Epílogo

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Trafalgar Law admiraba el magnífico paisaje que se mostraba ante sus ojos. Desde la cubierta del barco, ya alejados de aquella ciudad en la que habían atracado esa misma mañana, sus metálicos orbes veían como ésta se consumía en las potentes llamas que la corroían desde sus propias entrañas.

Era de noche, una noche oscura y sin estrellas, ni siquiera luna, y aquel incendio brillaba en la oscuridad como una luciérnaga en plena selva, como una antorcha en mitad de una cueva, como un rayo de sol en un día nublado. Incluso podía escuchar los gritos, los aullidos de dolor de los habitantes, las casas derrumbarse, los cristales romperse en mil pedazos, las vigas de madera crepitar con fuerza.

En mitad de la nada, una luz. Una luz viva. Hermosa.

Y esa luz había sido posible por él. Él era el causante de tal incendio. Un repentino calor inundó el interior del moreno, y con cariño se llevó la mano al pecho para sentir el acelerado latir de su corazón. Aun habiendo pasado dos años, él conseguía hacerle sentir como un ser indefenso que necesitaba protección, su protección, que necesitaba su cariño. Sólo el suyo. La suave brisa mecía sus alborotados cabellos, acariciando su tostada piel escondida ahora en nuevas ropas, pues sus antiguas vestimentas se habían quedado completamente inservibles desde que había puesto el pie en aquel barco. En su barco.

Tan absorto estaba admirando el enorme incendio que no se percató de unos pasos que se acercaban a él por la espalda, lentos y pesados, parsimoniosos. Y sólo cuando sintió como una enorme manta de pelo granate le rodeaba en un cariñoso abrazo, supo que había alguien más en la cubierta.

*

–¿Qué creéis que habrá sido de Law-sama? –preguntó con curiosidad Nami, también queriendo romper el silencio que se había creado en el ambiente después de que Luffy, Chopper y Usopp se hubiesen marchado a dormir.

–Estará bien –contestó Robin con una ladeada sonrisa, siempre enigmática aun con el paso de los años–. Es un hombre fuerte.

–Eso es cierto –asintió la pelirroja–, pero tengo curiosidad por saber cómo es la vida de un pirata más allá de Babilonia...

–Nami-san –intervino Sanji, que estaba recogiendo la vajilla después de haber cenado–, no pienses cosas innecesarias –Robin sonrió de forma cómplice ante las palabras del cocinero–. Deberíais dormir ya, no puedo permitir que las dos flores más hermosas de palacio pierdan su belleza por falta de sueño.

–Tienes razón, cocinero-san –dijo la morena, y con una reverencia se despidió de Sanji, arrastrando a su compañera consigo.

Y otro silencio inundó la cocina, esta vez porque el rubio se había quedado solo. Y no le importaba, le gustaban esos momentos de tranquilidad en los que sólo estaba él consigo mismo, esos momentos en los que podía respirar tranquilo, relajarse, y meditar, pensar en todo lo que le había pasado en esos dos años en los que habían cambiado de Sumo Sacerdote. Pero no pudo pensar por mucho rato, pues pronto estuvo acompañado.

–Alcohol, por favor –pidió Zoro nada más entrar en la cocina, sin saludar a su pareja, y fue directo a sentarse en una de las sillas.

–Al menos he conseguido que me lo pidas como es debido –suspiró Sanji, acercándole un vaso con vino especiado y sentándose a su lado–. Ahora sólo tienes que saludarme antes y preguntarme cómo me ha ido el día y entonces sería perfecto.

–Ya sé cómo te ha ido el día –contestó el peli-verde tras un largo trago–. Estás cansado, trabajas demasiado.

–Zoro, por favor, no empieces con lo mismo –se molestó el cocinero, encendiéndose un cigarro de hierba y apartando la vista de su pareja–. Es lo que tengo que hacer.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora