ANTES

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Rose extendió el mapa que había sacado de internet, el cual mostraba un plano detallado de la instalación. Era enorme, pero navegable si había tiempo suficiente. El plan consistía en entrar por la puerta de la bodega, hacer el camino a través del área de almacenamiento en el sótano, y subir a la planta principal, que nos llevaría a la cocina industrial. Luego, otra escalera que nos llevaría a las habitaciones de pacientes y tratamientos en el ala de los niños.

Rose y Carol estaban eufóricas con entusiasmo mientras abrían la puerta del sótano con un chirrido metálico. El Departamento de Policía de Chengqing se había dado casi por vencido al asegurar el lugar, sólo había algunos avisos superficiales, como “CLAUSURADO”, los cuales interesaban mucho a Rose; ella deseaba escribir nuestros nombres en la pizarra dentro de una de las habitaciones de los pacientes. Allí estaban los nombres de otros chicos que buscaban emociones fuertes o idiotas que perdían una apuesta y que se habían atrevido a pasar la noche ahí.

Carol fue la primera en bajar las escaleras. La luz de su cámara de vídeo proyectaba sombras en el sótano. Yo debía parecer asustado, y así me sentía. Rose me sonrió y prometió, una vez más, que todo estaría bien. Luego ella siguió a Carol.

Caminé detrás de ellas hasta el nivel más bajo del manicomio y sentí los dedos de Jay jugueteando con un agujero de mi cinturón en la parte de atrás de mis jeans. Me estremecí. El sótano estaba cubierto de escombros, las paredes de ladrillo en ruinas y agrietadas, las tuberías rotas expuestas sobresalían del techo, y la evidencia de una infestación de ratas era pronunciada. Mientras caminábamos por los restos de algún tipo de sistema de la estantería, las luces traspasaban al azar columnas de vapor o niebla o algo que yo traté en vano de evitar.

En la pared opuesta de esta sección de la planta baja, había una escalera completa con una barandilla de madera podrida hasta la planta principal. En el primer rellano, sólo cinco pasos arriba, estaba un alto respaldo de una silla de madera. Fue colocado como una especie de misterioso centinela, bloqueando el acceso al segundo piso de las escaleras.

Un chasquido.

Era el flash de la cámara de Rose cuando ella tomó una foto. Me estremecí en mi abrigo y mis dientes debieron rechinar, porque oí resoplar a Carol.

–Oh, Dios mío, ya se está volviendo loco y aún no estamos en las salas de tratamiento. –dijo Carol.

Jay salió rápidamente en mi defensa. –Déjalo en paz, Carol. Hace mucho frío aquí abajo.

Eso la calló. Rose empujó la silla y el sonido de esta arrastrándose contra el duro suelo hizo que apretara los dientes fuertemente. Terminamos nuestro camino por la escalera, que crujía bajo nuestro peso. La subida era muy empinada, la escalera se sentía débil, y contuve mi respiración durante todo ese tiempo. Cuando llegamos a la cima casi me derrumbé del alivio. Nos quedamos frente a unas enormes alacenas de comida vieja. Carol pateó décadas de aislamiento y la basura lejos de ella, con cuidado para evitar las obvias secciones podridas del piso de madera, mientras yo caminaba por la vieja cocina y cafetería con la puerta abierta.

Otro chasquido. Otra foto.

Me sentía mareado mientras seguía a Rose, y me imaginaba a las enfermeras y enfermeros repartiendo papilla a los pacientes, detrás del largo mostrador que se extendía en un extremo de la amplia sala a la otra.

Un sistema de poleas increíblemente grande e imponente anunció nuestra entrada en el pasillo que conducía al primer piso de las habitaciones de pacientes. Las palancas de control estaban a la derecha, su gran peso las balanceaba visiblemente detrás del mostrador de la estación de enfermeras. El sistema de cables corría hacia el techo y se extendía por el pasillo, desviándose a la entrada de cada habitación individual. Culminando en las puertas de hierro de mil kilos. “No meterse con el sistema de poleas”, el sitio web había advertido. Un niño que las había explorado quedó atrapado en el lado equivocado. Su cuerpo fue encontrado seis meses después.

Por supuesto, yo no necesitaba la advertencia. Mi padre nos había dicho a mí y a mis hermanos un montón de veces lo peligroso que era el viejo edificio.

Pero todo lo que yo pensaba era como él debió haberse sentido al oír el golpe de las puertas, al sentir el suelo podrido derrumbándose mientras miles de kilos de hierro lo separaron del resto de su vida. Lo que debió haber sentido al saber que nadie iba a ir por él. Lo que debe haber sentido al morir de hambre.

Rose y Carol se deleitaron al llegar a una brecha más alta mientras pasábamos los cables y palancas.

Otro chasquido. El flash iluminó el pasillo cavernoso.

Jay y yo caminamos juntos detrás de ellas, en medio del camino. Las habitaciones de los pacientes estaban todas con la puerta abierta, y yo no quería entrar o acercarme a ellas.

Seguimos poco a poco, el haz de la linterna de Jay rebotaba por las paredes a medida que avanzábamos hacia el agujero negro impenetrable que se abría frente a nosotros. Cuando Rose y Carol desaparecieron detrás de una esquina, aceleré el paso, aterrorizado de perderlas en los pasillos laberínticos. Pero Jay se había detenido por completo, y sacudió ligeramente la cintura de mis pantalones. Me giré.

Él sonrió. –No tienes que seguirlas, ya sabes.

–Gracias, pero he visto suficientes películas de terror para saber que separarse del grupo no es la mejor idea. –Empecé de nuevo a avanzar pero él no me soltó.

–En serio, no hay nada que temer. Es sólo un viejo edificio.

Antes de que pudiera contestar, Jay agarró mi mano y tiró de mí detrás de él. Su linterna iluminó el número de la habitación en frente de nosotros. La 218.

–Ven –susurró, mientras tiraba de mí hacia dentro.

–Oye –me quejé.

Jay levantó una ceja hacia mí. –Necesitas desconectar tu mente de esté lugar.

Me encogí de hombros y di un paso atrás. Mi pie se enganchó en algo, y caí.

DESPERTAR • [YIZHAN | PRIMERA PARTE] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora