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Eustass Kid se frotó los ojos. Giró la cabeza para mirar el reloj de su mesilla, el cual marcaba ya la hora de comer. Kid se sorprendió, no pensaba dormir tanto ni tan bien. Con pereza, se levantó de su cama y se vistió. Fue al baño a asearse levemente, pues el estómago le rugía como una fiera que lleva tres semanas sin probar bocado. Salió de su camarote en dirección a la cocina, y allí se encontró a todos.

Sus compañeros estaban preparando la mesa para comer. Olía jodidamente bien, y a Kid se le hizo la boca agua.

–Buenos días, capitán –saludó Killer, el primero en darse cuenta de que Kid había llegado. Cómo no. El resto de la tripulación repitió las mismas palabras a coro.

–¿Dónde está la puta comida? Mataría por un jodido plato de carne –se limitó a decir Kid. Las buenas maneras y la educación no iban con él. Sin hacerse de rogar, se sentó en su silla, presidiendo la mesa, mientras el resto terminaba con los preparativos.

En menos de tres minutos la comida estaba servida. Kid sonrió satisfecho: frente a sus narices tenía un enorme bistec de ternera en salsa barbacoa, y arroz para acompañar. Le encantaba la carne, de hecho, era lo único que comía (a excepción de arroz y pasta, algunas veces). Kid siempre había tenido la opinión de que lo verde era para los animales. Se sintió doblemente satisfecho cuando Killer le acercó una enorme fuente de patatas fritas bien saladas. Todos comenzaron a comer, aunque Kid ya había empezado.

–¿Qué isla nos espera? –preguntó Kid absorto en su filete de ternera. La navegación siempre se la dejaba a sus compañeros, tenía plena fe en ellos-. Hace mucho que no piso tierra, y empiezo a cansarme. Necesito movimiento.

–En unos días llegaremos a una pequeña isla –contestó Killer–. Al Log Pose le ha costado centrarse, pero por fin ha encontrado una isla de verano. Además, no parece una isla corriente... Parece tener un gran magnetismo.

–¿Magnetismo? ¿Qué coño quieres decir, Killer? –Kid miró a su mano derecha con curiosidad.

–Creemos que, por cómo se comporta el Log Pose, la isla está encantada. O tiene una gran cantidad de magia, o algún ser muy poderoso –ante la respuesta de su compañero, Kid no pudo más que reírse, y casi se atraganta con el arroz.

Cuando se serenó, Kid alzó su jarra de cerveza y gritó:

–¡Un brindis por nosotros y por nuestra próxima aventura! –y todos alzaron sus jarras y brindaron–. Esa isla suena interesante, parece que nos divertiremos –Kid bebió un gran trago de cerveza y sonrió. La nueva isla le tenía emocionado.

Por la tarde, Kid se encargó de arreglar el casco de Killer. En la última pelea con la Marina, Killer se había llevado un gran golpe en la cabeza, y su casco se había resquebrajado. Killer entró en el camarote de su capitán, y se encontró al susodicho tumbado en la cama roncando. Killer suspiró, y le despertó con un leve movimiento en el brazo.

Kid abrió un ojo molesto, no le gustaba que le despertasen. Aunque no recordaba haberse quedado dormido, sólo se tumbó en la cama para reposar la comida y cerró levemente los ojos para descansar la vista... Se sentó sobre su cama frotándose los ojos, y Killer comenzó a quitarse el casco. Cuando Kid vio a Killer, pensó que habían llegado a la isla, pero al verlo quitarse el casco lo comprendió.

Kid se dirigió a su mesa de trabajo, se colocó las gafas de ingeniero que llevaba en la cabeza y comenzó a reparar el casco. Killer le esperaba apoyado en una pared, no había más sitios donde sentarse a excepción de la cama, pero a Killer le daba respeto: era la cama de su capitán, al fin y al cabo.

–Joder, Killer, ¿aún no tienes la suficiente confianza como para tumbarte en mi cama? –le espetó Kid, a lo que Killer se sonrojó levemente–. Eres mi mano derecha y mi mejor amigo, no tienes que actuar siempre tan respetuosamente hacia mí.

–Lo sé, Kid... Pero sigues siendo mi capitán –la voz de Killer sonaba un poco temblorosa.

–¡No me jodas, Killer! –rió Kid–. Eso ha sonado muy maricón, parece que te hace falta un buen polvo– y Kid volvió a reír. Killer también se rió, pues sí que había sonado extraño–. Esto ya está, toma– y Kid le entregó el casco a Killer.

–Gracias, capitán –sonrió Killer, colocándose de nuevo su casco. La verdad era que Kid no comprendía como su amigo podía llevar todos los días semejante armatoste en la cabeza. ¡Si hasta lo usaba para dormir!

–No esnada, Killer –Kid pasó una mano por el hombro de su compañero, saliendo juntosdel camarote–. Y no te preocupes por lo de antes –susurró Kid–, yo tambiénnecesito follar ya –y entre risas, los dos salieron del dormitorio y sedirigieron a cubierta.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora