Capítulo dieciséis

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— Soy Alex —. El puto Alex, claro. El nene rubio me tendió la mano, di un trago a mi cerveza y sostuve su mirada mientras esperaba a que se diera cuenta que no iba a estrechar mi mano con la de él. Lory le sujetó la muñeca y bajó su brazo con una sonrisa notablemente forzada—. Lorelai siempre está hablando de ti.

— Claro que lo hace —dije fríamente y miré a Dylan, estaba sentado en el sofá del frente mientras se aguantaba la risa. Debía de divertirse a lo grande viéndome sumido en los celos.

— Dice que eres cantante.

— Tiene una voz preciosa —agregó Lory. La miré de reojo, me delató la pequeña sonrisa que se instaló en mi rostro. Gracias a Dios Ben apareció en la sala y se encogió de hombros.

— No quedan cervezas ni cigarrillos, ¿quién irá? —preguntó evaluándonos a todos. Miré a Lory, estaba sentada sobre la pierna del puto Alex. No me agradaba la idea.

— Iré yo. ¿Lory? —la invité a ir conmigo, pareció pensárselo, pero acabó por aceptar. Se puso de pie y salimos del apartamento rápidamente.

— Así que... Alex no te agrada —dijo al fin, y solo pude bufar mientras esperábamos el ascensor.

— ¿No le ves la cara que tiene? Ese hombre solo quiere sexo —. La hice reír, celebré aquello internamente y entramos al ascensor. Lo que no me agradó nada fue su respuesta: y lo tiene.

  ¿Y lo tiene? ¿Eso debería hacerme reír o emputecerme? Porque no me sacó ni una sonrisa. Todo lo que pude hacer fue presionar el botón para bajar a la recepción del edificio.

  Odiaba a ese hombre tanto como la primera canción que compuse. Un asco, pero a fin de cuentas debía tolerarlo por un bien mayor. Si ella era feliz teniéndolo al lado, entonces yo era feliz viéndola.

— Alex estudia periodismo —aseguró ella mientras cruzábamos la calle y comenzábamos a caminar en dirección a la botillería de la esquina.

— Así que... una diseñadora y un periodista. Vaya combinación —susurré mientras buscaba en mis bolsillos el dinero, encontré la billetera en el bolsillo trasero así que seguí caminando con normalidad.

— No creo que duremos demasiado —. La miré con interés—. Nuestra relación está basada en sexo. Si no hay sexo no hay conversación.

— Así que hablan durante el sexo —me reí—, ¿qué se dicen? ¿Le hablas de mi maravillosa voz mientras te la mete? —. Supongo que merecía el golpe que me dio en la nuca. Aunque no parecía sorprendida por lo que había dicho, era así como hablábamos entre nosotros, sin pudor alguno. Y era gracioso hasta cierta medida, era bueno que supiéramos dónde se encontraba la fina línea entre la amistad y la intromisión excesiva.

— Me refiero a que solo charlamos cuando hay sexo. No lo sé, algo como: "¿Qué tal tu día?", él responde "un asco", así que tenemos sexo y se duerme hecho polvo, a veces me duermo yo, pero no me gusta demasiado porque sus pies huelen feo —confesó todo de corrido. Ella a veces me daba demasiada información de sus intimidades, era lo gracioso y tierno que tenía. Recuerdo un día que me gritó porque la hice reír, se presionó el abdomen y chilló que le había bajado la regla seguido de un "por tu culpa ha salido un coágulo, ¿ves? Ahora tendré que ir al baño". Eso fue espeluznante.

  Como hombre que jamás ha tenido una amiga he de confesar que no tenía ni puñetera idea de que a las mujeres les salieran coágulos de sangre. Pobres. Y más encima aguantando abrir las piernas para tener críos como mi padre, o Alex, o el padre de Lory.

— A mí no me huelen los píes —le di un golpecito con mi codo en el brazo, ella sonrió.

— No, pero te echas unos pedos horribles mientras duermes —. Solté una carcajada, eso no era verdad... ¿o sí? Bueno, supongo que incluso Ed Sheeran se tira pedos, y Obama, incluso las Kardashian.

El piso 17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora