Suicidio

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Gun 

El presente.

Estoy mucho más cómodo con pantalones holgados de verano que me pongo de regreso al hotel. Es sumamente tentador volver a meterme en la cama y poner el canal de ventas. De hecho, no puedo moverme de aquí hasta que las condiciones de mierda que mi padre orquestó se hayan cumplido. Si a lo largo del día pudiera echar a andar todas esas condiciones de forma factible, podría incinerarlo al anochecer y estaría lejos de aquí en un par de días.

Ahora hay ocho llamadas pérdidas de Ben. Dejo mi celular sobre la mesa de noche esperando que la batería se muera pronto. La anciana con cabello azul que me registró ayer me saluda mientras camino por el vestíbulo.

—¿Nong? Oh, ¿Nong? Tenemos un maravilloso cóctel hoy al atardecer. Sería un placer que se nos uniera. Sonrío, sacudiendo la cabeza.

Desacelero el paso, pero no dejo de caminar. —Eso suena maravilloso, pero me temo que ya prometí estar en otra parte. Sin embargo, gracias por la invitación.

La mujer, May, según su placa, me dirige una sonrisa brillante, pero puedo ver la mirada en sus ojos. Probablemente quiere preguntarme por qué empapé todas las toallas y las dejé sobre la cama. También querrá saber por qué ordené un gran desayuno esta mañana con doble orden de tocino, y luego no toqué nada. Ni siquiera el café.

Me despido animadamente mientras salgo por las puertas giratorias del hotel. Son casi las tres.

Crecí recorriendo el estrecho laberinto de calles de Bangkok; pasé mi juventud, antes de que mi madre muriera, atravesando las avenidas sin mirar a los lados, idas al Siam después de la escuela y recorriendo las interminables calles llenas de puestos ambulantes de comida, era divertido. Conozco esta ciudad. Conozco los paisajes, los sonidos, los olores. Los puedo sentir. Y conozco cada edificio, cada plaza.

La Iglesia de la Inmaculada Concepción es un punto de referencia conocido del lugar. Sus paredes externas contrastaban el lugar, eran simples, pero con una gran pizca de elegancia y decencia.

Conduzco hasta la iglesia apretando los dientes. No recuerdo que hubiera un estacionamiento en el costado del viejo edificio de piedra, pero cuando llego ahí está, y se ve que siempre ha estado ahí. Otros tres autos están estacionados al azar con cuatro o cinco espacios separándolos, y me siento obligado a mantener el mismo espacio. Estaciono en el extremo más alejado, tan lejos como puedo de todos los demás. Me parece extraño. Por alguna razón había pensado que la gente que estaciona en una iglesia se reuniría en una demostración de solidaridad o algo. Alguna clase de ¡choca esos cinco! para los amantes de Dios dueños de autos. Pero resulta que los católicos odian que les rayen la pintura del auto tanto como las demás personas.

Encuentro al párroco en la rectoría haciendo flexiones. Tiene la camiseta gris completamente sudada y los pies descalzos, aunque un par de zapatos de correr están en la entrada de la rectoría y un par de calcetines están metidos dentro de los agujeros.

Es joven, tal vez tenga treinta y cinco años. 

—Me da gusto conocerlo por fin, khun Gun. Lo siento, por lo general hago un descanso a esta hora de la tarde. Es el único momento que tengo para hacer ejercicio.

—Claro. Los párrocos también necesitan estar en forma.

Parece un comentario gracioso, dado que la gran mayoría de los monjes que he conocido han sido obesos y probablemente no se habían agachado para recoger su periódico en años.

—Soy Joss. Conocí bien a su padre. Lamento su pérdida —dice.

—Gracias. Es muy amable. —Portarme como un idiota con Joss no está en mi lista de prioridades.

Calicó |OffGun|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora