Capítulo veinte

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Apolo en multimedia... porque sí

— Prométenos al menos que no te irás de aquí sin antes visitarnos o decirnos algo más que: "toma este sobre y léelo" —repuso Heaven cuando nos encontrábamos frente a la puerta de mi antigua casa. Las luces estaban apagadas a excepción de la sala.

— Prometo venir de vez en cuando a buscarlas para que salgamos —dije con firmeza. Clarissa me abrazó, Heaven sonrió complacida.

  Retrocedí hasta estar junto a Jack, les hice un gesto de despedida mientras las veía entrar en su casa en completa calma. Papá no estaba así que solo las cuidaba nuestra querida nana, esa que fue algo así como nuestra abuela desde que las tres tenemos memoria.

  Clarissa fue la última en entrar. Me dio una mirada mientras se tocaba la gargantilla que les obsequié a ambas, supongo que ella siempre supo lo que mis promesas valían, confió en mí sobre estar pendiente de lo que les ocurriera. La sonrisa que me regaló en aquel momento fue lo más adorable que he visto en mi vida, un pedacito de paraíso en la tierra, es lo que siempre ha sido Clary, mientras que Heaven... bueno, supongo que ella fue el ángel protector que enviaron con el paquete.

— Vaya par de hermanas tienes —dijo Jack cuando comenzamos a caminar de vuelta al apartamento. Metí mis manos en los bolsillos de la chaqueta mientras miraba al piso y lo oía exhalar el humo del cigarrillo que poco a poco se consumía entre sus labios.

— Quisiera poder decirles que no son hijas de... —torcí los labios—... Frederic —. Jamás lo había llamado por su nombre, pero se sentía mejor hacerlo, lo sentía correcto y necesario. Llamarlo papá me hacía sentirme ligeramente idiota.

— Supongo que todos merecemos un poco de verdad en nuestras vidas —susurró él con infinita calma. Sonreí lentamente mientras comenzábamos a girar en la esquina que nos llevaría a la calle del apartamento, le sujeté el codo con firmeza.

— Me avergüenza decir esto, pero traje el regalo porque no deseaba que nadie más lo viera aún —dije mirándolo con inquietud, él tiró el cigarrillo y sonrió misteriosamente.

­— ¿Qué tendrá mi chica linda escondido en ese bolsillo? —Preguntó de manera juguetona. Reprimí una mueca—. Mira eso, suena bien —susurró—: ¿Qué esconderá mi chica linda tras esa sonrisa? ¿Será que planea seguir robándome el corazón? Vamos a ver cómo nos va esta vez, tal vez me permita pasar a segunda base.

— Júrame que no pondrás lo de "segunda base" si haces una canción parecida —dije enrojeciendo, él soltó una carcajada y estiró un brazo para empujarme desde mi espalda baja. Sentía mis mejillas arder con fuerza cuando nuestros torsos chocaron y su espalda de pegó a la pared de un edificio departamental similar al nuestro en lo concerniente a la infraestructura.

— Dame ese regalo —gimoteó como un niño ansioso. Fruncí los labios y saqué la cajita de mi bolsillo. Cerré los ojos un segundo.

— Si no te gusta por favor sé directo —, él asintió solemnemente y esperó. Abrí la cajita y levanté el collar que descansaba dentro.

  Era un collar ligeramente grueso y pesado hecho con plata, se asimilaba a una cadera que sostenía un candado del tamaño de la huella de mi dedo pulgar. En el centro del pequeño candado plateado había una J.

  Miré con indecisión a Jack y esperé a que dijera algo sobre "¿un collar para perro?", pero él lo sujetó y le tomó el peso al candado.

— ¿Y la llave?

— Está aquí —aseguré tomándola de la cajita y mostrándosela, era pequeñita, lo suficiente para caber en aquel candadito.

— ¿Y por qué no la estás usando al cuello? Mira que arruinar algo simbólico —se quejó, me quitó la llave y abrió el candado—. ¿Sabes? Me encanta, no tenía ni idea de que fuera de conocimiento general que me gusta el maso —, mis ojos se abrieron con sorpresa mientras se ponía el collar alrededor del cuello, sonrió al encontrar mis ojos y me hizo una seña—. Anda, ciérralo.

— ¿Estás seguro? —pregunté con la voz temblorosa. Aún recuerdo la forma en que me miró al verme tan avergonzada y aterrada de cuál sería su reacción. Sus ojos estaban cargados de sentimientos, brillaban haciéndole competencia a las estrellas, les ganaba por el simple hecho de estar mirándome a mí.

— Completamente —. Con el corazón en la garganta cerré el candado y quité la llave de paso. ¿Qué debería decir? Daba más mala pinta que antes con ese tipo de collar.

— La llave es tuya —susurró—, cuídala bien.

  Creo que aquella noche el mundo entero estuvo de nuestro lado. Apolo dormía sobre una almohada vieja que le dejamos en la esquina de la sala a un metro del calefactor, Dylan roncaba sobre un sofá, Ben ya se había marchado a su habitación y la puerta de Anne tenía pegado un papel donde ponía "¡NO MOLESTAR!".

  La cama de mi amiga era un poco vieja así que se oían rechinidos cuando pasamos junto a la puerta, Jackson bufó y entró en mi habitación dispuesto a lanzarse a la cama. Se detuvo y miró la pared con estrellas, eso lo había sorprendido mucho, estoy segura.

— Estamos todos allí —dijo con la voz muy baja. Sonreí.

— Sí.

— Como un árbol familiar.

— Claro.

— Nuestro universo —susurró con cierta fragilidad. Me quité la chaqueta y me acerqué al estéreo que él me había dado. Revisé el CD que había dentro y lo hice reproducir desde el comienzo—. ¿Artics Monckeys? Buena elección.

— ¿Por qué crees que lo es? —pregunté con diversión.

— Súbele el volumen —pidió quitándose la chaqueta y los botines. Permanecí con los ojos muy abiertos mientras se quitaba la camiseta dejando expuesto su torso marcado.

— Solo tengo otra pregunta —dije, me miró mientras lanzaba al aire sus calcetines. Me ardían las palmas de las manos por el deseo de quitarme la ropa de la misma forma.

— Dime.

— ¿Por qué debo aumentar el volumen? —pregunté con la esperanza de que me dijera lo que deseaba. Se comenzó a quitar el cinturón de cuero negro, mi pecho saltó de gozo.

— Porque vamos a tener tanto sexo que haremos vibrar las paredes del puto piso diecisiete.

  No me culpen.

  Lo digo en serio.

  No se atrevan a culparme por haberme quitado el suéter con frenesí y bajarme el pantalón para lanzarlo a donde sea que haya caído.

  Éramos los personajes de una película humorística donde, se supone, la madre de la protagonista interrumpiría la fiestecita que iba comenzando en la ropa interior de ambos.

  Lo hicimos con Artics Monkeys a máximo volumen, mi pecho vibraba con el ritmo de la canción mientras empuñaba las sábanas de mi cama y me retorcía de placer bajo su cuerpo.

  No me culpen.

  No se atrevan a hacerlo.

El piso 17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora