     Comienza a moverlo de un lado a otro, se ríe cuando lo hace. No puedo juzgarlo, yo hablaba con él cuando Bruno no estaba. Tyron es un regalo de Richard, me lo dio cuando cumplí dieciséis, fue un gran regalo ya que todas mis almohadas, incluyendo la cama, se quemaron un día antes de la fiesta por un corto circuito provocado por las luces que adornaban mi habitación. Nunca aprendí de esa lección, tengo nuevas luces decorativas, sostienen fotografías de Chard, Salma y yo capturadas en nuestras tantas aventuras. También tengo nueva cama, aunque no hace falta decirlo, ya se sabe.
    


   

    

Deseo a BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora