XIII

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Eustass Kid y Trafalgar Law se besaban con pasión. El moreno estaba bien sujeto al pelirrojo, apresándolo con brazos y piernas, mientras que el pirata agarraba con furia la espalda del sacerdote para acercarlo lo más posible a su cuerpo. Ambos movían frenéticamente sus lenguas, uniendo sus salivas y bebiéndose el alma del otro. Kid nunca había sentido tantas ganas de besar a alguien como las que tenía en ese momento; Law no recordaba desear tanto a alguien como a aquel hombre.

Su cuerpo musculoso, sus enormes manos, sus finos labios, su llamativo cabello, sus ambarinos ojos, su carácter furibundo, sus malas maneras, su rabia contenida, su espíritu salvaje, su ruda voz, su aroma masculino... Todo de él le encantaba. Se había prendado de aquel hombre en unos segundos, y ahora que lo estaba probando, sus sentimientos hacia él se reafirmaban.

Había estado con infinidad de hombres, pero ninguno le atraía tanto como el pelirrojo. El sacerdote no comprendía muy bien por qué, pero el pirata tenía un extraño magnetismo que lo conducía una y otra vez a sus brazos, aunque no quisiera. Y ahora que estaba entre esos fornidos brazos, Law no pensaba soltarse nunca. Ese hombre era suyo y de nadie más.

Se separaron cuando la necesidad de aire se hizo apremiante. Trafalgar ladeó la cabeza y hundió su nariz sobre los pelirrojos cabellos de Kid, que no estaban peinados de la habitual forma hacia arriba y graciosamente desordenados, sino que ahora, completamente empapados, estaban repeinados hacia atrás como si de un hombre rico se tratase.

Por su parte, Kid deslizó su boca por el cuello del moreno y le propinó un notorio mordisco. Law gimió cortadamente de dolor y de placer. Estaba claro que ese hombre era una bestia, y como tal le había hecho daño, pero también le había marcado indicándole al resto que le pertenecía. Y la idea de encontrarse encadenado como un perro a la cama del pelirrojo excitaba a Law sobremanera.

–Vamos a la orilla –gruñó Kid al oído de Law. Se estaba cansando de nadar y sostener al moreno, que en el agua no pesaba nada, pero sus brazos le empujaban hacia abajo y el agua le salpicaba la cara.

–Tengo un plan mejor, Eustass-ya –sonrió el sacerdote.

Trafalgar se separó unos centímetros del pelirrojo y le miró intensamente. Kid se sintió incómodo, y le regaló un pérfido bufido. El moreno sonrió ladinamente y, con un movimiento de mano, una esfera azul los rodeó. Antes de que pudiera preguntar nada, el pirata escuchó un "Room" proveniente de su compañero y en un suspiro ambos cayeron sobre la cama del mayor. Kid aterrizó cual largo era sobre el colchón, y Law, como seguía agarrado a él, descansó su cuerpo sobre el del pelirrojo y en un rápido movimiento se sentó a horcajadas sobre él.

–¿¡Pero qué cojones has hecho!? –preguntó el pirata bastante alterado. No comprendía nada de lo que acababa de suceder.

–Tranquilo, Eustass-ya, sólo nos hemos transportado a mi habitación –respondió el sacerdote calmado con su característica voz melodiosa y sensual. Con sus finos dedos recorrió el pecho del pelirrojo pausadamente, disfrutando con cada poro de piel, deleitándose con el placer que le producía ese hombre. Como un tigre peligroso, se acercó al oído del menor y susurró–. ¿Por dónde íbamos?

Trafalgar comenzó a besar con cariño el ancho cuello del pelirrojo, que no dudó en emitir un extraño gemido. Estaba molesto, quería saber qué clase de poderes tenía aquel hombre. Agarró al moreno de la cintura y lo empujó al colchón, colocándose encima de él y ejerciendo presión con su pecho para que no se moviese.

–Explícame qué has hecho –dijo Kid bastante serio. Sus ojos se clavaban en los de Trafalgar como hierros ardientes, pero ver a su hombre tan enfadado sólo le encendía aún más. Hasta le parecía gracioso, ver cómo se marcaban las venas de su frente le divertía.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora