El anciano rey de Inglaterra ya no era más que la sombra demacrada y borracha de aquel alto guerrero que Katniss recordaba. Las conquistas y los torneos reales de Eduardo III brillaban como gemas entre los recuerdos de su niñez, recubiertas de lustre, brillo acerado y deslumbrante majestuosidad: el rojo y oro de su padre resplandeciendo entre los demás colores, las chispas que saltaban de su yelmo tras un fuerte golpe; los dedos de su madre que apretaban un instante la mano de Katniss.
El rey Eduardo tomó un largo sorbo de vino, pero dejó rápidamente la copa a un lado e hizo una seña al criado que estaba detrás de su asiento cuando Katniss entró en los aposentos reales. La cabellera gris del rey caía en desorden sobre aquellos anchos hombros que en otros tiempos habían estado cubiertos por la armadura, y el crecido bigote se confundía con sus luengas barbas. Tenía la nariz y las mejillas enrojecidas por el exceso de bebida, pero su postura sobre el asiento seguía siendo majestuosa.
Un día en Londres había sido más que suficiente para que Katniss descubriese que era esclavo de su amante, una mujer elegante con una figura que Katniss entendió perfectamente que sedujera hasta tal punto. Nadie se acercaba al rey sin el consentimiento de la temida y odiada lady Alice, y Katniss no fue una excepción. Alice Perrers entró tras en ella en el aposento, pisándole los talones.
—Os traigo a alguien que os agradará, amado mío —dijo lady Alice arrebatándole al criado la copa de las manos. Se inclinó sobre el rey y depositó un beso en su frente mientras le servía más vino. Él sonrió con aire soñador al ver tan próximo aquel abundante pecho que se cernía sobre su rostro—. Aquí esta lady Katniss, la hija de lord Richard de Bowland, que Dios tenga en su gloria. Trae regalos para vos, y cartas de Burdeos. Es el duque quien os escribe.
—¿Juan? —Los ojos del rey se iluminaron. Alargó las manos, con dedos temblorosos.
Katniss le hizo una profunda reverencia. Se irguió y dirigió a lady Alice una mirada cargada de significado antes de aproximarse a entregar sus ofrendas.
La amante real había aumentado su poder oficioso hasta tal punto que, según se decía, llegaba incluso a sentarse en los tribunales de justicia y a amenazar a los jueces. Pero Katniss sabía jugar a aquel juego. Había colmado de elogios y regalos a aquella persona excesivamente madura y opulenta, a la vez que le había dado a entender que los intereses de ambas eran totalmente compatibles. Lady Alice no tenía el menor deseo de que ningún hombre poderoso, especialmente alguien como Juan de Gante, duque de Lancaster, contrajera matrimonio con Katniss y, con la unión de las inmensas posesiones de ambos, formase unos dominios que pusiesen en peligro los del rey.
Katniss tampoco sentía el menor interés en casarse con un hombre así, le había asegurado a lady Alice. No ambicionaba otra cosa que la herencia de su padre. Su mayor deseo era pagar sus impuestos al rey para que este se enriqueciera y pudiese ser aún más generoso a la hora de colmar de regalos a sus favoritos. Como muestra de su buena voluntad, la propia Katniss haría un generoso obsequio a los íntimos del rey en el momento en el que le consiguiesen una audiencia privada.
Por supuesto, si era imposible una audiencia en privado, si lady Alice no confiaba en su nueva amiga, la desilusión de Katniss sería tan inmensa que, mucho se temía, se vería obligada a volver ignominiosamente a Aquitania, donde su gracioso señor el duque la había hecho objeto de unas atenciones de lo más halagadoras.
Lady Alice dirigió una breve sonrisa a Katniss al enderezarse tras haberse inclinado sobre el rey. Tras muchas caricias y un sinfín de palabras cariñosas, hizo gesto de retirarse. Él le retuvo la mano de una manera que resultó lamentable y fatua, pero cuando por fin ella se marchó y lo dejó en compañía de tan solo el chambelán (uno de los hombres de Alice), y del sirviente, Eduardo dio la impresión de olvidarse de ella; se echó hacia delante y mostró su ansiedad por recibir la carta de su hijo.
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Por ella
Historical FictionUna promesa que estaba más que dispuesto a cumplir, por él, por el amor, pero sobre todo POR ELLA.