Calicó

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Gun

En aquel entonces.

Debí haber imaginado que mi padre se daría cuenta de lo que había crecido mi vientre. Sin embargo, no había esperado que viniera hacia mí de la manera en que lo hizo, dándome puñetazos. Un mes antes, cuando estaba embarazado de tres semanas aún bastante plano del estómago y escondiendo mi malestar al despertar, mi profesora de arte había arrinconado a mi padre en el supermercado y le dijo que, en mi última asignatura, en su clase, me había ganado un viaje a un Instituto de Arte en Nueva York como posible estudiante. Él no había sido capaz de decirle que no iba a dejarme ir, ya que el viaje estaba todo pagado. A Off lo habían aceptado en la Universidad de Columbia para estudiar foto-periodismo, así que estábamos los dos soñando con la vida que tendríamos juntos fuera de Tailandia.

Para cuando llegó el momento de irme, estaba en el vestíbulo esperando al taxi que me llevaría al aeropuerto, y no escuché a mi padre acercarse sin hacer ruido por el pasillo. Gritó como una banshee[1], agarrándome por detrás y tapándome la boca para impedirme gritar.

—Eres jodidamente asqueroso, lo sabes ¿verdad? —escupió las palabras en mi oído—. Como una sucia puta mentirosa. No puedes esconderme nada, Gun. Puedes estar seguro, como que el infierno existe, que no ibas a ser capaz de esconder esto. —Metió su puño con fuerza en mi estómago, gruñendo furiosamente. A través de la puerta abierta, vi al taxi apareciendo en la acera, listo para llevarme, pero ya no iba al aeropuerto. Iba abajo, al sótano, y mi padre iba a matar a golpes cada centímetro de mi vida.

Ahora está oscuro. No sé si es porque estoy en el sótano, o porque mis ojos están cerrados por la hinchazón. Mi padre ha estado caminando durante horas, adelante y atrás, adelante y atrás, mientras yo yacía en el suelo sucio apenas consciente. Finalmente, gracias a Dios me había desmayado. Ahora que me he despertado y no puedo ver nada, no puedo decir si aún está aquí, sentado en silencio, esperando su momento. Me duele todo el cuerpo.

A menos de quince metros distancia, Off probablemente está ayudando a su madre a hacer la cena. O está arriba en su habitación con las densas cortinas negras bajadas sobre las ventanas y una toalla puesta contra la puerta mientras revela sus fotos. Probablemente está pensando en el día en que vuelva de mi viaje, porque habíamos planeado contarle a su madre sobre el bebé.

Por encima de mi cabeza una tabla del suelo hace ruido y casi pego un salto. El bajo zumbido de la tele cobra vida y el alivio se apodera de mí. No está aquí conmigo. Está arriba en el salón, sin duda sentado con una cerveza en su sillón como si nada hubiera pasado. Me esfuerzo en abrir los ojos.

Están hinchados, casi al punto de no poder abrirlos, pero me las arreglo para separar los párpados lo suficiente para ver la forma de la mesa de trabajo de mi padre en la oscuridad. Me cuesta un rato ponerme derecho y después otro más largo ponerme de pie. Agudos pinchazos de dolor atraviesan mi vientre doblándome cada vez que una nueva contracción llega. La agonía me quita la respiración. Cuento los pasos hasta que finalmente alcanzo el primer escalón de la escalera hacia la planta alta de la casa. Hay un interruptor de luz que encuentro fácilmente.

Me atemorizó por un segundo pensar que mi padre había quitado la bombilla con el propósito de castigarme más, pero cuando la pequeña habitación se llena de luz suspiro de alivio. Hasta que bajo la mirada y veo toda la sangre. Está en todas partes, oscura, chorreando entre mis piernas por los jeans. En el suelo, unos pocos metros atrás, donde estuve yaciendo unos momentos antes, una oscura mancha carmesí había encharcado la suciedad, medio seca, medio húmeda... hay tanta. Levanto la mano para taparme la boca y no gritar de miedo, pero mi mano está llena de sangre también, me veo la piel manchada de rojo y pegajosa y esto es la gota que colma el vaso.

Calicó |OffGun|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora