Un mal presentimiento

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Bosque Encantado, días actuales

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Bosque Encantado, días actuales...

Pocos días después de la masacre de las muchachas en la aldea cercana al castillo, Clarissa se encontraba ligeramente más calmada. Bajo amenaza, a los moradores de la aldea se les prohibió divulgar la noticia de lo sucedido por el reino de Daltro, por otras aldeas e incluso otros reinos. Tenía miedo de que los acontecimientos llegaran a oídos de la reina, y por más que no quisiera admitirlo para sí misma, la princesa sentía un pequeño remordimiento en su corazón, lo que le provocó algunos sueños inquietantes.

Ya era de noche, Clarissa y la reina Regina fueron a administrarle a Fiona los medicamentos de la noche, y esta ya las esperaba en su cuarto particular. El Hada estaba cada vez más fuerte y recuperaba sus poderes de forma impresionante, días tras día. A pesar de que sus celos aún la corroían por dentro, Clarissa conseguía controlarse delante de Fiona. Mientras Regina estaba de espaldas, leyendo sobre una poción de hierbas encantadas en un libro encima del tocador, Clarissa le daba la medicación. Tras beberse Fiona lo que necesitaba, la princesa comenzó a pasarle por su rostro y brazos la pomada para sus cicatrices, que ya casi no se veían. Clarissa llevaba puesto un hermoso vestido azul marino, de falda larga y un corsé ceñido, dejando visible un gran escote que resaltaba los hermosos pechos que tenía. Fiona no dejaba de mirar para aquella zona con ojos sedientos y se mordió los labios. Cuando Clarissa, que hasta entonces estaba distraída con el medicamento, se dio cuenta de donde tenía puestos los ojos el hada, se ruborizó al instante y carraspeó bajito, llamando la atención de Fiona, quien la miró a los ojos. Osada, Fiona observó por el rabillo del ojo si Regina las estaba mirando, y al comprobar que Su Majestad estaba entretenida y concentrada en la lectura, agarró con firmeza la mano de la muchacha que le estaba pasando la pomada por sus hombros, y la atrajo más cerca, susurrándole en su oído

–¿Sabes, princesa...? Creo que podrías pasarme un poco de esa pomada aquí...–llevó suavemente la mano de Clarissa hacia dentro de su propio escote, introduciéndola por el corpiño hasta alcanzar su pecho derecho y su pezón. Apretó la mano de la princesa sobre el pecho, quien jadeó ante el repentino toque y sintió que se estremecía –Creo que aún tengo algunas pequeñas cicatrices aquí cerca...–mintió y sonrió maliciosa.

–Ah...Creo...Creo que estáis equivocando el camino, Fiona...¡Déjaos de gracietas!–Clarissa susurró a su vez, desconcertada y con miedo de ser pillada en aquella situación por Regina –La cicatriz en la que debo poner pomada es esta de aquí, cerca de vuestra clavícula, la herida hecha por la espada de vuestro hijo...– señaló la gran cicatriz que el Hada tenía como un recuerdo, pero no intentó apartar la otra mano del pecho de la morena. No podía negar el hecho de que sentía cómo se humedecían su ropa interior.

–No, no...–siseó –Ya he hablado sobre eso con Regina, y esta cicatriz, nadie la toca...Se quedará ahí, en ese exacto lugar.

Clarissa carraspeó de nuevo, nerviosa.

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