XIX

284 17 14
                                    

Los potentes rayos de sol despertaron a Eustass Kid, quien dormía plácidamente entre oscuras sábanas. Se desperezó, se frotó los ojos y buscó con sus manos y los ojos aún cerrados a su acompañante. Pronto escuchó el chapoteo del agua, así que abrió los ojos y se dirigió a la bañera en busca del moreno. Y allí estaba Trafalgar Law, jugando con el agua mientras se embadurnaba el cuerpo con un gel color carmesí de flores.

Kid se quedó pasmado mirando a su enamorado, todavía algo adormecido y anonadado por la escena que se estaba representando ante sus narices. Así como estaba, dentro de la bañera y enjabonando su cuerpo con la suave crema perfumada, Law le parecía a Kid algún dios acuático, como una ninfa. Las sirenas existían en el Grand Line, ¿habría encontrado él a la suya?

Trafalgar se había percatado de que su hombre estaba despierto desde el momento en que éste había puesto un pie en el suelo, no le quitaba un ojo de encima, aunque lo hacía de una forma muy discreta. Fingiendo no haberse enterado de nada, el moreno hizo ademán de buscar con la mirada un trapo húmedo para retirarse el gel, pero sus ojos se desviaron "inconscientemente" para ver a su hombre.

Law sonrió ladinamente, Kid continuaba estático sin mover un solo músculo, pero lo que más gustaba al sacerdote era la cara de estúpido que tenía, de embobado, como si estuviera viendo una joya. Su hombre era tan simple, pero en esa simpleza radicaba su atractivo, además de en otras muchas cualidades que Law no se iba a poner a enumerar en un momento así. Verle así de pasmado le encantaba, porque era a él a quien miraba, era él quien le hacía sentir así, quien conseguía aturdir a un sanguinario pirata como era Eustass Kid.

Le encantaba porque se sentía deseado por aquel torbellino pelirrojo, porque se veía su más precioso tesoro. Y era una sensación que nada ni nadie harían desaparecer, porque Eustass Kid permanecería en Babilonia por el resto de su vida. Para siempre. Solo para él. Única y exclusivamente para Trafalgar Law.

–Buenos días, Eustass-ya –saludó el tatuado con sensualidad–. ¿Un baño?

Kid lo miró curioso, como si estuviese analizando las palabras que le había dicho, pero sonrió cual tiburón y se lanzó sin pensárselo dos veces a la bañera. Entró y se sentó en el suelo de la misma, descansando su espalda en la fría pared de mármol. Agarró a Trafalgar y lo atrajo hacia sí, colocándolo entre sus piernas, pero dándole la espalda. Dejó sus brazos en el abdomen de éste y comenzó a besarlo parsimoniosamente por el cuello, dando pequeños lametones por su morena y delicada nuca. Law suspiró, le encantaban los "buenos días" de su hombre.

Así estuvieron un buen rato, sin pasar de los besos cariñosos, enjabonándose el uno al otro en silencio a veces roto por leves suspiros y risas de Law, y algún gruñido del pelirrojo. No era de muchas palabras por la mañana, le costaba funcionar, que le llegase la sangre a todos los órganos y músculos de ese enorme cuerpo.

No tenían necesidad de decirse nada, con las miradas era suficiente: las indecentes de Law y las penetrantes de Kid. Ninguno quería romper el silencio de la habitación, en la que sólo se escuchaba el chapoteo del agua y el cantar de los pájaros del exterior. Sus cuerpos se complementaban de una forma que no tenía explicación, congeniaban de una manera sobrenatural, como si estuvieran predestinados a estar juntos.

Después de la "desaparición" de Law, la parejita había estado más que unida. Kid no tenía nada que hacer salvo ver el sol subir y bajar, y Trafalgar no quería dejarlo solo ni un segundo. Sabía que no se lo robarían porque estaba perdidamente enamorado de él, pero comenzaba a sufrir una malsana obsesión por aquel joven pirata.

Por las mañanas, ambos se iban a las cascadas a disfrutar del paisaje. El pelirrojo le estaba cogiendo el gusto a aquella maravilla de la naturaleza. Luego comían juntos en la habitación del sacerdote, y se pegaban allí toda la tarde, solos, sin tener contacto con nadie salvo con las sirvientas cuando Trafalgar pedía un té o algún dulce. No necesitaban a nadie más.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora