Junto y revuelto

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Emma salió de casa de sus padres, adentrándose en la noche, aturdida y con el corazón hecho pedazos

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Emma salió de casa de sus padres, adentrándose en la noche, aturdida y con el corazón hecho pedazos. La noche de verano era cálida y una fresca brisa balanceaba sus hermosos cabellos rubios, pero ni aquel calor fue capaz de calentar su corazón ni aquella brisa fresca fue capaz de aliviarle el dolor y el encogimiento que sentía en su pecho. La luna llena lucía hermosa en el cielo pintado de estrellas, pero ni todo aquel espectáculo de la naturaleza ni aquella belleza fueron capaces de borrar aquella tristeza que había en su mirada ni hacer volver el brillo a sus ojos, y cuanto más sentía esa lacerante tristeza, cuanto más sentía las lágrimas que insistían en caer en cualquier momento, cuanto más sentía la garganta cerrarse, más Emma apretaba el paso, como si sus pies pudieran ser un paso a otro mundo, a otro lugar, y más apretaba los brazos alrededor de su cuerpo, como si ese sencillo acto pudiera protegerla de todo lo que sentía, de todo lo que la quebraba. Prácticamente corrió, no quería correr el riesgo de que nadie viniera tras ella, de que nadie la viera en aquel perturbador estado. Quería estar sola para poder huir, para poder simplemente...Sentir. Sentir lo que realmente necesitaba sentir, sin tener que mentirse a sí misma, sin tener que colocarse máscaras, sin tener que disimular ante nadie.

Apuró aún más los pasos y corrió, corrió hasta perder el aliento, hasta llegar a donde quería llegar. Llego a ese sitio, un refugio que le gustaba mucho, y se quitó las botas, se subió el vuelto de los pantalones, dejando los pies descalzos y las piernas desnudas hasta las rodillas, y se echó a andar lentamente por la orilla de la playa que rodeaba la ciudad de Storybrooke, sintiendo la suavidad de la arena bajo sus pies. Era una sensación reconfortante. Sentía las pequeñas olas batir en sus tobillos, y dejó que sus pensamientos vagaran libremente junto al placentero ruido del mar. Mientras caminaba, miraba los barcos atracados alrededor y el lindo cielo. Algunos pájaros pasaron volando libres frente a la luna, redonda y hermosa, que la miraba desde arriba. Finalmente dejó que las lágrimas cayeran libremente, sin amarras ni nada que se lo impidiese. El llanto vino y lloró y sollozó hasta sentir que le faltaba el aire, dejó que las aguas de su tristeza se mezclara con las del infinito océano cuando se agachó y se lavó el rostro con aquella agua revitalizadora. Lloró mucho y no sintió ninguna vergüenza por ello.

Aún en lágrimas y descalza con las botas en las manos, Emma hizo el camino de vuelta por la arena y subió hasta el pequeño puente que quedaba cerca de la orilla, se recostó en él y se quedó mirando un poco más ese mar, sus olas rompiendo en la orilla. Vio pasar una estrella fugaz. Apoyó los codos en el puente e hizo un pedido silencioso, como una niña pidiendo su regalo deseado. El viento soplaba más fuerte ahora, moviendo sus cabellos hacia atrás, y Emma se permitió cerrar los ojos y absorber toda aquella placentera sensación.

Escuchó pasos detrás de ella. Tuvo miedo de girarse. Pero su corazón sentía quién era. Sintió alivio. Su compañía sería bienvenida.

‒¿Emma?‒llamó Belle lentamente, acercándose con cuidado.

‒Belle...‒Emma se giró lentamente ‒Sabía que eras tú...¿Cómo sabías que vendría para acá?‒sonrió avergonzada a la amiga.

La bella muchacha se encogió de hombros.

Dulces deseosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora