Capítulo dos

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Lorelai en multimedia

  Un día mi madre me dijo que el cabello largo para la mujer significaba belleza sofisticada, ella amaba la forma en que caía liso sobre mi espalda, cuando era pequeña me peinaba mucho tiempo a pesar de que ya estaba más que desenredado. Por esa razón le pedí a Anne que me lo cortara.

  Estábamos gritándonos en el cuarto de baño, le había pedido que me rozara los hombros, ella lo cortó ligeramente más... casi a la altura del mentón. Al menos el flequillo le quedó decente, pero no podía dejar sufrir al ver todo mi cabello desparramado en el piso.

— ¿Sabes? Creo que te ves sexy —comentó Anne cuando acabó de cortarlo y me peinó, volteé a verla solo para hacer una mueca. Sonrió.

— No es gracioso.

— Obviamente no lo es —coincidió y salió del baño. Me encargué de meter el cabello en una bolsa y tirarlo a la basura, lo habría donado si se me hubiese ocurrido hacer una coleta con él antes de que Anne lo cortara como una maniática, me recordó mucho a Johnny Deep en esa película gótica donde sus manos eran tijeras y todo el cuento.

  Me di una ducha rápidamente y me vestí mientras temblaba de frío, mi querida amiga —nótese el sarcasmo — no me había advertido sobre el agua, tras cinco minutos de salir caliente comenzaba a caer helada, tuve que enjuagarme el cuerpo de todas formas. Era finales de primavera, ya hacía calor por las tardes, pero las mañanas seguían dejando rocío por lo frías que eran.

  Anne comía cereal con una cuchara sopera directamente de la caja, eso me hizo recordar por qué había decidido no desayunar. Lo que era ligeramente diferente en el entorno era ese chico apoyado en la encimera de la pequeña cocina, estaba bebiendo leche rancia como si de agua se tratara, y ni siquiera se había dignado a tomarla en un vaso. Me miró de reojo cuando me escuchó atravesar la sala en busca de mi mochila con cuadernos, organicé en silencio lo que debía llevar ese día mientras oía a Anne explicarle que me quedaría con ellos.

— Se escapó de casa —. Sí... esa fue toda su explicación.

— Se parece a esa amiga que tienes, la rarita de cabello largo —mencionó él, y me pareció bastante malo que me llamara rarita, pero reconocerme por mi cabello largo solo lo empeoraba. Eso significaba que el corte había funcionado.

— Es ella —Anne pareció realmente divertida cuando giré y vi la expresión de sorpresa en el rostro del chico. Me permití mirarlo con atención mientras me echaba la mochila el hombro. Tenía la piel ligeramente bronceada, en su rostro había pecas esparcidas como un centenar de estrellitas, y sus ojos revelaban una ascendencia asiática. Era muy guapo, comenzando por los labios carnosos y esa expresión de infinita solemnidad que mantenía a pesar de encontrarse sorprendido.

— No creí que un corte hiciera magia —bromeó. La única que se rio fue Anne. Él me sonrió de forma empática —, solo te estoy molestando, no te enfades —se alejó de la encimera y caminó hacia mí, me detuve antes de llegar a la puerta para salir del apartamento. Él sonrió, sus labios carnosos se estiraron de forma elegante... ¿cómo podían unos labios parecer elegantes? No lo sabía realmente, pero era la única palabra que definía la sonrisa que le iluminaba un poco ese inexpresivo semblante que tenía —. Soy Ben —extendió su mano hacia mí. La tomé con desconfianza.

— Lorelai —dije intentando sonreír, pero salió ligeramente mal. Él resopló.

— ¿Lorelai? ¿Y cómo te llaman? ¿Lore? ¿Lai? ¿Lola? —fruncí los labios ante esos absurdos diminutivos.

— ¡Eh! Le pega eso de Lola, ¿qué te parece? —preguntó Anne con mucho ánimo para ser tan temprano. Me encogí de hombros.

— Podría ser peor —dije y pasé por el lado de Ben. Salí del apartamento, sin embargo, antes de cerrar la puerta a mi espalda logré oír al chico asiático preguntarle a Anne por qué me comportaba así de borde.

— Ah, el novio la engañó con su media hermana.

  Qué sutil, Annalise. Muy sutil. 

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  Nací el dos de febrero de mil novecientos noventa y nueve. Tengo veintiún años, casi veintidós. El día que nací fue muy esperado por mi madre, luego de cinco años intentando embarazarse al fin lo había logrado, por supuesto, lo que no esperaba era que justamente en el mismo hospital hubiese dos niñas de apellido Pierce. La excusa de mi padre fue que él necesitaba alguien que heredara su megaempresa, y había tenido miedo a que su esposa fuera infértil así que decidió engañarla y engendrar otro bebé.

  Katy nació trece horas antes que yo. Tal vez fueron las mismas horas que tardó mi padre en darse cuenta que había embarazado a dos mujeres.

  Jamás comprendí cómo mi madre logró perdonarlo, después de todo, papá la engañó y eso debió de sentirse mucho peor a lo que yo sentí cuando encontré a mi novio en la cama con mi media hermana... bueno, tal vez no. Tal vez se sintió igual.

  El recuerdo de haber entrado en la habitación me atormentó incluso en las clases, diseñaba un conjunto de ropa mientras recordaba cada momento desde que abrí la puerta hasta que giré sobre mis pies y me marché en total calma, intentando ignorar a Peter mientras me llamaba y suplicaba que habláramos. Supongo que, de haberlo hecho, lo habría perdonado.

  Patética, lo sé.

  Katy era bellísima, de ojos verde oscuro y cabello marrón a la altura de los pechos; tenía ese tipo de rostro que a todos los chicos les gustaría, el de una niña buena que en realidad se pintaba las uñas de los pies de color rojo. Una chica mala oculta bajo una máscara. Supongo que siempre me odió por ser quien vivió con papá, por ser a la que llevó de vacaciones, por ser la que consiguió dos hermanas menores, por ser la afortunada que obtuvo ambos padres y no solo uno.

  Papá le entregó dinero a la madre de Katy desde siempre, pero jamás existió un contacto estrecho. Era su hija, pero él no era papi para ella, él era papi para mí.

  Que me robara el novio fue caer bajo, supongo.

  Fue una suerte que esa tarde Anne decidiera llevarme a ese lugar donde trabajaba por las tardes, aquella salida me despejó la cabeza luego de pasar un día entero evitando a Peter y Katy.

— No es un trabajo difícil, supongo que podrás con ello —dijo Anne justo antes de entrar en el lugar. De trataba de una especie de club, había un escenario sobre una plataforma de madera, no era demasiado grande pero lo suficiente para mantener una batería y algunos otros instrumentos encima. Había mesas redondas alrededor de todo el lugar, una puerta de baño para damas y otra para caballeros respectivamente, y lo que parecía ser una pista de baile. Pero no lo era.

  Anne se encargó de hablar con el encargado, era un hombre canoso que me echó una mirada de pies a cabeza y le dijo algo como si estuviera dudando. Evité mirarlos demás y giré para ver las paredes, estaban pintadas de negro mientras que las mesas brillaban ante el material con el que estaban hechas.

  Estaría a prueba dos semanas, esa fue la respuesta. Y comenzaba ese mismo día. Sonaba bien, sonó bien. Parecía genial.

  Esa sensación duró solo hasta que me entregaron el uniforme y me lo probé para comprobar que fuera de mi talla. La falta era negra y demasiado corta, la blusa blanca era más un top que debía anudar a un costado, las mallas eran negras y tenían una larga línea vertical en la parte trasera que comenzaban bajo el trasero y terminaban en el talón de mis pies, en fin... ya comprendía por qué Anne había dicho que conseguiría el trabajo.

  No que utilizar tacones, me cedieron un par de converse negras que desentonaban. Yo era una estudiante de diseño de modas, no una mesera. Eso era lo que pensaba mientras me miraba al espejo del baño con las mejillas rojas ante la vergüenza.

  Jamás había utilizado ese tipo de ropa.

  Lo raro era que me gustaba, y no se suponía que lo hiciera.  

  Era extraño y... escalofriante.

El piso 17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora