XI

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Eustass Kid, más cabreado que nunca, apartó de un manotazo la cortina de seda que hacía las veces de puerta en su habitación y salió al pasillo más furibundo que de costumbre. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se había percatado que iba desnudo. Y tampoco lo notaba, a pesar de ser temprano ya hacía calor. Ese maldito y sofocante calor, ese bochorno asfixiante que se te pegaba al cuerpo. Jodida isla.

En el pasillo había dos escalinatas, una que subía hacia arriba y otra que bajaba al piso de abajo. El pelirrojo creía conocer todas las estancias que el piso principal tenía, así que sin dudarlo ni un segundo, subió por los marmóreos escalones. Cuando llegó al piso superior, mucho más pequeño que el suyo, se encontró dos puertas. En realidad, había una puerta de madera y una cortina púrpura que hacía las veces de puerta. La brisa movió la cortina sinuosamente, como si estuviera invitando al pirata a entrar. Las fosas nasales de Kid se vieron embriagadas por esa fragancia que tanto odiaba, por ese dulce perfume. Esa debía ser la habitación del jodido sacerdote.

Como si de un tornado se tratase, Kid entró en la estancia. Si su habitación le había parecido lujosa, ésta le daba mil vueltas. Los muebles eran similares, pero éstos tenían ese toque que Kid no sabía clasificar que los hacía mucho mejores y, por supuesto, mucho más caros. Sofás alargados como los suyos (pero éstos eran de un precioso color azul marino), una mesita de té, sillones color púrpura, una enorme estantería llena de códices y rollos, un escritorio con más pergaminos extendidos, elegantes alfombras en el suelo, muchas macetas con flores y plantas, muchas velas aromáticas, un cuarto de baño separado por dos biombos del que sólo se podía advertir una enorme bañera de mármol, una cómoda de madera y una cama con dosel.

Y allí, en esa enorme cama de sábanas azules con adornos dorados, envuelto entre ellas, estaba el sacerdote. Law miraba curioso al pelirrojo, sonriendo sibilinamente ante la repentina aparición. Sus grisáceos ojos no podían apartarse de ese cuerpo esculpido por los dioses, y ahora que estaba despierto (y desnudo), a Law se le hacía más apetecible que nunca.

Revolviéndose como un gato, el moreno giró su cuerpo para colocarse tumbado de lado, reposando su cabeza sobre su mano, clavando su codo en el almohadón. La sábana había descendido por su cuerpo, dejando al aire libre su tatuado pecho. Kid no pudo evitar mirar. Su morena piel contrastaba tanto con la suya, tan blanca. Pero también se veía delicada, fina, suave. Era un muchacho delgado, pero estaba bien formado. Su cuerpo estaba fibroso, sus músculos se marcaban perfectamente. Y esos extraños tatuajes le daban un aire tan enigmático... Por un momento, Kid se olvidó de su enfado. Su mente se quedó en blanco.

–Buenos días, Eustass-ya –habló el sacerdote, con una melodiosa y sensual voz–. ¿Has dormido bien? –sonrió torcidamente, haciendo que Kid se enfadara de nuevo.

–Déjate de gilipolleces, sacerdote de mierda –le espetó Kid. No le gustaba que le tomasen el pelo, y menos de esa forma tan descarada. Pero Law no hizo más que sonreír de nuevo–. Dime qué coño pasó después de que me quedase inconsciente.

–No te quedaste inconsciente, Eustass-ya, la Diosa te castigó –corrigió el moreno, sonriendo sintiéndose superior. Sabía cómo molestar al pirata, y quería comprobar hasta dónde podía llegar con su actitud–. Te desmayaste cuando la Diosa se desvaneció.

–Me suda la polla tu diosa –blasfemó el pelirrojo–. Ahora que he despertado, me voy de aquí.

–¿Es que piensas obviar lo que te ha pasado? –inquirió el sacerdote–. ¿Acaso crees que puedes librarte de un castigo, así como así? ¿Que puedes pasar de los dioses tan fácilmente? Los dioses son poderosos, y no se dejan amedrentar por los mortales. Si abandonas, la Diosa te maldecirá de por vida. Serás un maldito.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora