ANTES

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Me desperté en una esquelética cama institucional dentro del Manicomio. El colchón debajo de mí se rompió en sucios pedazos. El armazón de la cama crujió cuando me incorporé y me miré a mí mismo. Estaba vestido de negro. Alguien besó mi cuello detrás de mí. Me di la vuelta.

Era Jay. Sonrió, y envolvió su brazo alrededor de mi cintura, acercándome.

–Vamos Jay. No aquí. –Me agaché bajo su brazo y me paré, tropezando con los escombros y el aislante del suelo.

Me siguió, y acorraló contra la pared.

–Shh, sólo relájate –dijo, mientras acariciaba mi mejilla y el camino hasta mi boca.

Alejé mi cara. Su aliento era caliente en mi cuello.

–No quiero hacer esto justo ahora –dije, mi voz ronca. ¿Dónde estaba Rose? ¿Carol?

–Nunca quieres hacer esto –murmuró contra mi piel.

–Quizá porque lo haces muy mal. –Mi estómago se retorció tan pronto como las palabras salieron de mi boca.

Jay estaba en calma. Tuve la oportunidad de una breve mirada a su rostro; sus ojos estaban vacíos. Sin vida. Y luego sonrió, pero no había calidez en esa sonrisa.

–Tal vez porque eres un bromista –dijo, y su sonrisa cayó. Necesitaba irme. Ahora.

Traté de salir de entre su cuerpo y la pared empujando con mi pecho y mis palmas.

Él empujó de vuelta. Dolió.

¿Cómo estaba sucediendo esto? Había aprendido a los largo de los pasados dos meses que Jay tenía sus momentos sexuales -titulado, en mal estado y desagradable-. ¿Pero esto? Esto era un completo nuevo nivel de mierda. Esto era...

Jay me presionó contra la sucia y desmoronada pared con el peso entero de su cuerpo, cortando mi tren de pensamientos. Sentí cómo se elevaron los bellos detrás de mi cuello y evalué mis opciones.

Podía gritar. Rose y Carol podrían estar cerca como para oírme, pero quizá no. Si no lo estaban… bueno. Las cosas se pondrían más feas.

Podría golpearlo. Eso podría, probablemente, ser estúpido, desde que lo había visto levantando un banco de casi el doble de mi peso.

Podía no hacer nada. Rose vendría a verme eventualmente.

La “puerta” número tres era la más prometedora. Salí cojeando.

Jay no se preocupó. Se presionó contra mí con más fuerza, y luché con la histeria que estaba trepando por mi garganta. Esto estaba mal, mal, mal, mal, mal. Jay estampó su boca contra la mía, jadeando, y su fuerza me presionó más hondo contra la pared, soltando pequeñas nubes de polvo que se envolvieron a mi alrededor. Sentí nauseas.

–No –susurré. Soné demasiado lejos.

Él no respondió. Sus manos estaban manoseando duro y torpe bajo mi abrigo, debajo de mi camiseta y camisa. El frío de su piel contra mi estómago me hizo jadear.

Jay se rió.

Se desató una fría furia oscilando dentro de mí. Quería matarlo. Deseaba poder hacerlo. Saqué una de sus manos de mi cuerpo con fuerza. Él volvió a ponerla, y sin pensarlo me lo saqué de encima y lo golpeé.

Ni siquiera tuve la oportunidad de registrar el escozor en mi mano antes de que lo sintiera en la cara. Mi cara. Su golpe fue tan rápido y fuerte, que parecieron minutos, incluso horas antes de darme cuenta que me había devuelto el golpe. Mi ojo se sentía como si estuviera colgando de mi cara. El dolor punzaba desde mi interior. Todo mi ser estaba caliente con eso.

Temblando y llorando -¿estaba llorando?- comencé a hundirme. Jay me levantó y me presionó contra la pared. Temblé tan furiosamente contra esta que golpecitos se abrieron paso por mis brazos y piernas. Él pasó su lengua por mi mejilla, y me estremecí.

Luego la voz de Carol cortó el cargado y silencioso aire. –¿Jay?

Él se alejó sólo un poco, un poco, pero mis pies no podían moverse. Mis mejillas estaban frías y mojadas por las lágrimas y su saliva que no podía secar. Mi respiración estaba desigual, mis sollozos silenciosos. Estaba en shock. Me dio rabia conmigo mismo por no conocer al extraño cerca de mí. Me dio rabia con él por esconderse tan bien, por engañarme, atraparme, aplastarme. Sentí algo tirando en los bordes de mi mente, amenazando con tirar de mí hacia abajo.

Un par de pasos a unos pocos metros de distancia me trajeron de regreso. Carol me llamó por mi nombre desde el otro lado de la puerta; no podía verla, pero me aferré a ella, traté de sacudir la impotencia desesperante que obstruyó mi garganta y pesaba sobre mis pies.

Su linterna bailó alrededor de la habitación y finalmente aterrizó en Jay cuando salió de detrás de la pared, levantando diminutas nubes de polvo.

–Hola –dijo ella.

–Hey –replicó Jay con una sonrisa calmada. Era imposiblemente más aterrador que su rabia. –¿Dónde está Rose?

–Está buscando en la sala de pizarra para añadir nuestros nombres a la lista –dijo suavemente Carol. –Quería que regresara y me asegurara de que no estaban perdidos.

–Estamos bien –dijo Jay y sonrió, mostrando sus hoyuelos americanos. Le guiñó un ojo.

La violencia dentro de mí se desató en un débil y miserable susurro. –No te vayas.

Jay miró duramente a mi cara, sus ojos reflejando pura maldad. No me dio otra oportunidad de hablar antes de que se diera vuelta de nuevo hacia Carol. Él sonrió y rodó sus ojos. –Ya lo conoces –dijo–. Está un poco asustado. Estoy tratando de distraer su mente.

–Ah –dijo Carol, y rió entre dientes. –Ustedes dos chicos, diviértanse. –Escuché pasos alejándose.

–Por favor –dije, un poco más alto esta vez.

Los pasos se detuvieron por un momento -un pequeño y esperanzador momento- antes de que comenzaran a moverse de nuevo. Luego se desvanecieron en la nada.

Jay estaba de regreso. Su carnosa mano presionó contra mi pecho, empujándome contra la pared.

–Cállate –dijo, y desabrochó mi abrigo con un movimiento severo. Abrió la cremallera de mi sudadera con otro. Ambas prendas colgaban de mis hombros. –No te muevas –me previno.

Estaba congelado, completa y estúpidamente incapacitado. Mis dientes temblaban y mi cuerpo se sacudía con enojo contra la pared mientras Jay peleaba con el botón de mis jeans, haciéndolo estallar fuera del ojal. Tuve un sólo pensamiento, sólo uno, que había trepado como un insecto en mi cerebro y batía sus alas hasta que no podía escuchar nada más, pensar nada más, y hasta que nada más importaba.

Él merecía morir.

Mientras Jay abrió mi cremallera, tres cosas pasaron a la vez.

La voz de Rose llamó por mi nombre.

Decenas de puertas de hierro se cerraron con un ruido sordo.

Todo se volvió negro.


DESPERTAR • [YIZHAN | PRIMERA PARTE] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora