2- El secuestro

292 36 28
                                    

Me encontraba arrodillada sobre el césped empapado, la brisa de invierno revolvía mis cabellos y me erizaba la piel

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me encontraba arrodillada sobre el césped empapado, la brisa de invierno revolvía mis cabellos y me erizaba la piel. Cuando levanté la vista vi una sombra en lo alto de la colina. Era el cuerpo de una mujer, con los cabellos largos y negros que se enredaban en su torso como una fina cortina de seda, y su piel blanca resplandecía con la palidez del sol. Luego pasaba a ser la sombra de un hombre y volvía a deformarse una y otra vez.

Algo en ella me gritaba que la siguiera, que subiese la colina y me aferrase a sus pequeñas manos que colgaban a sus lados. No podía ver su rostro, pero aún así, me arrastré por el suelo demasiado cansada para levantarme.

Cada vez que me adelantaba la sombra parecía estar más lejos y se desvanecía en el viento, convirtiéndose en una nube negra.

Solté un grito de impotencia por no poder alcanzarla y pequeñas gotas de sangre se transportaron en el aire, manaban desde las manos de aquella mujer u hombre e iban a parar a mi cuerpo.

Como si yo estuviese absorbiendole .

Cuando el teléfono sonó de repente pegué una sacudida en el sofá. Todo había sido un sueño.

Quedé unos segundos aturdida observando el desplazamiento de las sombras que habían cubierto la pared al salir el sol. Era un número desconocido quien llamaba desde el móvil descartable y no dudé en contestar en cuanto recordé el aviso del registro.

- ¿Señorita Émory Wester?- preguntó la voz de quien supuse era una secretaria.

- Habla con ella.

- Le informamos que las pruebas de sangre han resultado positivas y debe ingresar de inmediato en la clínica para hacer más análisis.

La noticia me tomó por sorpresa, creí que podría ir con más tiempo.

- Espere...- la persona al otro lado cortó la llamada sin más y dejé enfadada el teléfono sobre la mesa.

Una hora más tarde me encontraba caminando cerca de la playa con el pelo empapado y la mejor ropa que había encontrado; unos pantalones de tela vieja, una camiseta polar y la vieja chaqueta camuflada que utilizaba mi padre cuando era militar.

Doblé en Main Street, donde se encontraba el negocio en el cual trabajaba y seguramente Audrey estuviese allí preparado la comida muy atareada, pero no tenía tiempo para pasar a contarle o pedir que me acompañase.

La isla estaba rodeada de muros, solo los privilegiados podían ver qué había más allá. Las calles eran largas y el pavimento terminaba justo en la zona donde yo vivía, dejando lugar al pasto chamuscado. Pasé junto a algunos toldos empapados sobra las veredas y seguí caminando bajo el cielo grisáceo y contaminado.

A medio camino, pasado el edificio de registros, llegué a una construcción de ladrillos con espalderas cubiertas de hiedra en las fachadas. En el césped bien cortado-como todo lo que había en el centro- se alzaba un cartel que proclamaba que aquello era la clínica de los asignados.

ÉMORY: cuando los monstruos gritanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora