XII

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El resto del día pasó rápido. Los piratas descubrieron un enorme jardín en el tejado de la primera planta del palacio lleno de plantas y árboles exóticos. Hasta había pavos reales, conejos y comadrejas. Aquello parecía una pequeña selva colgante en un tejado. Y es que, cada piso del palacio era más pequeño que el anterior, por lo que en cada uno había un jardín. Pero claro, el primero era el más grande.

Sin mediar palabra, ambos se tumbaron en el césped bajo un árbol y dejaron que el viento se llevase sus preocupaciones. Killer estaba pensando en su más que próxima cita con Penguin, y Kid no paraba de darle vueltas a la cabeza imaginándose a Trafalgar en posturas nada inocentes. Estúpido y sensual Trafalgar Law. Desde que había tenido la charla con su segundo, y había visto como Law se sonrojaba levemente hacía escasos minutos, el pelirrojo no paraba de darle vueltas al asunto. ¿Y si era verdad que aquel sacerdote sentía algo por él?

Su paz se vio truncada cuando una mujer morena de turgente figura apareció acompañada de un moreno de nariz exageradamente larga. Venían a regar las plantas. La muchacha sonrió levemente a los piratas y les saludó con una reverencia, pero el hombre se puso muy nervioso y comenzó a gesticular como un loco. Kid le dedicó una mirada de las suyas, y el jardinero quedó paralizado, colocándose detrás de la joven a modo de escudo. El pelirrojo bufó y los ignoró. Si habían venido a regar las plantas, que lo hicieran rápido y se marchasen enseguida. Pero un jardín tan grande como aquel requería mucho tiempo.

La tarde transcurrió relativamente tranquila. Los piratas decidieron dar una vuelta por la ciudad, pero cuando Luffy los vio andar por el patio, los asaltó y les obligó a que le contasen historias de sus aventuras por los cuatro mares y el Grand Line. Kid lo mandó a tomar por culo a la primera de cambio, pero Killer fue más comprensivo y consiguió convencer a su capitán.

El moreno los guio a la cocina para que todos pudieran escuchar sus relatos, en especial Usopp y Chopper. El pelirrojo estaba incómodo, pero el rubio se veía de lo más relajado. Si se tendrían que quedar en palacio indefinidamente, ¿por qué no hacer amigos? Los tres chiquillos escuchaban atentos las increíbles historias que Killer contaba, pues Kid se había negado rotundamente a decir una palabra. Pronto se unieron a la tertulia las mujeres y el cocinero.

Cuando el sol empezó a descender, Sanji se dispuso a preparar la cena. Esa noche tocaba dorada al horno. Luffy suplicó a los piratas que se quedasen a cenar con ellos, pero Robin le recordó que no podían hacerlo, las normas de palacio eran estrictas.

En efecto, Babilonia se regía por unas rigurosas normas sociales que había que acatar sin discusión. Y una de esas normas hacía referencia a las relaciones internas de palacio: los invitados no se podían mezclar con los empleados. Como invitados del Sumo Sacerdote, tenían una condición más elevada y no podían rebajarse a juntarse con ellos, a pesar de estar dentro de los awilu.

Los ciudadanos libres y con una posición económica desahogada constituían el grupo dominante de la sociedad, formado por los trabajadores de palacio, potentes comerciantes y ricos en general. La mayoría de la población estaba dentro de los mushkennu, o ciudadanos semi-libres. Eran agricultores, pastores, pescadores, pequeños artesanos poco cualificados... que tenían una situación económica no era muy buena.

El escalón más bajo de la pirámide social de Babilonia estaba constituido por los wardu, los esclavos. Había esclavos domésticos y esclavos que realizaban trabajos manuales para su amo, como cultivar sus tierras o cuidar a sus animales. Su situación económica era paupérrima, siempre luchando por sobrevivir. Cuando Robin contó esto a los invitados, Killer se quedó pensando en si su muchachito era uno de estos wardu.

Los piratas se despidieron de la cuadrilla al notificar que la cena estaba casi lista. Todos parecían temerles, excepto Luffy, Robin y Sanji. El rubio, absorto en sus pensamientos, subió las bandejas. Nami y Usopp intercambiaron miradas preocupados, el rubio apenas había abierto la boca en todo el día. Y su aspecto era horrible, descuidado, y eso no era frecuente en él, pues le encantaba arreglarse e ir siempre como un pincel. Estaba claro que algo le había pasado con Zoro, y no era nada bueno.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora