Catch 04.01

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Al día siguiente la luz se encendió y ______ parpadeó porque le molestaba la claridad.
Casi no había dormido nada.

Él abrió la puerta y dejó una taza de café con dos tostadas con mantequilla sobre la mesilla. Aun iba con el pantalón del pijama y puso las manos en la cintura como si estuviera exasperado.

—¿Te duele la mano?
—Sí —susurró desmoralizada.  Le desató la mano herida y después la otra.
—Empieza a desayunar.  No tengo todo el día.

Se sentó en la cama cogiendo la taza de café mientras él le desataba los tobillos.

—Hoy tengo mucho trabajo.  Como intentes salir del sótano por la ventana, la alarma sonará y me llegará un aviso al móvil como ayer. No pienses que va a venir la policía porque diré que no ocurre nada. Si tengo que regresar de la oficina por tu culpa, no podrás sentarte en una semana —dijo fríamente antes de salir de la habitación. Con la taza en la mano, escuchó como salía del sótano cerrando la puerta y se levantó lentamente para salir. Al mirar a su alrededor vio que había recogido los restos de porcelana de debajo de la ventana e incluso había limpiado la sangre del suelo. Apretó los labios al ver la ventana resquebrajada.  Entonces una idea se le pasó por la  cabeza.

Era  un  millonario acostumbrado a tener dinero desde siempre, pues su familia llevaba en el negocio toda la vida. Seguro que su presencia allí había provocado que no tuviera servicio y debía estar algo harto de llevarle el desayuno y limpiar por su culpa. Igual si lograba su confianza, la dejaba subir para preparar una comida decente. Lentamente volvió a su habitación y sentada en la cama desayunó tranquilamente. Decidió darse una ducha formando un plan en la cabeza. En cuanto la dejara subir, le pegaría con una sartén en la cabeza y huiría. No tenía ni idea de donde estaba,  pero no podía estar muy lejos de la civilización por lo poco que tardaba en llegar del trabajo con el tráfico que había en Seúl en hora punta.

Después de ducharse y como no podía ir en pelotas todo el día, fue hasta el armario y descolgó uno de los uniformes de sirvienta. Eligió el negro porque el azul intenso parecía aún más cortó. Prescindió del mandilito blanco y de las medias. Buscó en todos los cajones, pero no había ni una sola pieza de ropa interior. Resignada se puso el vestido que le llegaba a la mitad del muslo y en la cintura le quedaba algo suelto. Seguramente porque había que ajustarlo con el mandil, pero no pensaba animarle más aun a aquella fantasía estúpida. La falda en vuelo no era muy cómoda para sentarse, porque si lo hacía no llegaba a cubrir sus partes de la superficie en donde se sentaba. Pero como solo podía sentarse en la cama,  tampoco importaba mucho.

Miró su hombro y vio el encaje de las manguitas abombadas  que  llevaba.

Menuda ridiculez.

Se sentía estúpida. Parecía una muñequita del siglo pasado a la que le habían cortado la falda para verle el trasero.
Se tocó el cabello que se le estaba empezando a rizar porque no se lo había planchado. Nunca lo llevaba rizado, así que cuando la viera se iba a llevar una sorpresa.

Sentada en la cama miró a su alrededor pensando en qué hacer. Podía caminar en la cinta, pero nunca hacía ejercicio, así que eso estaba descartado. Lo que le faltaba ahora que se acababa de duchar. Se bajó de la cama y la hizo con calma dejándola tan estirada como si estuviera en el ejército.
Después deambuló por el sótano.  Incluso abrió los tambores de la lavadora y la secadora por si había algo que pudiera ayudarla. Encontró un calcetín negro. Lo levantó con dos dedos y entrecerró los ojos. Si tuviera monedas sería un arma, pero como no las tenía, le servía de muy poco. Lo volvió a tirar dentro del tambor y siguió caminando alrededor del sótano. Estaba pasando al lado de las máquinas de ejercicio cuando vio una argolla en la pared. Estaba pintada de gris por encima de su cabeza y desvió la mirada a la derecha para ver otra a un metro más o menos. Al mirar hacia abajo encontró las correspondientes cerca del suelo. Se le puso el vello de punta pensando para lo que eran. Se giró de pronto. Un hombre como él, al que le gustaba ese mundo, tenía que tener una cámara de tortura o algo así.

¿Dónde estaban sus juguetes? ¿Habría otra puerta oculta?


Lo revisó todo de arriba abajo,  pero nada. Incluso miró debajo de la cama, pero aquella habitación tenía pinta de ser del servicio. Seguramente de alguna interna porque tenía señal de televisión. Era una pena que hubiera sacado la tele. Pero era obvio que no quería entretenerla en absoluto para que pensara en su actitud.

Maldito psicópata.

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