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—Cuéntame —dijo Katniss en italiano, como sin darle importancia—. Según aprecio, estás de lo más orgulloso de tu astucia.

Gale Hawthorne se apoyó en la curva de la escalera en espiral, con los brazos cruzados, y le sonrió desde dos escalones por encima de ella. Un último rayo de tenue luz entraba por una tronera.

—El hombre verde es invencible, señora mía —susurró, inclinándose lo máximo que se atrevía teniendo en cuenta que ella sostenía a Gryngolet en el puño—. A vuestro elegante duque de Lancaster mañana le arrancarán las plumas de la cola.

—¿De verdad? ¿Después de que la mitad de sus caballeros se hayan enfrentado a mi pobre... paladín? —Soltó una breve carcajada—. Porque supongo que ese es el título que debo darle.

—No, estáis infravalorando a vuestro caballero, señora. Aquí lo conocen por otro nombre. Él de uno de esos bárbaros de las sagas del norte, Berserka o algo así. —Un elegante estremecimiento recorrió al joven—. Según me han contado es el nombre de un salvaje que se cubre con pieles de animales. Un guerrero que mata con la misma facilidad con la que respira.

—Es Berserker —dijo Katniss mientras miraba pensativa a Gale—. No debes de dar descanso a tus oídos para saber tanto de él. ¿Dónde encontraste a este gran guerrero?

—Pues en los establos, mi señora. Trenzaba las crines de su verde corcel con hilos de plata, mientras se preparaba para luchar en las justas de mañana. Es un caballero extremadamente puro y cortés, muy apreciado por los guerreros comunes. Es retraído y solo frecuenta a soldados de a pie y la capilla, y no tiene devaneos con las damas. Pero cuando le ordenaron representar el papel de unicornio por su color... se me ocurrió llamarlo aparte alteza, y hablarle de vuestros deseos.

—Mis deseos. —Katniss enarcó las cejas.

—Vos deseabais depositar en él vuestros favores en el torneo —respondió Gale con una sonrisa angelical—. ¿O acaso no es así? Pero me temo que él se negó a aceptarlo hasta que lo llevé al salón y lo obligué a miraros. Y, por la Virgen, ojalá pudierais haber visto su rostro.

—¿Qué había en su rostro? —preguntó Katniss, cortante.

Gale echó atrás la cabeza y la apoyó en la curva pared.

—Indiferencia. Y después... —Se interrumpió—. Pero ¿por qué razón iba mi señora a preocuparse de lo que pensaba él? No es más que un bárbaro inglés.

Katniss acarició el pecho de Gryngolet. El halcón relajó los talones e hincó las garras en el guantelete.

Gale no varió su actitud perezosa, pero subió otro escalón.

—Indiferencia, mi señora —dijo con más respeto—, hasta que os vio bien. Y entonces se convirtió en el enamorado estúpido que necesitábamos para disuadir a vuestro duque, aunque lo disimuló bien.

—Supongo que no le habrás hecho ninguna promesa —dijo ella con frialdad.

—Señora, veros es suficiente promesa para un hombre —murmuró Gale—. Yo no le prometí nada, pero no puedo responder por las esperanzas de felicidad que pueda albergar en su mente.

Katniss lo contempló durante largo rato. Era joven y hermoso, oscuro como un demonio y tan bien formado como el Diablo había logrado hacerlo. Gryngolet erizó las plumas, de un blanco puro y sin mácula. Gale miró al halcón una décima de segundo. Solo había tres cosas en este mundo que le infundían terror: el halcón, la peste y su padre. Gryngolet era la única protección con la que contaba Katniss frente a él, ya que ella no tenía poder alguno sobre la plaga, ni tampoco, vive Dios, sobre Gian Hawthorne.

Por ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora