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Kid, Killer y Franky anduvieron por la calle hasta que llegaron a la plaza. No habían visto nada en especial durante su camino, las casas eran todas iguales. Era como si el pueblo fuese todo igual, como si sus habitantes hubiesen sido cortados por el mismo patrón. Y en la plaza central de la ciudad (y la única que había) estaba el palacio. Si las murallas les habían impresionado, esto les dejó anonadados.

En medio de la plaza, el palacio se anunciaba imponente. Franky había dicho que se le llamaba zigurat en sumerio. El zigurat tenía una base rectangular, y se accedía a él por una escalinata en la parte frontal. No tenía murallas que lo protegiesen, pero los habitantes de allí tampoco parecían querer acercarse. Cuando pasaban por su lado, hacían una leve reverencia y continuaban con su camino. El palacio estaba rodeado por columnas, que en realidad eran figuras de mujeres con manos y pies de águila. Todas llevaban una extraña corona de cuernos y varios tatuajes en brazos y pecho. Tras las columnas, y entre la pared del palacio, caminaban los soldados, haciendo la ronda.

El palacio estaba construido en ladrillos terracotas, y las estatuas de mujeres tenían un color más oscuro, parecían de chocolate. El tejado era plano, como el de las casas, pero a diferencia de éstas, tenía un muro de ladrillos de unos 50cm de alto. Y lo que más llamó la atención de los piratas fue el enorme jardín que había sobre el tejado: se divisaban innumerables árboles, flores y arbustos. Parecía una reproducción de la selva que dominaba la isla.

Pero el palacio tenía una segunda planta, pero no tenía la misma superficie que la primera. De hecho, Kid calculó que ocupaba la mitad. Y también había una tercera planta, aún más pequeña que la anterior. Y una cuarta, que medía lo mismo que el camarote del pelirrojo. La segunda planta estaba pintada con el azul fayenza de las murallas; la tercera planta estaba pintada de un morado casi místico; y la cuarta estaba sin decorar.

–Bueno, muchachos –comenzó Franky–, debería volver al barco. He dejado solos a vuestros compañeros mucho tiempo.

–Claro, puedes marcharte –continuó Kid–. Gracias por traernos aquí, pero ahora continuamos solos –y Kid sonrió de tal forma que al peli-azul se le erizaron los pelos de la nuca.

–Por favor... Recordad todo lo que os he dicho durante el viaje... –y ante el asentimiento de ambos, Franky se marchó dubitativo. Sabía que no era buena idea dejar a esos dos solos, pero no podía hacer nada. No quería verse envuelto en problemas.

–¿Y bien? –preguntó Killer cuando Franky ya se había perdido entre la multitud–. ¿Qué hacemos ahora, capitán?

–Ya que hemos llegado hasta aquí, sería una falta de educación por nuestra parte no presentarnos ante ese sacerdote, ¿no crees, Killer? –aunque la educación no era precisamente lo que les caracterizaba, el rubio sonrió. También tenía ganas de fiesta. Y con una ladina sonrisa, Kid comenzó a subir la escalinata.

Cuando llegaron arriba, los soldados dejaron de andar y les miraron. Los dos soldados que flanqueaban la puerta se cuadraron. Vestían una toga de manga corta que les llegaba hasta las rodillas de color amarillo, una pechera de cuero, un pañuelo atado a la cintura de color verde que hacía las veces de falda encima de la toga amarilla, y sandalias de cuero. Por supuesto, iban armados con una lanza y un escudo, además de protegerse con un casco de bronce acabado en pico (que a Kid le recordó la forma de una teta) y brazaletes de bronce también.

–¡Quietos! –gritó uno de ellos–. ¿Quién osa adentrase en palacio y molestar al Sumo Sacerdote?

–Soy Eustass Capitán Kid, y este es mi compañero Killer. Queremos hacerle una pequeña visita al sacerdote –el pelirrojo sonrió–. Serán sólo unos minutos.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora