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El día siguiente comenzó anormalmente. Me desperté muerto de hambre a las cuatro de la mañana y fui a la cocina a hacerme unas tostadas. Saqué un envase de leche de la nevera y me serví un vaso mientras la máquina calentaba el pan. Cuando las rebanadas saltaron, me las comí lentamente, rememorando la noche anterior en mi mente. No me di cuenta de Meg hasta que movió su mano frente a mi cara.

–¡Tierra llamando a Zhan!

Una gota blanca cayó desde el borde del recipiente de leche. Las palabras de Meg eran sordas, invadían mi cerebro. Quería apagar el sonido.

–Despierta.

Di un salto, luego una palmada en su mano. –Déjame en paz.

Escuché a una segunda persona hurgando en la cocina y giré mi cuello. Dylan sacó una barra de granola de la despensa y le dio un mordisco.

–Que bueno que ya despertaste –me dijo, con la boca llena.

Me incliné sobre la mesa y puse mi palpitante cabeza en mis manos. Era el peor dolor de cabeza que había tenido en semanas.

–¿Yibo vendrá a recogerte? Su suspensión debe terminar hoy, ¿verdad?

–No sé. Supongo.

Dylan miró su reloj. –Bueno, es tarde. Lo que significa que yo voy a llevarte. Lo que significa que tienes que vestirte. Ahora.

Abrí la boca para decirle que faltaban horas para que comenzara la escuela, y para preguntarle qué estaba haciendo tan temprano, pero vi el reloj del microondas. Las siete y media. Había estado sentado en la mesa de la cocina durante horas. Masticando... durante horas. Me tragué el pan frío y con pánico por haber perdido la noción del tiempo.

Dylan me miró por el rabillo de su ojo. –Vamos –dijo en voz baja. –No puedo llegar tarde.

No vi el coche de Yibo en el estacionamiento cuando llegamos a la escuela. Tal vez decidió tomarse un día libre extra. Me dirigí hacia el campus, medio inconsciente. No vi a Yibo en inglés, ni vagando por los pasillos entre clase y clase. Se suponía que debía estar allí. Quería averiguar dónde vivía Jhonny y a pesar de que ellos se odiaban mutuamente, no conocía a nadie más para preguntar sobre él.

Entre las clases, me dirigí a la oficina de administración para concertar una cita con el Doctor Han, y cuando la hora llegó, entré en su despacho armado con un razonamiento sensato. Abogaría por la calificación que me merecía. Le diría sobre el video. Mantendría la calma. No iba a gritar. No iba a llorar.

Las paredes con paneles de madera oscura, pilas de libros encuadernados en piel, y el busto de Palas, encaramado encima de la puerta. Era de broma. Como en los libros.

El Dr. Han estaba sentado detrás de su escritorio caoba, una lámpara verde iluminaba suavemente su rostro sobrenatural. Él parecía tan informal como podría ser posible, con un pantalón caqui y una polo blanco adornada con el escudo de Carden.

–Señor Xiao –dijo, señalando una de las sillas frente a su escritorio. –¿Qué puedo hacer por usted hoy?

Lo miré a los ojos. –Creo que mi calificación en español debería cambiarse –dije. Soné suave. Confiado.

–Ya veo.

–Puedo demostrar que me merecía un diez en el examen –dije, y era verdad. Había una grabación de eso. Sólo que yo no la tenía.

–Eso no va a ser necesario –dijo el Dr. Han, recostándose en su sillón de piel con incrustaciones.

Parpadeé. –Oh –dije tomado por sorpresa. –Genial. Entonces, ¿cuándo se cambiará la nota?

–Me temo que no hay nada que yo pueda hacer, Zhan.

Volví a parpadear, pero cuando abrí los ojos, sólo había oscuridad.

–¿Zhan? –La voz del Dr. Han sonaba lejana. Parpadeé. El Doctor Han tenía ahora sus pies cruzados a un lado de su escritorio. Se veía tan casual. Quería golpearlo y tirarle la silla encima.

–¿Por qué no? –pregunté con los dientes apretados. Tenía que mantener la calma. Si yo gritaba, la F se quedaría.

Pero era tan tentador.

El Dr. Han levantó un trozo de papel de su escritorio y lo revisó cuidadosamente.

–Los maestros tienen que presentar una explicación por escrito a la dirección siempre que asignen una calificación reprobatoria –dijo. –La Sra. Morales escribió que hiciste trampa en el examen.

Mis fosas nasales se ampliaron, y manchas rojas aparecieron en mi visión.

–Ella mintió –dije en voz baja. –¿Cómo podría hacer trampa en un examen oral? Es ridículo.

–De acuerdo con su libro de calificaciones, tus primeras calificaciones eran muy pobres.

No podía creer lo que estaba escuchando.
–¿Así que estoy siendo castigado por haber mejorado mis notas?

–No sólo son mejores, Zhan. Tu mejoría fue bastante milagrosa, ¿no crees?

Esas palabras avivaron mi rabia.

–Tengo un tutor –dije con los dientes apretados, tratando de abrir y cerrar los puños.

Ella dijo que te vio mirando a hurtadillas debajo de tu manga durante la prueba. Dijo que vio algo escrito en tu brazo.

–¡Miente! –grité, y luego me di cuenta de mi error. –Está mintiendo –dije en voz baja y temblorosa. –Yo tenía un vendaje en el brazo cuando hice la prueba. De un accidente.

–También dijo que había visto tus ojos erráticos durante las tareas de su clase.

–Así que, básicamente, ¿ella puede decir que hice trampa sin tener que presentar alguna prueba?

–No me gusta su tono, Sr. Xiao.

–Supongo que estamos a mano, entonces –dije antes de poder detenerme.

El Dr. Han levantó lentamente sus cejas. Su voz enfurecida, incluso cuando habló de nuevo.

–Christina Morales ha sido profesora aquí durante más de veinte años. Es dura, pero justa… puedo contar con una mano el número de quejas de los estudiantes.

Lo interrumpí.

–Están demasiado asustados como para decir algo.

–Tú, en cambio –continuó el Dr. Han –has estado aquí por apenas unas semanas, y has llegado tarde a clase en varias ocasiones, hablé con tu profesor de historia de esta mañana, sí, me enteré de eso. Y conseguiste ser expulsado de la clase de la Sra. Morales después de causar una enorme interrupción. ¿A quién le creemos?.

Yo, literalmente veía rojo. Estaba intentando tan intensamente no gritar que cuando hablé mi voz salió como un susurro.

–Sólo… sólo escuche. Hay una grabación de mi examen. Conseguiré que me la preste. Vamos a escucharla. La Sra. Morales puede…

El Dr. Han ni siquiera descruzó las piernas antes de interrumpirme.

–Te diré qué. Voy a llamar a la Sra. Morales en la tarde y hablaré con ella todo esto de nuevo. Te haré saber mi decisión final.

Oscuros pensamientos se arremolinaban en mi mente y el tiempo se desaceleró. Me levanté de la silla, arrastrándola sobre el suelo, mis manos temblaban demasiado para recogerla. Esto era… todo esto era más allá de injusto. Y me estaba volviendo desquiciado. Abrí la puerta de su oficina y la oí chocar contra el tope antes de rebotar. No me importaba. Mis pies se sentían como si estuvieran hechos de acero mientras me dirigía a español. Quería aplastar todo lo que tenía a la vista. Morales iba a salirse con la suya. Esperaba que ella se ahogara con su lengua mentirosa.

Y pude verlo con una claridad sorprendente. Sus ojos se abrían y se tambaleaba en su salón de clases vacío, poniendo sus huesudos dedos en su boca, tratando de averiguar lo que estaba mal. Ella se volvía azul, y hacía un ruido gracioso.

Es difícil mentir cuando no puedes hablar.

Quería enfrentarla a la cara. Quería escupir en sus ojos. Pero mientras volaba por las escaleras hasta su salón de clases, sabía que nunca lo haría. Sin embargo, la maldije. Doblé la esquina y crucé los últimos metros hasta la puerta, pensando en varias groserías que quería lanzar en su dirección. Hoy la clase de español empezaría con la palabra Mal.

Pero cuando llegue, no había nadie en el salón a excepción de Jay cuando me paré en el umbral de la puerta. Estaba tendido en el suelo, pálido, cubierto de polvo. Una inmensa viga de madera estaba encima de él, y había astillas incrustadas en su piel. Su torso estaba cubierto de sangre, y otro poco corría por el lado de su boca.

Parpadeé.

Ya no era el cuerpo de Jay. Era el idiota abusador dueño de Molly, tendido en el suelo, al lado de su cráneo reducido a una papilla rosa, con la pierna doblada en un ángulo imposible. El linóleo se había convertido en polvo y las moscas revoloteaban sus heridas.

Volví a parpadear.

Él se había ido. En su lugar estaba Morales. Ella estaba tendida en el suelo, y su rostro era más violeta que azul. Rojo más azul resultaba morado, y Morales siempre tenía la cara roja. Moví mi cabeza hacia los lados y parpadeé apartando mis ojos del insecto en el suelo de linóleo, seguro de que la ilusión se habría ido como las demás cuando desviara la mirada. Así lo hice.

Pero cuando volví a mirar, ella todavía estaba allí.


DESPERTAR • [YIZHAN | PRIMERA PARTE] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora