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Katniss lo abrazó mientras Peeta se dejaba llevar por el dolor. Siguió despierta hasta mucho después de que hubiese dejado de estremecerse con los violentos sollozos que se adueñaron de él. Lloraba como un hombre que ha perdido hijos, familia y futuro. Después se quedó profundamente dormido y, pese a que aquel peso sobre ella casi le impedía respirar, no cesó de acariciarle los cabellos con los dedos.

Se sentía celosa de aquella esposa suya, inconsciente y peligrosa, al ver cómo la lloraba. Pero creía que lo que a Peeta le dolía eran los años perdidos y la imagen distorsionada que de ella había creado al convertirla en una monja pura e inocente. Katniss recordaba a una mujer chillona y ofensiva, orgullosa de sí misma y de sus profecías, y una parte de ella deseaba hacérselo ver así, con minucioso detalle. Sin embargo pensó, un tanto sorprendida de sí misma, que hacer patente su descontento no le importaba tanto si, al quitarle el velo de los ojos, le causaba a él un dolor mayor.

Estar allí a su lado le parecía suficiente. Era algo que le resultaba completamente nuevo por ser él tan distinto a Ligurio, y también a Gale, que con aquella constante tensión había estropeado todas sus noches. Ligurio había sido más delicado, sin urgencia, cortés en el trato con ella. Ahora albergaba la sospecha de que ya estaba enfermo cuando había consumado su matrimonio, tras ir al lecho de ella por primera vez el día de su decimosexto cumpleaños, y en muy raras ocasiones en el transcurso del año siguiente, hasta dejar de hacerlo por completo.

Supuso que ahora se sentía igual que otras mujeres, al tener el cuerpo cálido y pesado de su amante desparramado sobre el suyo, inconsciente y confiado. Mientras que Gale tenía la forma ágil y ligera de un joven imberbe, los hombros y brazos de Peeta eran poderosos, musculosos, su mejilla rugosa le irritaba el pecho desnudo y su pierna era un pesado fardo sobre su muslo. Incluso en el lecho, Gale jamás se despojaba de las calzas, que tenían un relleno para darle la apariencia de estar intacto y presto. Sir Peeta, al contrario, yacía con su amplia espalda desnuda expuesta al frío aire de la noche, y era indudable que estaba entero y era un hombre de verdad, incluso después de haber sollozado y haberse quedado dormido sin salir de ella. Luego, poco a poco, había ido saliendo de su interior hasta que Katniss sintió el extraño contacto de sus partes, llenas de calidez entre los cuerpos de ambos; donde antes había habido dureza, ahora notaba la caricia de una pluma, una presión suave en lugar de una verdadera invasión.

Recorrió aquel cuerpo con sus dedos, y después apretó ligeramente los brazos a su alrededor. Su deseo era que el esperma de aquel hombre hubiese engendrado ya un hijo en su seno; y que el rey...

Que Dios los ayudase, que ni el rey ni la corte se enterasen hasta que ella tuviese tiempo para meditar. Nunca hasta aquel momento tan extraordinario se le había pasado por la mente la idea de celebrar un matrimonio secreto, y con un hombre como aquel. Le resultaba increíble. Ella se habría burlado sin compasión de cualquier otra mujer tan imprudentemente encaprichada con un hombre como para poner todas sus posesiones en tal peligro.

Ni la Iglesia ni la corona pondrían en tela de juicio su derecho a casarse, pero contraer matrimonio sin el permiso del rey, entregar sus tierras vasallas a un hombre sin la aprobación de su dueño y señor, era una ofensa sin precedentes. No habría jurado en el país que diese por bueno su derecho a hacer algo semejante. La verdad era que, a cambio de lo hecho esa noche, podría acabar convertida en una mujer casada pobre.

Seguía sin importarle. Si podía tenerlo a él yaciendo sobre su cuerpo todas las noches de su vida, si podía ser la madre de sus hijos, estaba dispuesta incluso a barrer las cenizas del hogar ella misma.

Enredó los dedos en el cabello de Peeta y se puso a reflexionar. Quizá no fuese algo tan insuperable lo que ella había hecho. Al anciano rey, rendido como estaba a sus pies, podría convencerlo para que acabase sonriéndole, ya que era una mujer débil y loca de amor. No era una unión que amenazase ningún poder ni ninguna prerrogativa real. Al contrario, ofrecía muchas ventajas. Ella jamás había planeado una boda, porque nunca había pensado que le interesase volver a casarse. También era cierto que no había albergado el burdo pensamiento de contraer matrimonio con alguien de inferior categoría, ni de renunciar a su derecho legítimo de negarse a aceptar a un hombre de peor posición que la suya.

Por ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora