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     —¡Noah! —grito. No duda en voltear al escuchar mi voz. Tiene un cabestrillo en el brazo izquierdo y algunas raspaduras en el rostro—. Supe lo que pasó. Traté de llamarte pero nunca respondiste.

     —Lo siento. Lo último que quería ver era el celular.

     —Sí, lo entiendo. ¿Fue lo que todos dicen? —Me atrevo a preguntar y a señalar su brazo con la mirada.

     —Un idiota que no supo cuando el semáforo estaba en rojo.

     —¿Qué pasó con él?

     —Se rompió el brazo —responde divertido. Quiero evitar reír pero no lo logro.

     —Pensé que después de lo sucedido en clase de Joshua no querrías verme.

     —Tengo que admitirlo, me esperé lo de Bruno pero jamás lo de su hermano.

     —Fue hace cuatro años. Lo conocí en un campamento sin saber que eran hermanos —explico un poco avergonzada.

     —Ahora todo cobra sentido.

     —Lo sé.

     El timbre para la próxima clase suena en todos los pasillos. Es un sonido molesto y más por su significado.

     —¿Puedo acompañarte? —pregunta nervioso.

     Accedo. Comenzamos a caminar. En ocasiones Noah toca su brazo y hace gestos de dolor.

     —¿Es incómodo?

     —Un poco, pero tendré que acostumbrarme.

     Bruno pasa a un lado de nosotros junto con Michael. Al estar más lejos voltea a vernos, no parece muy feliz pero aún así decide sonreír. Es un sonrisa que quisieras ver todos los días. Despertar por las mañanas y ver su rostro deslumbrante a un lado de ti. En las veces que ha dormido conmigo no he tenido la oportunidad de verlo en esas circunstancias.

     —¿Están saliendo?

     Le explico lo que hago con todos, solo que en esta ocasión uso la frase: «No es él, soy yo». Lo único que impide que Bruno y yo comencemos un noviazgo es su terrible y absurda indecisión.

     —Llegamos —avisa y nos detenemos enfrente del salón. Puedo escuchar a Charlie hablar con los alumnos.

     —Gracias por traerme.

     —Mientras no necesite usar mi licencia de conducir, lo haré las veces que quieras —comenta en forma de respuesta.

     ¿Por qué es tan lindo? Noah debe de ser el típico chico mujeriego, no concentrarse en una chica que lo rechaza de una manera indirecta. Salma tiene razón, los hombres se vuelven patanes por mujeres como yo: tontas y ciegas.

     Agradezco de nuevo y entro.

     —Llegas justo a tiempo Clea —Charlie me detiene y me posa enfrente de la clase—. Cierra los ojos.

     Sin confiar mucho, lo hago.

     —Ahora imagina que estás en tu lugar favorito con tu persona favorita.

     Sonrió al imaginarme junto Bruno en la playa.

     —¡Te lo dije! —grita haciéndome sobresaltar—. Puedes sentarte.

     —Creo que merezco una explicación —digo mientras me siento y acomodo mis cosas.

     —Sean apostó su calificación a que no se puede sentir algo cuando piensas esas dos cosas —explica.

Deseo a BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora