XXV

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Cuando Kid llegó a la puerta de palacio, lo que vio no le gustó nada. La plaza estaba sumida en un descontrol total: los esclavos corrían por todas partes, los muertos se acumulaban en la hoguera quemándose, la sangre regaba todo el suelo, los guardias reprendían a los sublevados, y éstos se entregaban ardientes a la lucha por conseguir entrar en el palacio. Si conseguían que Law los bendijese, su lucha no habría sido en vano y podrían dejar de ser esclavos para ser tratados como hombres libres.

El pelirrojo no entendía nada, los gritos y la confusión eran enormes, pero sí podía escuchar que los esclavos que conseguían subir por la escalinata del palacio gritaban el nombre del moreno desesperados. Y eso le puso muy furioso. Nadie se iba a acercar a Trafalgar. Nadie.

Lleno de rabia, el pirata se abrió camino entre la multitud enfurecida. Esquivaba con facilidad los golpes de los pobres y los espadazos de la guardia, aunque él no se contenía y también lanzaba algún que otro cuerpo a volar. Pisaba muertos, se empapaba con la sangre de los heridos, sentía navajas y cuchillas surcar a su alrededor sin llegar a rozarle...

Pero Kid sólo tenía un objetivo en mente. Subió las escalinatas y atravesó el patio porticado a toda velocidad, asesinando a cualquiera que se le pusiera por delante. Cuando los empleados de palacio le vieron llegar, se alegraron porque así el Sumo Sacerdote estaría protegido (aunque tampoco le hacía falta porque sabía defenderse solo), pero Kid pasó de largo hacia el piso superior.

El pirata apartó furioso la cortina que hacía las veces de puerta y entró como un torbellino en la habitación. Law daba vueltas por la sala nervioso, inquieto porque él no aparecía, pero cuando lo vio entrar por la puerta, sin dudar corrió a enterrarse en sus brazos. Sabía que no le pasaría nada, él era fuerte y se defendía perfectamente, pero una pequeña parte de su interior le repetía una y otra vez que le había abandonado. Que Kid se había ido para siempre. Pero el pelirrojo no le había abandonado. No podía abandonarlo. Algo en sus ojos había cambiado, ya no estaba deprimido. Y eso era bueno. Muy bueno.

–Eustass-ya, estaba preocupado –gimoteó Law enterrándose en el pecho de su amante.

–Sabes que no me pasará nada –contestó el pirata mientras acariciaba la nuca del moreno y enterraba sus dedos en las finas hebras que tenía por cabello–. Soy fuerte.

–P-Pero... –Law no quería decirle que tenía miedo de que no volviera, eso era exponer sus sentimientos muy a la ligera.

Kid agarró los cortos cabellos azabaches de la nuca y tiró de ellos hacia abajo, obligando al sacerdote a mirarle a los ojos. Law se sorprendió y emitió un gemido de dolor, el tirón le había molestado. Pero se quedó mudo al ver los ojos de su amante. Ese dorado ámbar cristalino brillaba más que nunca, relucía con la fuerza de diez soles derritiendo todo a su paso, incluido el frío metálico de los ojos de Law.

El desconcierto en la cara del mayor hizo sonreír a Eustass, una sonrisa cínica y malévola, humedeciéndose los labios antes de lanzarse a por los de Trafalgar. Pasó una mano por la cintura del otro para profundizar el beso, mientras que con la otra le había inmovilizado por completo al sujetarle de sus cabellos.

Kid movía su lengua de una manera frenética, viajando a toda velocidad por el interior del moreno, hurgando en busca de su lengua viperina, llegando hasta el fondo de su garganta para sonsacarle jadeos entrecortados. Ninguno de los dos había cerrado los ojos, Law porque estaba más que sorprendido de aquel repentino ataque pasional, y Kid porque ver el asombro en el rostro del moreno le encendía más todavía.

Contemplar aquella escena, el fuego descontrolado de la enorme hoguera aumentada por la pila de cadáveres, la sangre cayendo a ríos por la escalinata del palacio y en todo el suelo en general, escuchar los gemidos de dolor y la carne siendo cortada por los filos de las espadas... Toda aquella escena de muerte le había devuelto a su ser, todo aquel dolor le había recordado quién era.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora