XVI

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Law se frotó los ojos mientras se revolvía entre sus delicadas sábanas. Aún era temprano, la brisa que mecía sus cabellos estaba fresca. Arrinconado en el lado izquierdo de la cama, Trafalgar giró y se enredó entre las sábanas como si fuese un rollito de carne. Por las mañanas solía estar de buen humor. Pero ese buen humor se le agrió de golpe cuando sus ojos descubrieron que no estaba solo en su alcoba. Un enorme pelirrojo dormía plácidamente estirado cuan largo era en mitad de la cama, moviéndose y gruñendo cuando su mente le jugaba una mala pasada en sueños. Y entonces, el moreno lo recordó todo.

-Flashback de Trafalgar-

Tras una sesión de sexo desenfrenado en la que sus protagonistas habían perdido la cuenta del número de polvos que llevaban, Trafalgar Law se dejó caer rendido sobre el suave colchón de algodón y lana de oveja. Ya no podía más, su cuerpo y su cerebro le pedían descansar, parar de una buena vez. El moreno estaba lleno de semen que se escurría por su pecho, por sus abdominales, pero sobre todo por sus piernas porque de su entrada no dejaba de salir líquido.

Y a su lado, el causante de su situación, un demonio pelirrojo que luchaba por recobrar el aliento. Law se giró para verle, para observar su agitada respiración, el vaivén calculado de su pecho, el sudor discurriendo por su frente... era un espectáculo digno de conservar en su memoria para siempre. Kid se percató de que estaba siendo observado, y se giró para encarar a ese sacerdote del demonio.

–¿Qué estas mirando? ¿Quieres más o qué? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja. Sabía que ese sacerdote había tenido la mejor noche de su vida. Lo sabía. ¿Y cómo era eso posible? Fácil, porque la había pasado con Eustass Capitán Kid. Law se quedó callado procesando las palabras del pelirrojo mientras lo miraba atento, un poco aletargado.

Los ambarinos ojos de Kid escrutaban cada facción del moreno, cada gesto y movimiento que hacía y, en concreto, esos preciosos orbes grises vidriosos todavía por el placer que no apartaban sus pupilas de las suyas. El pirata giró la cara bruscamente para ocultar su sonrojo y se levantó para irse a su habitación. Pero antes de poder despedirse, sintió una fina mano que le agarraba de su muñeca y le impedía marcharse.

El pirata miró por encima de sus hombros a Trafalgar, que ahora estaba sentado en la cama envuelto entre las lujosas sábanas de seda con un gesto en la cara que Kid no supo descifrar.

–P-Por favor, Eustass-ya –susurró el moreno sin apartar sus ojos de él–. Q-Quédate a dormir...

El nombrado tragó saliva porque se le había secado la garganta. Esa sinuosa voz del sacerdote, esa mirada suplicante de cariño, ese cuerpo demandante de calor humano... Mierda, no podía negarse a alguien así. No podía decir que no a Trafalgar Law. Y eso le fastidiaba sobremanera, porque llevaba toda la noche sometiéndole a su gusto y ahora que había saciado su sed (por esa noche), Trafalgar tenía que abrir la puta bocaza y desmoronar todo su plan con cuatro palabras mal dichas. Pero no le quedaba otra opción, no sabía decirle que no.

A regañadientes y sin mirarle directamente a los ojos, Kid volvió a tumbarse en la cama. El moreno, en cuanto su hombre se acomodó en su cama, se abalanzó sobre él apoyando su cabeza en el fornido pecho del pirata y rodeando su cintura con sus tatuados brazos. El pelirrojo se molestó levemente por esa intromisión de su espacio vital, pero se resignó al instante y pasó uno de sus brazos por la espalda del mayor acercándolo más hacia sí.

–Ni siquiera te has lavado... –gruñó el pirata, notaba como el semen de su compañero (que en realidad era suyo) le estaba manchando. La verdad es que no le importaba, pero intentaba quitar un poco de "romanticismo" a la escena–. Me estoy pegando.

–No tiene importancia –sonrió el sacerdote, ronroneando como un gato mimoso en el pecho del pelirrojo–. Es todo de Eustass-ya...

Kid sintió como su sangre se congelaba al ver esa sonrisa. Trafalgar acababa de sonreírle tiernamente, cariñosamente, dulcemente, como un perrito que recibía caricias detrás de las orejas, como un niño que dormía por primera vez con un peluche nuevo. Nunca antes le había sonreído de esa forma tan sincera y sin tapujos, descubriendo una faceta suya poco conocida, pues siempre era frío y calculador, serio salvo por esas ladinas sonrisas tan características. El corazón del pirata aumentó el ritmo de los latidos, pero su dueño pronto lo tranquilizó, principalmente porque Trafalgar escuchaba perfectamente sus pulsaciones y no le hacía ni puta gracia que se enterara.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora