Capítulo 4.

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Bash.

Sentí mis manos picar ante el deseo de fumar otro de mis «cigarros especiales», como los llamaba Hope. Las ganas estaban ahí y mi garganta lo aclamaba, pero ella me había pedido que por hoy no lo hiciera hasta al menos salir del lugar al que estábamos yendo, y claro, como un idiota prometí que lo intentaría, pero joder me estaba costando vida y media contenerme. No sabía cuál sería nuestro destino puesto que lo que el huracán revoltoso me había dicho no había tenido sentido para mí.

―¿A dónde vamos, huracán? ―pregunté bajando las escaleras que me había obligado a usar.

―A un lugar lleno de personas grandiosas. Sonrió.

―¿Dónde?

―Ya lo verás, chico de azul. ―Sonrió al verme vestido de azul y no de negro.

Hace unos días me había llevado a comprar a algunas tiendas, y por falta de costumbre me sentí incómodo y observado por las tenderas, pero admito que había disfrutado ese rato con ella y que había reído como hacía mucho no lo había hecho. Además, parte de mi rendición ante ello tuvo que ver con que dijo que, si no me compraba nada, ella lo haría y tras ver la cantidad de colores, estampados y detalles llamativos con los que se vestía, prefería no confiarle mi armario. Aunque en ella lucía todo muy bien, no creía que en mí sucediera lo mismo.

Hope era un soplo de aire fresco, un huracán de cosas positivas que hacía ver que todo valía la pena, que todo estaría bien y que lo malo pasaría, aunque no fuera siempre así, ella lo decía con tanta convicción que incluso resultaba creíble. Era una de las pocas personas que había conocido y no me había juzgado en lo absoluto por ser lo que era, porque así era ella. Lo comprendía o trataba de comprenderlo todo, siempre te ofrecía una sonrisa sincera y reconfortante que nunca se esfumaba, ni siquiera cuando sus peculiares ojos con heterocromía aparentaban tristeza. Un detalle que había notado, algo la ponía triste y aunque no estuviera siempre y solo aparecía de forma fugaz, lo había visto aun cuando tenía pocos días de conocerla. Pero en mi defensa, ella era tan curiosa que me había encontrado siendo muy observador y detallista.

¿Qué ocultabas, huracán?

Cuando vi por la ventanilla divisé... ¿un hospital?, ¿qué hacíamos en un hospital?, ¿qué podía haber de buena vibra en ese lugar?, un lugar donde moría tanta gente casi cada día y miles de familias sufrían. Un lugar lleno de malos recuerdos para mí.

―Vamos ―anunció con su sonrisa característica y se bajó una vez estacionó en el parking.

―¿Por qué vinimos al hospital?

Me ignoró de manera olímpica y siguió caminando hasta la entrada, suspiré volteando los ojos mientras intentaba ignorar los escalofríos que me traían los recuerdos.

―Sígueme, curioso. ―Me agarró la mano y me sorprendió lo suave y cálida que se sentía contra la mía. Era... reconfortante.

Alcé la vista hacia su rostro y me encontré un tierno y casi imperceptible sonrojo en sus mejillas que me sorprendió para bien. Se aclaró la garganta.

―Ven, nos esperan.

En la recepción había una doctora algo mayor con cabello canoso, lentes y bata blanca leyendo una carpeta en sus manos, que al ver a la chica de cabello colorido sonrió con dulzura.

―Hope, ¿vienes a verlos? ―La abrazó tras asentir.

―Hola, Layla. ―Se separaron―. ¿Cómo está Adam? ―preguntó.

¿Quién era Adam?

―Oh, bueno ya sabes feliz porque su mejor amiga recuperó parte de su memoria. ―Sonrió―. Ahora están saliendo mucho en grupo y eso, la universidad los tiene agotados, Josh te manda saludos.

Mi única razón para vivir {R. #1}✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora