XV

456 22 15
                                    

Trafalgar Law había terminado de darse un relajante baño después de una todavía más relajante siesta. Al moreno le encantaban los baños, se pegaba horas debajo del agua. El calor era sofocante incluso en invierno, y él era uno de los pocos privilegiados que podía darse un refrescante chapuzón a diario. Además, como le gustaba cuidarse, echaba diversos potingues y sales al agua que limpiaban, tonificaban y perfumaban su tostada piel. El aroma de las sales y los jabones permanecía en su cuerpo durante horas, y ya no digamos en su cabello, que mantenía el olor durante días. Sí, Trafalgar Law era una persona coqueta.

Vestido únicamente con su semitransparente túnica blanca con reflejos dorados, observaba recostado cual princesa en uno de los sofás por la bola de cristal, que descansaba sobre la mesita de café. Cuando su garganta se lo requería, el moreno bebía pequeños sorbos de su té recién servido por las muchachas. Le gustaban la mayoría de infusiones, pero frecuentemente mandaba preparar un brebaje con sabor tropical, como así lo llamaban los vendedores de tés. Tenía un particular aroma a frutas tropicales y pétalos de flores, además de que dejaba un color carmesí en el agua. Delicioso.

Como no podía ser de otra manera, el sacerdote estaba observando a su macho pelirrojo. Aquella acción se había convertido en toda una obsesión. Éste se acababa de despertar de su siesta, mucho más larga que la del moreno, y había ido directo a la bañera para despejarse. Apenas tardó unos minutos en ducharse, algo que desilusionó levemente al moreno, pues suspiraba por pasar horas a remojo con aquel musculoso cuerpo del pecado. Trafalgar se mordió el labio inferior intentando calmar sus ansias, no podía dejarse llevar con tanta facilidad. Él era el hombre más poderoso de ese extraño archipiélago, y no podía actuar como una colegiala que acababa de recibir su primer beso.

Ciertamente, había probado al pelirrojo por primera vez hacía unas horas, y no pasaba un segundo que no echase de menos a ese suculento hombre, pero debía mantenerse firme y continuar con su plan. El pirata estaba completamente a su merced, había caído en sus garras, y ahora era cuestión de tiempo el que viniera a suplicar como un perro por su amor.

Porque eso es lo que iba a pasar, lo que pasaba siempre. Todos los amantes que había tenido Trafalgar habían quedado tan prendados del sacerdote que acababan rogando por su amor, por un poco de atención. Al final se volvían molestos, sobre todo cuando encontraba un nuevo juguete con el que divertirse, y los mataba. Total, un alma más al Inframundo.

Pero Eustass Kid... Le hacía sentir un torbellino de emociones desconocidas hasta entonces. Tenía la necesidad de saber que el pirata estaba pensando en él, deseaba pasar entre las sábanas con él horas y horas, hasta caer rendidos el uno en brazos del otro, ansiaba no separarse de él nunca. Sus obligaciones como sacerdote le impedían abandonar esa isla, pero una parte de su mente sabía que, si Kid le pedía que se marchara con él en su barco, no tardaría ni dos segundos en hacer la maleta y partir al mar.

Trafalgar había pasado toda su vida en Babilonia. Apenas había visto el océano un par de veces. Desde muy pequeño había entrado a trabajar al servicio del Sumo Sacerdote, pero cuando éste murió ahogado en el río, la diosa Ishtar le eligió como continuador de la estirpe sacerdotal. Su vida era buena, relajada, vivía con todos los lujos que podía desear y apenas había tenido trifulcas con los aldeanos por los designios divinos: malas cosechas por no hacer ofrendas como es debido, desbordamientos del río por no respetar las normas y tradiciones... Nada, el pueblo estaba tranquilo y obedecía como un cordero que sigue su pastor.

Pero muy en el fondo, Law ansiaba salir de aquel lugar y conocer otras islas, ver el enorme océano y todas las posibilidades que éste ofrecía. Sus responsabilidades como Sumo Sacerdote se lo impedían, aunque podía conseguir el beneplácito de los dioses y romper su alianza para que otro ocupase el cargo y verse libre de por vida.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora