Capítulo trece

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  Y así fue, señoras y señores, cómo pasé el verano más abrumador de mi vida. ¿Qué se podía hacer con las palabras ya dichas? Nada, solo lidiar con ellas o, en su defecto, ignorarlas.

  Eso hicimos nosotros.

  Nos miramos a la cara, dijimos: olvídalo. Eso fue todo, ignoramos de manera monumental lo que nos dijimos y seguimos trabajando en las grabaciones. A veces hacía mi aparición, hubo uno en el que no lo hice gracias a mi periodo y el insoportable dolor que me atacaba constantemente.

  Anne fue tan amable de darme bananas cada una hora para los calambres uterinos.

  Ok, creo que eso sonó mal.

  Volvimos a nuestro hogar una semana antes de que comenzaran mis clases en la universidad. Necesitaba hacer algunas compras, y con la paga que me habían dado me iría bastante bien hasta que consiguiera un nuevo empleo. Anne me acompañó de compras, jamás las había hecho por mí misma, normalmente era mi madre quien enviaba a una nana para que comprara cierta cantidad de útiles.

  Jackson se encontraba en el apartamento cuando desperté en el sofá, estaba charlando con Ben mientras veían televisión sentados en el piso y con la espalda apoyada en la mesita de centro que se hallaba cubierta con platillos sucios, vasos a medio beber, latas de gaseosas y una que otra cerveza.

  Anne me arrastró fuera del apartamento antes de poder secarme el cabello, fue así como pasamos el día, almorzamos en una pizzería y compramos un colchón para mí, de esa forma podría utilizar la habitación vacía del apartamento. De paso nos llevamos dos cubetas de pintura para las paredes y un tapete.

  Íbamos tan cargadas de cosas cuando llegamos al apartamento que apenas se nos veían los ojos por sobre las bolsas.

— ¿Qué diablos hicieron todo el día? —preguntó Dylan mientras fumaba un cigarrillo en el sofá.

— Hicimos compras. Ya es hora de que Lola duerma en la habitación vacía —afirmó Anne y tiró las bolsas al piso, le di una mirada cargada con resentimiento y me apresuré en dejar todo sobre la encimera de la cocina para recoger lo que ella había dejado caer.

— Sí, y ya que están ustedes aquí podrían ayudarme a pintar las paredes —dije con convicción, se miraron entre ellos. De pronto Ben tenía dolor de cabeza, Dylan se sentía mal por fumar demasiada hierba, Mason tenía algo urgente que hacer y Anne decidió acompañarlo.

  A mí no me engañaban, esos dos tenían algo en secreto.

  Solo quedamos Jack y yo. Me dio una mirada y se acercó para quitarme los cubos de pintura y llevarlos él mismo a la habitación. Lo seguí cargando los rodillos y las brochas que utilizaríamos.

  Cubrimos con papel de periódico el piso y abrió los cubos, el olor de la pintura inundó mi nariz mientras observaba los colores. Blanco, negro y rosa pastel.

— Así que... ¿Cuál es el diseño? —preguntó él mirándome fijamente. Desvié la mirada hacia un lugar lejano, mientras más lejos estuviera de sus ojos menos intimidada me sentía.

— Triángulos gigantes de color negro, otros de rosa, el cielo será blanco —expliqué y me apresuré en ir por la cinta adhesiva extra gruesa para comenzar a marcar los triángulos, ya las movería luego para que no quedaran espacios sin pintar.

  Al principio fue bastante tranquilo, ni él ni yo hablábamos, supongo que tenía miedo a perder a mi mejor amigo, a... a mi todo. Porque todo se reducía a él, había sido imposible no notarlo.

  Cuando lo conocí me sentí abrumada por todo lo que demostraba ser desde el exterior: un hombre —porque no era un chico, él tenía veintitrés años, no diecisiete—con ropa negra, de rostro varonil, con la cabeza rapada, que tenía aros y piercings en su piel, que caminaba con soltura y masculinidad, que miraba a todos como si fueran externos a lo que realmente era importante...

El piso 17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora