III

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Kid abrió un ojo, los rayos de sol le molestaban sobremanera. Pero no pudo pensar en nada porque un torrente de agua salada pedía a gritos salir de su garganta. Se giró a un lado y tosió con todas sus fuerzas, quería escupir lo que había tragado. Cuando recuperó el aliento, Kid abrió los ojos. ¿Dónde coño estaba? Sentía algo mullido bajo su cuerpo... una cama. Pero no era su cama.

Observó la habitación con meticulosidad. Era pequeña, y apenas había muebles. Y qué decir de la decoración. Kid no entendía de esas cosas de mujeres, pero hasta él tenía más gusto que la persona que había decorado aquello. Cerró los ojos, los rayos de sol que entraban por la ventana que, casualidades de la vida, estaba justamente encima de la cama, le quemaban las pupilas. Y sentía un fuerte dolor en el pecho, una presión enorme. Y pinchazos en la cabeza. Joder, estaba peor que después de una noche de desenfreno.

Y de repente, como por arte de magia, recordó todo. Se incorporó con brusquedad, pensando en la tormenta, en el calamar gigante, y en su caída por la borda. ¿Estaría muerto? Y si eso era así, ¿estaba en el cielo o en el infierno? Kid se rascó la cabeza y sonrió pícaramente, conocía de sobras la respuesta.

Lentamente, se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. Al abrirla, escuchó unas voces muy familiares. En efecto, sus compañeros. Estaban todos, y todos sanos y salvos. Aunque... ¿Eso quería decir que estaban muertos? ¿Ninguno había sobrevivido al ataque de ese jodido calamar gigante?

Kid, superado por la situación, apenas fue capaz de abrir la boca para hablar, pero su garganta no emitió sonido alguno. De hecho, se quedó paralizado cuando sus compañeros se giraron al darse cuenta de su presencia y, con gran euforia gritaron al unísono: "¡CAPITÁN!". Se levantaron de sus asientos, pero sólo Killer dio un paso al frente para darle unas palmadas en el hombro.

–Creíamos que ya nos habíamos quedado sin jefe –dijo alegremente–, pero es verdad eso de que mala hierba nunca muere.

Kid se relajó, y rió con su tripulación. No estaban muertos, estaban jodidamente vivos. Le devolvió a Killer un leve puñetazo en el brazo, su máxima expresión de afecto con alguien.

–¿Dónde cojones estamos? –preguntó Kid, curioso.

Si ese dormitorio le había parecido deprimente, esta habitación no se quedaba corta. Un salón, con dos sofás andrajosos y viejos, con la funda rota, remendada y vuelta a romper; una mesita de café fabricada con dos bloques de ladrillos y una tabla de madera; una mesa de comedor rectangular con las esquinas astilladas y seis sillas, ninguna igual. Pero la cocina no estaba en mejores condiciones. Ambas habitaciones estaban juntas, separadas por una pared de unos 60cm mal pintada, dejando entrever los la madera. Ahora que se fijaba, todas las paredes estaban mal pintadas. Vaya pocilga, eso era demasiado hasta para Eustass Kid.

Un ruido sacó a Kid de sus pensamientos. La puerta principal se había abierto, y por ella entraba un hombre curioso cuanto menos. Alto, corpulento, con un llamativo pelo azul, aunque más llamativo era el tanga que llevaba, amarillo con flores rosas. Y era llamativo porque no vestía nada más. Kid hubiese alzado una ceja si las tuviera, pero se conformó con poner cara de póquer.

–¡TRAIGO LA COMIDA, MUCHACHOS! –y blandiendo un enorme salmón, el extraño personaje entró. Se quitó sus gafas de sol y se dirigió a la cocina, hasta que se topó con Kid–. Oh, así que tú eres el capitán –le escrutó levemente con la mirada, algo que puso de los nervios a Kid–. Yo soy Franky, encantado –y le extendió la mano en señal de saludo. Kid se vio obligado a corresponderle, aunque no entendía nada de lo que sucedía a su alrededor.

Sirvieron la comida en esa mesa, casi no cabían, pero el salmón tenía una pinta estupenda. A Kid se le hizo la boca agua, hacía meses que no comía pescado. Y, durante la comida, se enteró de lo sucedido. Cuando cayó al agua, perdió la consciencia por la falta de oxígeno. Killer saltó al agua para socorrerlo, pero el calamar había soltado un espeso chorro de tinta al huir del barco por las múltiples heridas recibidas, así que a Killer le costó más de lo deseado encontrar el cuerpo de su capitán.

Lo trasladaron a su camarote, y consiguieron que expulsase un poco de agua, la suficiente para no ahogarse. Pero Kid seguía inconsciente. La tripulación estaba hecha polvo, después de una ardua batalla contra un calamar del demonio y una tormenta sin precedentes (y eso que llevaban años navegando).

Y para colmo, tenían el barco destrozado y su capitán, la espina dorsal del equipo, su guía espiritual, estaba inconsciente. Killer trató de animar a sus compañeros, a fin de cuentas era el vice-capitán, y debía tomar el mando en situaciones como ésta. Asfixiado por el ambiente, salió a cubierta. Sorprendentemente, la tormenta había amainado. Y más sorprendente aún fue encontrarse una isla en sus narices. Esto no podía ser verdad. Si Dios existía, desde luego que le había escuchado.

Rápidamente, llamó al resto de la tripulación y, a duras penas, consiguieron arrastrar el barco (no podía navegar al estar en bastante mal estado) hasta la playa. Llegaron al puerto, y Killer salió en busca de un médico. Pero nadie se acercaba a él, de hecho, le miraban con temor y cierto recelo. Hasta que se encontró con Franky.

–Los habitantes de esta isla son muy particulares –afirmó el tal Franky mientras bebía un sorbo de Cola. ¿Cómo podía beber esa mierda teniendo cerveza?–. Los babilonios son suuuuuper cerrados, y suuuuuper egocéntricos, y suuuuuper raros... –¿En serio alguien como él estaba dando lecciones de normalidad? ¿Pero se había visto en un espejo?–. Bueno, y sin contar con que no hablan vuestro idioma.

–¿Qué? –gruñó Kid. ¿Eran retrasados? ¿Cómo no iban a hablar el mismo idioma? ¡Si lo conocía todo el mundo, desde el North Blue hasta el South Blue!

–Así es –explicó Franky con total tranquilidad–. Los babilonios hablan sumerio, un idioma milenario y originario de esta isla. Aunque hay otras islas cercanas que también lo utilizan.

–¿Y cómo es que tú hablas nuestro idioma? –preguntó Kid, entre molesto y confuso. A él le tenían que explicar las cosas claras, nada de gilipolleces milenarias ni hostias consagradas.

–¡Porque también soy del South Blue! –rió Franky. Oh, es verdad, estaban hablando en su idioma natal. Kid no se había percatado de eso.

Y ahora que prestaba más atención a su alrededor, veía a Killer traducirles a sus compañeros la conversación. Qué imbécil se sentía... Aunque pronto se le pasó el cabreo, culpando al lento despertar de su cerebro.

–Mira, capitán –Franky se puso serio–, si queréis permanecer en esta isla sanos y salvos, debéis pasar desapercibidos y no causar problemas –Kid se puso serio también–. Hay gente muy poderosa en esta isla...

Kid sequedó callado un momento. Luego, alzó la vista hacia el peli-azul y le dedicóuna sibilina sonrisa. A Franky se le heló la sangre. Y es que, en esa isla, nosabían quién era Eustass Kid.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora