XXVIII

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Eustass Kid sintió cómo la respiración de Trafalgar desaparecía bajo la presión de su única mano de carne y hueso. Él no estaba ejerciendo más presión, era el moreno quien había dejado de respirar por un momento. Era el moreno quien, completamente atónito, observaba pálido su brazo metálico. Ese brazo metálico que se había convertido en su característica principal, por lo que todos le temían en el Grand Line, ese brazo del que se sentía tan orgulloso.

No es que le hubiese afectado perder su miembro de carne, ya sabía a lo que se arriesgaba cuando emprendió el largo viaje por los océanos cuando apenas llegaba a la mayoría de edad. Había sucedido en un ataque, y lamentaba no haber estado más atento cuando no vio venir aquella bala de cañón, pero no se quejaría jamás por perder un pedazo de carne.

Además, con el poder de la Fruta del Diablo, aquel brazo era perfecto para él. Y en el tiempo que había convivido con la pieza metálica, el pirata se había acostumbrado a ella. Podía quitarse gran parte, desmontarla y dejar sólo las clavijas incrustadas en su piel por si tenía que ducharse o dormir, pues estar en la cama con ese mastodonte de hierro no era aconsejable.

El tener ese nuevo compañero inerte en su cuerpo no le molestaba. Pero el hecho de haberlo perdido por estar pensando en Trafalgar, sí. Porque suponía el punto más bajo de su nueva condición, porque había tocado fondo. Porque había dejado de ser Eustass Capitán Kid para ser el perrito faldero del sacerdote. Y haberse reencontrado con él de nuevo después de dos largos años y comprobar que el moreno estaba en su sitio sin pena ni gloria, habiéndole olvidado, le ponía muy furioso.

Porque no quería ser el único que sufriera allí. Porque no quería aceptar que su amor había sido un engaño por parte del otro. Porque quería creer que él también le amaba, tanto como hacía el pelirrojo. Porque en el fondo era lo que deseaba su corazón, ser correspondido por el moreno como hizo dos años atrás. Volver a aquel tiempo casi mítico e ideal en el que no importaba nada más que ellos dos. Perderse en sus preciosos ojos de plata, beber de su perfecto cuerpo tostado y fundirse con él en un solo ser.

Ver esa expresión en el calmado rostro de Trafalgar le turbaba. Lo recordaba serio, seco, firme. Cuando no estaba con él haciéndose mimos, el moreno era un témpano de hielo. Siempre atento y preparado, siempre protegido por una burbuja transparente que impedía a cualquiera llegar hasta él. Porque esa barrera nunca se derrumbaba por mucho que uno lo intentase. Porque era Trafalgar quien condecía el privilegio de abrir las puertas de su inexpugnable fortaleza y, cuando uno estaba dentro, se daba cuenta de que el moreno realmente estaba necesitado. Era algo que no había pasado desapercibido para Kid, la falta de cariño del tatuado, y de ahí su insistente demanda.

Y era por ello que el pelirrojo esperaba encontrarse a un Law destrozado como él, perdido sin su compañía después de dos largos años de tormento. Pero al contrario que sus pensamientos, Eustass se había encontrado con un Law más fuerte, diferente y, por supuesto, con su fortaleza reforzada.

Y eso sólo quería decir que le había dejado entrar para divertirse con él un rato, y cuando se cansó de él, lo echó al foso con los muertos. Pero esos ojos de estupefacción... Esos ojos le decían algo más. Algo de lo que no estaba seguro, pero por lo que su corazón llevaba esperando dos años.

*

–¡NO! –gritó entre lágrimas el pequeño pastorcillo mientras se aferraba como podía a las piernas del pirata de una forma muy rastrera y lamentable–. ¡Por favor, Killer! ¡Por favor, no te vayas! ¡Por favor!

El nombrado se paró en el marco de la puerta, con ésta medio abierta, viendo ante sus ojos un desértico pasillo con otras habitaciones de donde provenían gemidos y jadeos de hombres y mujeres por igual. El olor a incienso le inundó las fosas nasales, ese estimulante aroma que acompañaba el lugar, pues aquello no dejaba de ser un prostíbulo. El rubio se giró para ver al castaño, llorando desconsoladamente a grito pelado mientras se aferraba con sus finos y delicados dedos a los bajos de sus vaqueros. Era descorazonador verle así... Pero Killer ya no tenía corazón.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora