Capítulo uno

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Anne en multimedia

  La vida de muchas vueltas. Supongo que mis padres jamás imaginaron lo que su princesita sería capaz de hacer con tal de escapar de esa burbuja de diamante en la que decidieron encerrarme. Que estuviera corriendo fuera de casa era el comienzo y final; era mi escape.

  El inicio de una aventura, el final de una vida cómoda.

  Las estrellas brillaban sobre mi cabeza mientras metía las maletas en la cajuela de aquel volvo rojo escarlata que Anne tenía, eran testigo de mi fuga y titilaban como si estuvieran guiñándome sin parar, demostrando que estaban de acuerdo con lo que hacía.

— ¿Sabes? Estaba pensando que tal vez deberías dejarles una nota a tus padres —comentó Anne desinteresadamente mientras se aplicaba brillo labial con ayuda del espejo retrovisor. Miré sobre mi hombro y decidí que era una buena idea, pero... ¿qué les pondría en la nota? ¿Debía ponerles que me marchaba, que estaría bien y que no me buscaran? No era algo que yo diría habitualmente, ellos simplemente se volverían locos y llamarían a la policía.

— Les llamaré luego —susurré y me metí en el coche sentándome junto a Anne, ella se encogió de hombros y aceleró antes que pudiera cerrar la puerta de mi costado.

— ¿Y... a dónde se supone que vamos? —no tenía respuesta a esa pregunta, simplemente la había llamado y le dije escuetamente que me recogiera a las tres de la mañana. Vaya momento para huir, pero siempre habíamos bromeado sobre escaparnos de casa a la hora de los muertos.

  Anne no era algo así como una amiga a la que le contaría mis secretos más íntimos, ella normalmente desaparecía de la nada y reaparecía a la semana siguiente ligeramente bronceada y con un orificio nuevo en las orejas, era lo opuesto a mí y tal vez por eso me agradaba, muy en el fondo siempre quise ser como ella.

— ¿Me vas a decir por qué vine a recogerte? —preguntó al fin, sacándome del silencio sepulcral que comenzaba a oprimirme, incluso respiraba con cierta pesadez. Era una mala idea, era una idea horrible, era una estupidez huir de casa. ¿Qué se suponía que haría sola allí fuera? Había dejado en casa todo menos mi ropa y algunas fotografías familiares, me limité a recoger esa cajita donde guardaba la mesada que mis padres me daban cada semana.

— Es que... ya sabes, hoy visité a Peter —dije muy bajito refiriéndome a mi novio... bueno, mi exnovio.

— Ah, el niño bonito que tienes por novio —dijo deteniéndose en un semáforo. No sabía a dónde nos llevaba, pero tampoco me atreví a preguntar.

— Lo encontré con Katy —. El decir eso me produjo cierta sensación de acidez en la garganta, aunque no fue nada comparado con la reacción que tuvo Anne al oírme decirlo. Su cabeza giró en mi dirección lentamente, tenía sus finas cejas rojas muy alzadas y sus ojos redondos me veían con furia ardiente.

— ¿Te engañó ese hijo de la...?

— Anne, no digas groserías —la corté, impidiendo que siguiera con su frase, ella aplanó los labios en respuesta y golpeó el manubrio.

— Te lo dije, ¿te lo dije? ¡Claro que te lo dije! Ese ken no me daba buena espina, desde que lo conocí supe que no era de fiar, ¿te lo dije?

— Sí, me lo dijiste.

— ¡Por supuesto que te lo dije! —Me hundí en el asiento y miré por la ventana mientras la oía maldecir en dos idiomas, su descendencia española le permitía hablar de una forma graciosa y demasiado rápida para mi gusto, sonaba como un trabalenguas lo que, yo suponía, eran palabrotas.

  Condujo sin dejar de parlotear sobre lo arpía que era Katy Pierce, sobre lo mojigata que era yo por aceptar que se rieran en mi cara y no hiciera más que marcharme. Expresó sin mucha fineza lo mucho que habría disfrutado dándole a esa chica un puñetazo en la nariz y una patada en la entrepierna a Peter. Obviamente no dijo "chica", ni "puñetazo", ni "entrepierna". Fueron otras las palabras que utilizó para eso.

  Aparcó a una calle de la universidad, frente a la residencia donde ella vivía con un chico bastante raro que había visto una o dos veces en mi vida. No solía visitar mucho ese pequeño apartamento, normalmente tenía un sutil olor a pies, cigarrillos y pizza, era desagradable pero esa noche podría soportarlo con tal de dormir en un lugar... cálido. Lo podría describir como seguro, pero no tenía la certeza de que lo fuera.

— ¿Qué planeas hacer? —preguntó finalmente tras apagar el motor. La miré de reojo y me encogí de hombros sin saber qué responderle —, me da igual que te quedes aquí, a mi compañero de piso tampoco le importará, pero... ya sabes, tendrás que pagar el alquiler con nosotros.

— Lo sé —susurré.

— ¿Le vas a pedir a tus padres? —preguntó con malicia, y eso me pareció de muy mal gusto por su parte. Bufé y alcé el mentón—, eso debe ser un no. Preguntaré en mi trabajo si tienen un puesto disponible, eres bonita, seguro te aceptan enseguida.

  Bajó del coche, pestañeé un par de veces evaluando lo que había dicho... ¿bonita? ¿Dijo que por ser bonita me aceptarían? ¿Qué tipo de trabajo era ese? Esperaba que no se tratara de un cabaret o algo parecido.

  Me apresuré en ayudarla a cargar una maleta dentro del edificio departamental, el ascensor no era brillante como los que acostumbraba a ver en los hoteles de lujo donde nos hospedábamos cuando papá nos llevaba de vacaciones, sabiamente decidí no tocar nada de él, tenía un sutil olor a vinagre, como si alguien hubiese vomitado dentro. No me habría sorprendido de ser así.

— Puedes dormir en el sofá por ahora, solo hasta que compremos un colchón nuevo —dijo Anne abriendo la puerta número diecisiete cuando salimos del ascensor.

  El apartamento no estaba tan mal, lo había visitado una o dos veces, pero solo había visto la entrada pues prefería no entrar del todo, solo le entregaba los resúmenes de las clases a las que ella faltaba y luego me marchaba apresuradamente, imaginando que podría salir de los demás apartamentos cualquier matón y meterme dentro en contra de mi voluntad.

  Los sofás no eran los más limpios, definitivamente tenían frituras bajo los cojines y manchas de comida, la alfombra guardaba trozos de Cheetos mientras que la mesita de centro sostenía botellas de cerveza y latas de bebida. Olía a pies, pero sonreí de todas formas.

— Gracias por esto, Anne —. Ella me sonrió de vuelta y suspiró.

— Lamento el mal olor, pero Ben se pasea en ropa interior todo el tiempo, y se quita los zapatos cuando se sienta en el sofá... —ambas miramos al sofá más grande —, solo no pongas comida en la mesilla, allí sí que huele fatal.

— Procuraré no olvidarlo.

  Me dejó sola luego de señalar cuál era el baño y advertir que para desayunar solo había cereales y leche no muy fresca en la nevera, además dijo que no tocara por ningún motivo el estante negro cargado con discos de vinilo ubicado en una pared de la sala.

  Solo tuve que quitarme la chaqueta y cubrirme con una manta que me dejó, había huido con pijama de casa, ni siquiera pensé en ponerme algo más. El verano comenzaría en unas semanas, las clases terminarían también y por consecuencia solo faltaría un año para acabar mi carrera de diseño.

  Solo esperaba poder sobrevivir en un mundo donde no sería sobreprotegida por mis padres como hicieron toda mi vida. 

El piso 17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora