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El inicio de todo

La respiración de la joven era un torbellino de pánico, sus dedos se aferraban a la daga con una desesperación que hacía temblar el acero. El eco de su corazón palpitante era un tambor sordo en sus oídos, un recordatorio cruel de que su existencia era un error, una afrenta a la ley no escrita que dictaba que nadie con su sangre debía caminar sobre esta tierra.

—¡Por aquí! —El grito rasgó la quietud, seguido por el sonido de la persecución sobre la tierra suelta. Las huellas eran diminutas, las de una niña de apenas doce años—. ¡Sigan las huellas!

—¡No paren hasta encontrarla! ¡El sacrificio debe proseguir!

—¡Entendido!

Las voces se entremezclaban con el parpadeo frenético de las luces, que danzaban sobre el almacén donde se ocultaba la pequeña. Pero entonces, como si el tiempo se hubiera congelado, todo se silenció. Con cautela, la niña se asomó por un orificio en la madera carcomida, encontrándose con unos ojos de un carmesí profundo que escrutaban el entorno con desdén.

No podía verlo todo, pero la figura central estaba rodeada por un mar carmesí, el resultado de una masacre sin nombre. Levantó su mano, una invitación macabra para que las criaturas del bosque se dieran un festín.

—No te he salvado la vida —dijo él, fijando su mirada en ella, lo que la hizo retroceder instintivamente—. Todo tiene un precio.

El susto de ver la puerta abrirse de golpe aceleró el pulso de la historia, y el trauma de aquel encuentro marcó a la niña de tal manera que ni siquiera podía recordar lo sucedido esa noche.

Cuatro años habían pasado como un suspiro en el viento. Un anciano, cuya espalda se curvaba bajo el peso del tiempo, arrastraba un carro cargado de madera. A su lado, una joven de 16 años, conocida por los lugareños como _____ [T/A], empujaba con todas sus fuerzas. Las miradas de desprecio llovían sobre ella, observando su figura cubierta de sudor, su cabello largo y desordenado, y las cicatrices que marcaban su piel como un mapa de sufrimiento.

Ella no era libre.

Los niños del pueblo, con la crueldad inocente que solo los jóvenes poseen, corrían frente a ella, lanzando insultos que se clavaban como espinas. ______ apretó los dientes, su orgullo herido, pero no se detuvo. Su "dueño", el anciano, permanecía impasible, reforzando la amarga verdad que ella había aprendido a aceptar: no era más que basura a los ojos del mundo.

Pero había algo más en su vida, una misión que le había sido impuesta: convertirse en la cazadora de demonios más formidable que jamás hubiera existido. El anciano le había dado refugio y sustento, y a cambio, ella debía entrenar con una dedicación feroz. Solo así podría ganarse el afecto y la estima que tanto deseaba.

—No hagas caso a sus palabras —dijo el anciano mientras acomodaba las maderas y le lanzaba una espada de madera.

—Nunca les presté atención —respondió ______ con un tono que rozaba el desdén. La respuesta fue un golpe en la cabeza con una escoba.

—¡Soy tu abuelo, no me hables así!

Con una mirada esquiva, ______ tomó la espada y salió de la cabaña para entrenar en soledad. Cada golpe al maniquí era un grito silencioso, una liberación de la ira contenida. Aunque sus movimientos aún eran torpes, la determinación brillaba en sus ojos.

Exhausta, cayó al suelo, su aliento luchando por volver a su ritmo normal. Entonces, sus ojos se posaron en la guadaña que yacía a su lado, la misma que el anciano usaba para cuidar su huerto. Con un esfuerzo titánico, se levantó y enfrentó al maniquí una vez más, esta vez con la guadaña en mano.

Luna de Amor | Tanjiro Kamado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora