La regla de los tercios

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En aquel entonces.

—La regla de los tercios es todo acerca de perspectiva, no puedes simplemente disparar al centro de la imagen y ya, no si quieres una imagen dinámica. Tienes que cumplir la regla de los tercios. La composición es... ¡Guau!, es todo. —Me tropiezo, me enderezo y tomo otro trago de la botella recalentada que sostengo con ferocidad en la mano derecha. La cerveza dentro de la botella también está caliente. Sabe a rancio y a viejo. A mi lado, Tay se tambalea simulando caminar por la cuerda floja a lo largo de la acera, sonriendo como un idiota.

—Si tú lo dices, hombre —señala con el pulgar hacia arriba.

—Es verdad. Si el ángulo del objeto o característica central de la imagen está hacia abajo y ligeramente hacia la derecha o hacia la izquierda, le da a la fotografía... —hago una pausa para eructar—, le da... energía. Intensidad. Tensión.

—Ah, y sabes todo acerca de la tensión ¿verdad?, del tipo sexual. Hombre, viste cómo Jane te estaba haciendo ojitos de ven-fóllame. Te odio jodidamente tanto, idiota. Sus pechos son... no sé, ridículos.

—También su cabello —asevero—. Parece que metió el dedo en la toma de corriente.

—¿Quién da una mierda por su cabello, peng? Estarías demasiado ocupado sofocándote en sus dobles D para darte cuenta de cualquier cosa que pase por encima de su cuello.

Me río porque supongo que es verdad. Los pechos de Jane realmente son inmensos. Pero por alguna razón no quise quedarme en la fiesta y tratar de quitarle el sostén. Pasé el noventa por ciento de la noche mirando a la puerta, esperando que alguien más entrara, el pequeño ratón de biblioteca. Sin embargo, no me sorprendió que nunca apareciera.

He estado al tanto de él, y nunca lo he visto en situaciones sociales. Siempre está solo, sentado tranquilamente en algún lugar, con la cabeza hacia abajo, escribiendo o estudiando, por lo general ambos. Atisbé algunos de sus dibujos por encima de su hombro cuando estuve en la biblioteca. Nunca lo supo, por supuesto, nunca sabrá que creo que es bastante talentoso. Le gusta dibujar aves.

Seguimos caminando, pasándonos la cerveza de ida y vuelta hasta que se acaba, y luego Tay lanza la botella a la calle. Grita cuando se rompe, lanzando fragmentos de vidrio que se ven como miles de diamantes sobre el asfalto. Corremos, o más bien zigzagueamos borrachos por la calle principal, riendo más fuerte de lo que es aceptable a las tres de la mañana, y llegamos a solo cuatro cuadras de casa. La luz del dormitorio de mamá está encendida.

—Mierda. —Me tapo el rostro con los dedos, sin saber si es porque se siente bien, o porque ha surgido el pánico. Me patearán el trasero...

— Estoy a punto de que me pateen el trasero —le anuncio a Tay. Hace una mueca extraña.

—Hey, peng lo siento, apesta ser tú.

—Sí, sí. Lo que sea. Espero que tu mamá también esté despierta y saque el cinturón.

Se ríe a carcajadas pegándome en el hombro y me guiña el ojo.

—Ha estado tomando melatonina[1] por meses. Se va a la cama a las diez y no se despierta hasta la mañana. Podría tener un concierto de rock en la sala en este momento y estaría en el piso de arriba roncando como un tronco.

—Púdrete.

—Odioso.

Se va, y me tomo un momento para oler mi aliento antes de entrar. Es malo, incluso si tuviera pastillas de menta o goma de mascar, que no tengo, no enmascararía el olor a alcohol.

Calicó |OffGun|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora