15

241 29 7
                                    

Katniss tuvo la impresión de que todo sucedía en escenas inconexas: la jauría, el viento y la ensenada en medio de la gélida oscuridad y, a continuación, una extraña figura, de largos cabellos y silenciosa, apenas entrevista, un loco del bosque, un salvaje del desierto, un intenso balanceo, agua y una robusta barca; y más y más frío, salpicaduras de agua que la obligaban a arrebujarse en su capa; no tenía a Gryngolet consigo, pero de alguna manera recordaba que no pasaba nada; Peeta se lo había asegurado al preguntárselo; y después las primeras luces del alba, el mundo reducido a un espantoso vaivén de olas y viento.

El miedo al mar, la lasitud y el frío la hicieron estar quieta, acurrucada en el diminuto refugio durante aquella travesía interminable, mientras el loco aquel gritaba órdenes incomprensibles a Peeta y ambos luchaban codo a codo contra el viento y el oleaje, surcaban las aguas, recogían los cabos, utilizaban los remos para remontar unas olas que parecían demasiado grandes para la barca y la llevaban no sabía adonde, aunque tampoco le importaba. Hawk tenía la cabeza tapada por la armadura, las patas atadas y el hocico rozando el fondo.

Cerca del ocaso, amainó el horrible vaivén. Katniss reunió fuerzas para abrir los ojos y salir arrastrándose del pequeño refugio. Miró con ojos empañados y vio una costa que le era desconocida, de aguas cristalinas, bordeada de negros árboles que, por alguna razón, destellaban, y unas montañas que se elevaban tras ellos hasta alturas impresionantes, salpicadas de un blanco espectral.

Recuperó un poco más la conciencia cuando llegaron a tierra. El bote se mecía sobre las olas que rompían en la ensenada resguardada de una pequeña bahía. Tuvieron que desembarcar en un banco de arena que salía de la ensenada; unos árboles colgaban encima y las ramas más bajas casi tocaban el agua. Estaban recubiertas por una capa de hielo transparente que les daba la apariencia de extrañas cascadas blancas sobre un fondo de madera oscura.

Sir Peeta la obligó a apresurarse; la levantó en sus brazos para depositarla en la arena, sin dejar de lanzar repetidas miradas hacia el extremo opuesto de la bahía. El caballo salió con tranquilidad del bote amarrado, como si saltar de la barca y chapotear en el agua fuese algo que hacía la mitad de los días de su vida. Sin abrir boca, el loco del bosque, cuyo aspecto a la luz del día era igual de tosco y salvaje que en la oscuridad, le entregó a Gryngolet metida en una funda de cetrero y alejó el bote con la ayuda de un remo.

Peeta dio una palmada en la grupa del corcel y lo hizo salir al trote por delante de ellos. El caballo corrió hacia los árboles, una silueta pálida en la luz decreciente, que se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.

Katniss miró por encima del hombro y escudriñó con ojos adormilados la otra orilla. A una milla o más de distancia a través de la arena, le pareció divisar unas edificaciones bajas y campos cultivados. Pero Peeta no le dio tiempo a pararse y estudiarlo con calma.

—Son las tierras de la abadía —dijo con un leve tono de desprecio en la voz—. La casa de Saint Mary. No me gustaría que se percataran de nuestra presencia.

—¿Adónde nos dirigimos?

Peeta le sujetó el brazo y la miró a la cara como si fuera a hablarle, y a continuación le propinó un ligero empujón para que echase a andar por delante de él.

—Al bosque —dijo—. Apresúrate, mi dama.

***

Pese a que habían dejado muy atrás, y al otro lado del agua, a la jauría de sabuesos de Torbec, Peeta decidió que montasen de nuevo y no dejó que se tomasen un respiro. Cabalgaron toda la noche, y si dejaron de hacerlo en algún momento Katniss no se enteró. El pobre y sufrido halcón iba seguro en la parte posterior de la silla, metido en la funda de lino de Katniss, con la cabeza cubierta por la caperuza saliendo por un extremo y las patas y la cola por el otro. Katniss se asía a la alta parte trasera de la silla de montar. Se quedaba dormida de continuo y despertaba con un sobresalto cada vez que perdía el equilibrio, hasta que Peeta le dijo:

Por ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora