CAPÍTULO XXVII

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Volví a trabajar al otro día, todavía furiosa por la conversación que había tenido con SeokJin.

Me ponía aún más furiosa saber que todo lo que me había dicho era cierto.

Bueno, que sea feliz con la nueva pasante, que parece que ésas son su debilidad.

Trataba de excusar mi estúpido comportamiento pensando así.
Trataba de calmar mis pensamientos de una forma lamentable.

Se hicieron las ocho de la noche y preparé todo para irme a mi casa pero, antes de salir de la empresa, escuché a dos personas hablando entre ellas en la recepción.
Pude reconocer que una de esas personas, era el mánager de BTS.

No podía distinguir algunas palabras, pero, mientras disminuía el paso, hacía un esfuerzo por escuchar todo. Porque chusma se nace, no se hace.

—Sí, está con fiebre y tiene mucha tos —dijo el mánager en un tono preocupado.

—Ya llamé al médico y me dijo que venía en camino, pero dijo que por el tráfico llegará en una o dos horas —respondió el otro.

—¿Y si lo llevamos al Hospital?

—Él no quiere, prefiere quedarse en la sala hasta que venga el médico.

—Ay, ese SeokJin. Le dijimos que se cuidara. Estuvo todo el día ensayando.

En cuanto escuché el nombre, me paré en seco y caminé disimuladamente hacia la recepcionista.

—Disculpe, ¿me podría decir dónde se encuentra la sala de descanso de BTS? —la mujer me miró desconfiada, pero le sonreí dulcemente y proseguí—. Soy parte del Staff, ¿ve? —le mostré la credencial que colgaba de mi cuello, y rápidamente se la quité de la vista para que no leyera que allí decía el nombre de otro grupo de Kpop.

—Piso dieciséis, a la derecha —indicó mirando su ordenador.

Le agradecí y apresuré el paso antes de que se diera cuenta de algo. Subí al ascensor y me pregunté porqué estaba haciendo todo eso.

No lo sabía a ciencia cierta, pero en mi mente sólo pasaba que quería asegurarme de que SeokJin estuviera bien.

Llegué al piso, y doblé a la derecha como me había indicado la recepcionista.

Me asomé por la ventana de la sala, y pude observar que SeokJin estaba allí, acostado en el sofá boca arriba, con un paño húmedo en su frente.

Me partía el alma verlo así. Por tanto, salí de la empresa apresuradamente, y fui a una farmacia a comprarle medicamentos. En el camino, también pasé por un almacén, y compré sopa instantánea y unos chocolates.

Pero esta vez, cuando llegué al piso y entré a la sala, me encontré con la sorpresa de que él ya no estaba ahí.

Pensé que seguramente ya se había ido a su casa a descansar.
Já, y yo haciendo todo esto por él.

Ya no éramos nada, y no tenía que preocuparme por él, ¿verdad?

Entonces, ¿por que hacía todo esto?
Me sentía un poco estúpida. O bueno, bastante estúpida.

Mientras todo eso pasaba por mi mente, alguien salió del pequeño baño que estaba a la derecha de la sala.

—¿Q-qué haces aquí? —me preguntó cerrando la puerta del baño, con una cara tan sorprendida como la mía.

Mi corazón me dolía, en parte de felicidad porque él seguía allí, y en parte porque en su cara podía ver lo mal que se sentía.

—Ah... me enteré de que estabas aquí y te traje esto. Son medicamentos, y esto es sopa —dejé las bolsas en una pequeña mesa que estaba junto al sofá—. Acuéstate, yo prepararé todo.

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