Capítulo once

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  Dylan y Ben armaron los porros ayudándose de la luz del atardecer, tendidos sobre la arena esperamos pacientemente a que acabaran. Éramos seis personas, dos no bastarían con lo mucho que le gustaba a ese par fumar hasta quedarse ciegos, así que hicieron tres.

  Anne estaba mirando algo en su celular con Mason inclinado sobre ella para ver también, esos dos solían pasar mucho tiempo juntos y nadie lo notaba, pero yo sí.

— Deja de curiosear —susurró Jackson contra mi oído. Volteé la cabeza para mirarlo a los ojos y sonreí.

— ¿Crees que haya algo entre ellos? —pregunté con curiosidad, y él pareció pensarlo.

— Tal vez —dijo llevándose una fritura a la boca, habíamos comprado un montón, compartíamos una bolsa grande entre nosotros dos—. Anne es guapa y atrevida, lo contrario a Mason.

— Él también es lindo —contradije, y él me dio un empujoncito con su hombro de forma juguetona.

— ¿Te gusta Mason? —preguntó mirándome analíticamente a los ojos, fruncí las cejas y tomé una fritura.

— No —sonreí llevándomela a la boca. Él sonrió.

— ¡Hey! Aquí tienen, amigos míos —Dylan se acercó y nos tendió un porro, Jackson lo recibió y de paso aceptó el mechero que su hermano menor le ofrecía—, es de la buena así que háganlo con precaución, nadie aquí se hará responsable de nada —advirtió con una voz vacilona, lo decía en tono alto, como si quisiera hacernos reír un rato. Y lo consiguió, como siempre.

  Se alejó en cuanto Jack prendió el porro, le dio una calada y me lo cedió.

— Dylan es todo un caso —dije y le di una calada. Jack rio entre dientes mientras miraba hacia la playa, la marea había subido, pero se mantenía lejos de nosotros. Miré a los demás, todos ellos ya estaban fumando—, ¿cuándo deben ir a Nueva York de nuevo? —le pregunté y Jack pareció pensarlo.

— Pronto —aseguró. Odiaba cuando comenzaba a hablar tan escuetamente—. ¿Por qué? ¿Quieres ir? —me sorprendió aquella pregunta, le di una segunda calada al porro justo antes que me lo quitara de los labios para llevarlo a los suyos.

— Tengo un trabajo aquí —dije antes de botar el humo tras guardarlo en mi interior durante unos segundos. Él bufó.

— Cerraré el club mientras no estoy —aseguró—, cuando deje de manejarlo no quiero que trabajes allí.

— ¿Qué? ¿Por qué? —me exalté acercándome a él sobre la arena—, Jack, sabes que necesito el trabajo. Seguramente tu padre no tendrá problemas en...

— No quiero que trabajes para él. Punto —dijo tajantemente. Apreté los labios con enfado, no sabía qué le pasaba ni lo que quería decir con eso. ¿Por qué? Era lo que me preguntaba una y otra vez.

— Es egoísta por tu parte —murmuré finalmente, bajando la mirada a mis piernas cruzadas al estilo indio. No lo vi, pero sentí su titubeo al tomarme la mano.

— Lory, solo te estoy cuidando —sentí su nariz contra mi mejilla y su frente en mi sien, cerré los ojos un segundo mientras el roce de su mentón con barba de cuatro días me raspaba el hombro—, déjame hacerlo.

— Solo quiero que me digas por qué —me quejé girando la cabeza para verlo, su nariz rozó la mía y sus ojos enfocaron los míos.

— Él no es como yo —susurró provocando que su aliento chocara contra mi rostro, olía a frituras y hierba—, él va a despedirte si haces algo como insultar a un cliente porque te toca el trasero. No va a defenderte, te culpará.

El piso 17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora