Enredadas raíces de manglares se hundían en el oscuro líquido, y en el otro lado, la hierba se extendía frente a nosotros hasta el infinito. Un pequeño destello de luna colgaba del cielo, nunca en mi vida había visto tantas estrellas. Sólo podía distinguir el tenue contorno de un edificio cercano en la oscuridad. Yibo encaró mi cuerpo en el agua tranquila.
–Necesitamos cruzarlo –dijo.
No se necesita ser un genio para descifrar lo que significaba. Caimanes y serpientes. Pero realmente, podrían haber estado al acecho a la distancia entre el auto y donde nos encontrábamos. ¿Entonces por qué no cruzar el arroyo? Ningún problema.
Él examinó con la linterna la superficie del agua. Reflejó la luz; no podíamos ver nada debajo. El arroyo tal vez tenía diez metros de ancho hasta el otro lado, y no podía distinguir cuánto se extendía en cada dirección. La hierba se convertía en tallos y los tallos en raíces, oscureciendo mi visión.
Me miró. –¿Puedes nadar?
Asentí.
–De acuerdo. Sígueme, pero no hasta que yo haya cruzado. Y no chapotees.
Caminó por la orilla y lo oí romper la superficie del agua.
Él llevaba la linterna en la mano derecha y caminó un buen tramo antes de tener que nadar. Mi estómago se encogió de miedo por ambos, y mi garganta se cerraba debido a la ansiedad.
Cuando lo escuché salir del agua, mis rodillas casi ceden con alivio. Enfocó la linterna hacia arriba, iluminando su rostro en un extraño resplandor. Asintió y yo descendí.
Bajé y me deslicé por la orilla del arroyo. Mis pies se hundieron en el agua herbosa hasta que tocaron el lodo. Estaba extrañamente fría, a pesar de la temperatura del aire. El agua alcanzó mis rodillas. Di un paso grande. Entonces los muslos. Otro paso. Las costillas. Vadeé cautelosamente, mis pies se enredaron en las plantas del fondo. Yibo apuntó con la linterna al agua frente a mí, procurando evitar mis ojos. Estaba marrón y turbio bajo la luz, pero me tragué la repulsión y seguí moviéndome, esperando que el fango desapareciera de debajo de mis pies.
–No te muevas. –me dijo.
Me congelé.
Su linterna recorrió la superficie del agua a mí alrededor. De la nada aparecieron los caimanes.
Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos al notar varios puntos de luz flotando en la oscuridad a cada lado de mí. Un par de ojos. Tres. Siete. Perdí la cuenta.
Estaba paralizado; no podía ir hacia adelante pero tampoco podía ir hacia atrás. Levanté la vista hacia Yibo. Él estaba a cuatro metros de mí, pero el agua entre nosotros bien podía ser un océano.
–Voy a volver a entrar –dijo. –Para distraerlos.
–¡No! –susurré. No entendía porque sentía la necesidad de bajar la voz.
–Tengo que hacerlo. Hay demasiados y no tenemos tiempo.Sabía que no debía, pero aparte mis ojos de su sombra y miré a mí alrededor.
Estaban por todos lados.
–Tienes que salvar a Meg –dije desesperado.
Él dio un paso hacia el borde del arroyo.
–No.
Se deslizó sobre la orilla. El rayo de luz rebotó en el agua y lo escuché chapotear. Cuando mantuvo la linterna quieta, varios pares de ojos desaparecieron. Luego volvieron a aparecer. Mucho, mucho más cerca.
–¡Yibo, sal!
–¡Zhan, vamos! –Él chapoteó en el agua, manteniéndose cerca de la orilla pero alejándose de mí.
Vi a los caimanes nadar hacia él, pero algunos de los ojos se quedaron conmigo. Estaba poniéndolo peor, el muy idiota. Muy pronto ambos estaríamos atrapados, y mi hermana estaría sola.
Sentí a uno de ellos acercarse antes de verlo. Un amplio y prehistórico hocico apareció a medio metro frente a mí. Podía distinguir el contorno de su áspera cabeza. Estaba atrapado y aterrorizado pero había algo más.
Mi hermana estaba perdida, sola, y más asustada de lo que me encontraba yo. Ella no tenía a nadie más que la ayudara, nadie más que nosotros. Y parecía que no lo íbamos a lograr. Yibo era el único que sabía hacia dónde ir, e iba a conseguir que lo mataran.
Algo salvaje se revolvió dentro de mí mientras los negros ojos me miraban. Grandes, y negros ojos de maldad. Los odiaba. Podría matarlos.
No tuve tiempo de preguntarme de dónde demonios había salido ese pensamiento porque algo cambió. Un bajo, apenas perceptible estruendo movió el agua cuando escuché un chapoteo a mi derecha. Me giré, mareado por el violento movimiento, pero no había nada allí. Mis ojos fueron de nuevo hacia donde estaba el animal más cercano. Se había ido. Seguí el rayo de luz de la linterna que exploraba la superficie del agua. Había algunos pares de ojos; ahora sí que podía contarlos. Cinco pares. Cuatro. Uno. Todos se escabulleron, en la oscuridad.
–¡Sal! –Le grité a Yibo y levanté los pies para nadar el resto del camino. Lo escuché salir del agua. Tropecé en la oscuridad, quedando atrapado en la hierba en algún punto, pero no me detuve. En la orilla, deslicé las manos sobre las raíces enredadas para agarrarme y no lo conseguí. Yibo se agachó y extendió la mano. Me subió, mis piernas trepando sobre la tierra. Cuando salí, solté su mano y caí de rodillas, tosiendo.
–Tú –dije jadeando–, eres un idiota.
No pude ver su expresión en la oscuridad, pero lo escuché inhalar.
–Imposible –murmuró.Me levanté. –¿Qué? –pregunté cuando recuperé el aliento.
Me ignoró. –Tenemos que irnos. –Su ropa estaba pegada a su cuerpo y su cabello se levantó cuando pasó las manos por él. Su gorra de béisbol se había ido. Comenzó a caminar y yo lo seguí, salpicando por los juncos mojados. Cuando alcanzamos una larga extensión de hierba, salió corriendo. Hice lo mismo. El fango se pegaba a mis zapatos y jadeé por el esfuerzo. Un dolor me apuñaló bajo las costillas y di un grito ahogado. Casi colapso cuando él se detuvo enfrente a un pequeño cobertizo de hormigón. Sus ojos escaneaban la oscuridad. Vi el contorno de un gran edificio a lo lejos y una cabaña unos diez metros de distancia.
Él me miró, con expresión insegura. –¿Cuál deberíamos revisar primero?
Mi corazón saltó al pensar que Meg podría estar tan cerca, que casi la alcanzábamos.
–Aquí –dije, señalando el cobertizo. Empujé e intenté girar la perilla de la puerta, pero estaba cerrada.
Sentí la mano de Yibo en mi hombro y seguí su mirada hasta una pequeña ventana bajo el techo. Era pequeña, pero probablemente podría entrar por ahí. Las paredes eran lisas; no había nada en lo que pudiera apoyarme para impulsarme.
–Levántame –le dije sin vacilar. Él entrelazó los dedos. Echó un vistazo hacia atrás, justo antes de que me subiera sobre sus manos. Me balanceé en sus hombros antes de levantarme por completo. En cuanto pude, me agarré al alféizar para sostenerme. Estaba sucio, pero había un pequeño punto de luz dentro. Habían herramientas colgadas en la pared, un pequeño generador, unas cuantas mantas en el suelo y luego… Meg. Estaba en el suelo en una esquina de la habitación. Inconsciente.
Tuve que ahogar el tumulto de emociones; alivio mezclado con terror. –Está allí –murmuré mientras me apretaba contra el cristal. ¿Pero, se encontraba bien? La ventana se atascó, y mascullé una oración a todos los dioses que quizá estuvieran escuchando para que me permitieran abrir la cosa, sólo abrirla.
Lo hice. Deslicé los brazos y moví todo mi cuerpo hacia adentro. Caí de cabeza al suelo y aterricé con el hombro. Una burbuja caliente de dolor explotó en mi costado y apreté los dientes para no gritar.
Abrí los ojos. Meg no se había movido.
Estaba loco de terror. Me estremecí al levantarme pero no le di ninguna importancia a mi hombro mientras corría hacia mi hermanita. Parecía como si estuviera durmiendo, recostada en una pila de mantas. Me acerqué, aterrorizado de que cuando le tocara estuviera fría.
No lo estaba.
Respiraba, y con normalidad. Inundado de alivio, la sacudí. Su cabeza cayó hacia un lado.
–Meg –dije. –¡Meg, despierta!
Retiré una delgada manta que tenía encima, y vi que sus pies y manos estaban atados por delante. La cabeza me dio vueltas pero forcé mis ojos a concentrarse.
Inspeccioné el cuarto, buscando algo con que cortar las cuerdas enrolladas alrededor de sus tobillos y muñecas. No pude encontrar nada.
–Yibo –llamé. –Dime que trajiste una navaja.
No me contestó, pero escuché el ruido del metal al golpear contra el cristal de la ventana.
Y rebotó hacia afuera. Oí como soltaba una ristra de obscenidades antes de que la navaja golpeara de nuevo el cristal de la ventana. Esta vez, cayó al suelo dentro del cuarto. La recogí, la abrí y empecé a rasgar.
Mis dedos estaban doloridos para cuando corté los nudos en las manos de Meg, y se encontraban entumecidos, cuando terminé con los de los pies. Finalmente tuve la oportunidad de observarla bien. Todavía llevaba la ropa del colegio; pantalones deportivos y polo de rayas. Estaba limpia. No se veía herida.
–¡Zhan! –Escuché la voz de Yibo llamándome del otro lado de la pared –, date prisa.
Intenté levantar a Meg pero el dolor me acuchilló en el hombro. Un sollozo ahogado escapó de mi garganta.
–¿Qué sucede? –preguntó Yibo. Su voz era frenética.
–Me lastime el hombro cuando caí. Meg no despierta, y no puedo levantarla para pasarla por la ventana.
–¿Y la puerta? ¿Puedes abrirla desde dentro?
Y soy un idiota. Me apresuré al frente del cuarto de hormigón. Giré la cerradura y abrí la puerta. Yibo se encontraba al otro lado, asustándome como el infierno.
–Supongo que eso es un sí –dijo.
Mi corazón saltaba mientras él se encaminaba hacia Meg y la levantó bajo sus hombros. Mi hermana estaba completamente floja.
–¿Qué le pasa? –pregunte, alarmado.
–Esta inconsciente, pero no hay ninguna señal de moratones ni nada. Parece estar bien.
–¿Cómo vamos a hacer para…?
Yibo sacó la linterna del bolsillo de atrás y me la lanzó. Luego, levantó a Meg sobre los hombros, agarrándola por detrás de la rodilla con una mano y de la muñeca con la otra.
Caminó hacia la puerta como si nada y la abrió.–Gracias a Dios que es delgada.
Solté una risa nerviosa mientras caminábamos, justo antes de que un rayo de luz de los focos de un auto nos iluminara a los tres.
Los ojos de Yibo se encontraron con los míos. –Corre.
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DESPERTAR • [YIZHAN | PRIMERA PARTE] (COMPLETA)
FanfictionXiao Zhan cree que la vida no puede hacerse más extraña que despertar en un hospital sin recordar cómo llegó allí. Y esta seguro de que después de todo lo que ha pasado, no podrá enamorarse. Esta equivocado. La historia de un Xiao Zhan adolescente c...