II

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Pasaron dos días, y la ansiedad de Kid aumentaba por momentos. Quería llegar a esa isla ya, sentía que algo extraordinariamente bueno le iba a pasar. Aunque claro, ni él mismo sabía lo que era, porque Eustass Capitán Kid no creía en corazonadas ni gilipolleces de ese calibre. Estaba de tan buen humor que sus compañeros se fueron contagiando, y sacaban los barriles de cerveza a mitad de mañana, con ganas de fiesta. Bebían durante todo el día, llegando incluso a olvidarse de comer (aunque el cocinero siempre tenía algo preparado por si acaso).

Estaban tan absortos en su particular fiesta que no percibieron la tormenta que se les venía encima. El cielo se había llenado de nubes, y no dejaban pasar ni un rayo de sol. Pero los muchachos pensaron que se había hecho de noche.

Empezó a llover, primero despacio y luego con más virulencia. Y los muchachos se metieron dentro del barco, concretamente en la bodega, para seguir bebiendo. Y allí permanecieron un buen rato, hasta que el barco fue golpeado por una ola. Ante el movimiento repentino, Kid fue el primero en ponerse alerta. Iba borracho, pero eso no le impedía actuar con celeridad y de forma correcta. O eso pensó él. Se levantó de un salto, que por suerte no lo mareó, y mandó a todos a cubierta.

Cuando consiguieron salir todos al exterior (subir las escaleras había sido tarea difícil para algunos), vieron el panorama: una fuerte tormenta incrustada en el cielo, lloviendo sin parar y con grandes truenos y relámpagos cruzando por encima de sus cabezas. A cada relámpago se iluminaba el cielo, dándole un aspecto aterrador.

Kid empezó a gritar órdenes, y sus compañeros reaccionaron rápidamente. Agarraron las cuerdas que sujetaban las velas, y varios de ellos se dirigieron al timón para intentar recuperar el control del barco, que daba aldabonazos con cada ola que le golpeaba.

Kid estaba histérico, no sabía qué hacer. Se sentía culpable por no haber sido capaz de prever una tormenta de estas características. Ahora la vida de sus compañeros estaba en peligro. Él mismo estaba también en peligro, pero eso le importaba poco. Lo principal era proteger el barco y lograr mantenerlo a flote. Y eso gritaba, mirando a todas partes y a ninguna.

Los barriles de cerveza que los muchachos habían sacado a cubierta horas antes rodaban sin cesar. Se llevaron a alguno por delante. Kid percibió como uno de sus compañeros estaba tirado en el suelo, inconsciente. Lo levantó y se lo colocó al hombro, como si fuese un saco de patatas. A pesar de ir ebrio, Kid seguía siendo Kid. Con cuidado, avanzó por la cubierta hasta llegar a su camarote, tumbando a su compañero en la cama. Un hilo de sangre corría por la cabeza del muchacho. Al percibirlo, Kid apretó los dientes y los puños y se maldijo a sí mismo por ser tan imprudente.

Cuando salió a cubierta, la tormenta había empeorado, si es que eso era posible. Sus compañeros luchaban sin frutos por mantener las velas en su sitio, y Kid corrió a ayudarles. En medio del problema, Kid se veía completamente desbordado. Era incapaz de encontrar una solución, sólo podían resistir. Giró su cabeza, buscando a Killer. El rubio estaba en el timón.

Las olas seguían golpeando el barco. Se alzaban imponentes, como queriendo engullir la embarcación de madera. Chocaban contra el barco, y no contentas con moverlo, inundaban la cubierta, volviendo el suelo resbaladizo. Se empezaban a formar charcos. Kid se cabreó aún más, maldita la hora en la que se comió una Fruta del Diablo.

Y cuando todo no podía ir a peor, un enorme tentáculo grisáceo asomó por el agua, seguido de varios más. Un calamar gigante. Y Kid se cabreó aún más si cabe. Tenía las manos ensangrentadas de sujetar las cuerdas con tanta fuerza, pues éstas, al hacer fricción, le habían desgarrado la piel. Su cara estaba roja completamente por el esfuerzo, y sentía que le faltaba el aire. Además, con cada ola venía un chapuzón de agua.

Los tentáculos del animal se agarraban al barco con fuerza, resquebrajando la madera. Kid soltó la cuerda y decidió hacerse cargo del nuevo imprevisto, pues si no se ocupaba, tarde o temprano acabaría por volcar el barco y engullirlos. Con su magnetismo, Kid creó un brazo metálico y le propinó un puñetazo tan potente que hizo retroceder al animal, el cual emitió un gutural quejido.

Killer también se acercó al calamar, y con una de sus cuchillas le cortó un tentáculo de cuajo. El animal volvió a gritar, esta vez más fuerte al perder un miembro. El tentáculo cayó a cubierta, moviéndose con frenesí por unos segundos hasta pararse por completo. Kid miró a Killer y le sonrió, por razones como esa era su mano derecha.

Pero el calamar, enfurecido, volvió al ataque. Dirigió uno de sus tentáculos al palo mayor y lo agarró con fuerza. Kid gritó con rabia, no iba a permitir que ese jodido calamar le destrozase el barco. Y menos con sus compañeros a bordo. Lanzó su brazo metálico contra el animal, con toda la fuerza que tenía. Agarró uno de los tentáculos del calamar y tiró hacia sí. El animal chilló de dolor al notar cómo se desgarraban sus fibras corporales. Instintivamente, el tentáculo que se había agarrado al palo mayor ejerció una gran presión, tanta que llegó a romperlo.

Kid tiraba del tentáculo, y no vio lo que se le echaba encima. El calamar, con el tentáculo agarrado al palo mayor, tiró hacia sí con rabia, llevándose todo lo que tenía por delante. Killer presenciaba la escena desde un lugar más seguro de la cubierta, pero junto al calamar. Gritó, y Kid sólo fue capaz de girar su cabeza hacia su compañero. El palo mayor se estrelló contra el cuerpo del capitán y lo arrastró al mar.

Kid estaba estupefacto, no sabía qué había pasado. De hecho, le costaba pensar... ¿Sería la cerveza? Trató de respirar, se sentía tremendamente pesado. Un momento... ¿Esto es agua? ¿¡Cuándo cojones se había caído al mar!? Mentalmente trató de mover sus brazos hacia la superficie, pero era imposible.

Kid miraba el barco con frustración. No era así como había planeado morir. De repente, todo se volvió oscuro. El agua se espesó, y una sustancia que Kid no acertó a adivinar impregnó toda la zona. Sentía como le faltaba el aire. Los ojos le escocían, los pulmones le ardían, querían salir de su pecho en busca de un poco de oxígeno. Cerró los ojos y los abrió de nuevo, deseando que la situación hubiese cambiado. Pero no tuvo éxito. Los volvió a cerrar, y dejó de pensar.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora