Capítulo nueve

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  Las veces que me he peleado con alguien siempre es para proteger a quienes me importan o necesitan de mi ayuda. Había olvidado lo que se siente ser golpeado.

  Me sequé la sangre de los labios y la barbilla antes de tocar a la puerta negra con el número diecisiete, grabado en algún tipo de material brillante. Esperé con paciencia a que alguien abriera, Anne lo hizo.

— Y así es, señores —exclamó ella como si tuviese un público real que la escuchaba— cómo se va a la mierda el que debería ser el mejor día de tu vida —me dio una mirada acusadora y se hizo a un lado para dejarme entrar.

  Volví a secarme la sangre de la barbilla, seguía cayendo y se volvía exasperante. Miré la hora en el viejo aparto redondo de la pared, no estaba seguro de que funcionara correctamente, pero le creí cuando vi que faltaba una hora para la ceremonia de graduación.

— ¿Quién era, Anne...? —Meneé la cabeza al oír a mi persona favorita caminar fuera del cuarto de baño. Sus ojos verde agua se quedaron muy abiertos, más de lo normal, mientras me miraba con sorpresa.

  Le eché una mirada discreta, tenía puesto un vestido color crema que le quedaba como un guante, sus caderas y hombros estrechos la hacían ver elegante siempre. Tenía más pinta de modelo que de diseñadora.

¿Qué-te-pasó? —preguntó y se apresuró en sujetarme la mandíbula, miró mi nariz con los ojos entrecerrados—, ¿porqué sigue sangrando?

— Está bien, vas a mancharte el vestido... —comencé a decir, pero ella no me escuchó. A veces me pregunto si ella fingía o realmente no me escuchaba cuando le hablaba. Tal vez no quería hacerlo.

— Ok, leí que no debes inclinar la cabeza hacia atrás —susurró mientras tomaba papel higiénico, cubrió los orificios de mi nariz mientras hacía presión en el puente de esta. Sus labios con bálsamo labial se aplanaron—, Jackson, respira.

— Me estás cubriendo la nariz —me quejé.

— Tienes boca, tonto —gruñí y cerré los ojos con fastidio. Estuvimos casi cinco minutos sentados en el sofá mientras la hemorragia nasal cesaba, solo entonces me preguntó qué había ocurrido y no supe qué responderle.

— No le caigo bien a todo el mundo —me limité a decir. Con un montón de papel higiénico que metió en un vaso con agua limpió los contornos de mis labios y mi barbilla, desapareciendo cualquier rastro de sangre.

— Sé que no le caes bien a todo el mundo —murmuró. Tras dejar los papeles en la mesilla analizó mi pómulo palpitante—, ¿quién lo hizo?

  Me encogí de hombros.

  No iba a decirle la verdad, ella probablemente me miraría con pena igual que todos y maldeciría un rato para luego decirme que me apoyaría en todo.

  No le diría que mi padre me pegaba cuando se le daba la puta gana.

  Bufé burlándome de esa loca idea y meneé la cabeza con exasperación.

— Iré a buscar un poco de maquillaje, creo que podemos ocultar el golpe —dijo finalmente y se levantó. Permanecí mirándola mientras rebuscaba en su bolso y me pregunté con cierta inquietud cómo era posible que ese exnovio la hubiese engañado con otra cuando ella era tan increíble.

  Mase solía reírse cuando le decía que entre nosotros no había más que una amistad, hasta él sabía que yo no tengo amigas. Pero ella lo era y confiaba mi vida en sus manos a pesar de conocerla hacía un par de meses. Jamás me llegué a preguntar cuál era la razón de nuestra conexión, no debería ser posible que dos personas se quisieran tanto si apenas llevaban dos meses de conocerse.

El piso 17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora