XXIII

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Esa noche, Kid no pudo dormir. Cuando Law terminó de contarle todo lo que sabía, acabó por calmarse después de llenar las sábanas de lágrimas. Abrazaba al pirata como si fuese a perderlo de un momento a otro, algo que por supuesto no quería que pasase. Pero Kid no se fue. De hecho, se quedó en la cama acariciando los finos y oscuros cabellos de Trafalgar hasta que éste se hubiera calmado y, ya de madrugada, se quedó dormido. Pero el pelirrojo no podía conciliar el sueño, no después de lo que le había dicho.

¿Cómo se supone que iba a matar a su mejor amigo? ¿Cómo iba a asesinar a Killer? Si era... La única persona que había estado a su lado desde que tenía uso de razón, desde que era un maldito crío en el South Blue. Él era su mejor amigo, su compañero, su segundo de abordo, su confidente. ¿En qué mente esquizofrénica y demoníaca cabía la posibilidad de matar a alguien tan allegado como lo era Killer para él?

En la de esa jodida diosa de los cojones, desde luego. ¿Qué tenía contra él? ¿Qué le había hecho enfurecer tanto y convertirle en el blanco de su ira? Es cierto que cuando le dijo que no iba a ser el Rey de los Piratas, perdió los estribos y la llamó de todo. Pero eso no le daba derecho a inmiscuirse en sus asuntos personales.

Es verdad que hasta que no lo vio con sus propios ojos, no se creyó que existiera un ente todopoderoso al que llamar Dios, pero ella se manifestó en el patio delante de sus narices y le castigó con un conjuro que parecía no poder romperse nunca. Y ahora, que estaba a punto de lograrlo porque había conseguido el amor de alguien, sus esfuerzos habían sido en vano porque tenía que asesinar a su mejor amigo. El mero hecho de pensarlo le producía escalofríos. ¿Por qué le tenían que pasar estas cosas? Si era feliz navegando en busca del One Piece, atracando en una isla diferente todas las semanas y reduciéndola a cenizas, huyendo de la Marina y aumentando la recompensa por su cabeza.

Pero ahora nada de eso tenía sentido. Primero, porque había conocido a una persona que se había hecho indispensable para él: Trafalgar Law. Sin quererlo, se había enamorado locamente de aquel hombre de mirada seria y pocas palabras, hasta el punto de no verse capaz de vivir sin él. Quería que, cuando todo acabara, se fuera con él en su barco y navegasen por el océano surcando los mares sin la más mínima preocupación. Ni palacios, ni templos, ni normas sociales, ni dioses. Solo ellos dos.

Sin embargo, todo ello se había visto truncado por una segunda consecuencia: Killer. ¿Cómo iba a matar a su mejor amigo? Ni siquiera en una cabeza enferma como la suya cabía una idea como esa, y él había sido (y era) muy cruel, hasta el punto de aniquilar poblaciones enteras con civiles incluidos y no sentir ni una gota de lástima. Pero no podía matar a su mejor amigo, no a él.

Desesperado, a unas pocas horas del amanecer, el pirata se levantó de la cama y fue a tomar un poco de agua de la jarra que descansaba en la mesita de té. Bebió con lentitud, saboreando el líquido elemento, y se dejó caer en el sofá exhausto. Por su cabeza surcaban pensamientos de todo tipo, a cada cual más aterrador: Killer atravesado por su brazo metálico, Killer con un balazo entre ceja y ceja, Killer ahogado por sus manos, Killer desmembrado por la Fruta del Diablo de Trafalgar... El pelirrojo lo vio dormir y suspiró. Había algo en él que le decía que algo no marchaba bien. No sabía qué era, y no sabía describir aquella sensación (¿inquietud tal vez?), pero su instinto de pirata le advertía que los días de felicidad absoluta habían quedado atrás.

No merecía la pena preguntarse el por qué, Kid lo sabía perfectamente: todavía no le había confesado sus sentimientos. Nunca habían hablado del tema y, a decir verdad, a Kid se le había olvidado por completo el barco y su tripulación. Había olvidado que era un pirata, y eso en parte le aterraba. Nunca, desde que tenía conocimiento, había renunciado a su sueño de libertad marina, pero con Trafalgar...

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora