Capítulo 11: El Dragón rojo y Genever

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La palma de Genever le dolía, podía recordar el filo de la cuchilla cortando ligeramente la superficie de su palma, era el día que él y sus tres amigos hicieron el juramento. Hoy Genever no solamente cerró su mano, y miró a su alrededor. El interior de la taberna se veía sospechosa, pero a Jaime siempre le habían gustado ese tipo de lugares siempre con una pizca de peligro. Y aun así era casi increíble pensar que Jaime había subido en la escala social mucho más que Gene y al mismo tiempo tenía un origen mucho más humilde. Mientras Genever había sido criado por mercaderes, Jaime lo había sido por taberneros. El joven Jaime había entrado al ejército como castigo por haber armado una trifulca en la taberna de sus padres. Según él, un borracho trató de violar a su hermana. Jaime había sido un plebeyo, un verdadero plebeyo convertido en caballero.

      —Tranquilo Gene, no pasará nada...—Dijo Jaime, tratando de calmar a Genever sin embargo, cuando Jaime hablaba sacaba a florecer su acento irlandés, que le disgustaba a muchos de los presentes. Para varios de ellos las noticias del fin de la guerra no había llegado, para el pueblo llano, cualquier irlandés en tierra inglesa era un enemigo. —Creo que fue mala idea haber venido. —Respondió Genever y se levantó del asiento. —Esto no me gusta Jaime, si Cicerón viene enfadado, va a atacar.

       —Sienta tu trasero en la silla Genever, ¿Temes que Cicerón arruine tu boda? Imagina lo que pasará cuando les diga a todos que engañaste a tu prometida en Irlanda con una tabernera a la que embarazaste. —Respondió Jaime, el tono de Jaime había cambiado súbitamente, aunque Jaime siempre se hubiese tenido un timbre y tono cordial y alegre, cuando sacaba su tono serio, era un mal augurio.

       —¿Me estás amenazando Jaime?

      —Yo no nunca. Solo te estoy sugiriendo fuertemente que pienses en un escenario en específico, en el cual por el resto de tu vida seas conocido como Genever el libidinoso héroe de guerra. — Jaime tomó el tarro de cerveza y bebió a grandes tragos. —Es descortés no tomar la cerveza que nuestros anfitriones nos han servido, y deshazte de esa mirada desconfiada y miedosa.

      Genever entonces miró en el interior de su tarro, la cerveza se veía espesa, muy espesa y oscura. El joven caballero ya había probado cervezas antes, pero todas eran claras, los holandeses no tomaban cerveza oscura y esa era la única que había llegado a Inglaterra. Genever entonces dio un largo sorbo, la cerveza tenía un sabor más fuerte pero no malo.

      —¿Estás seguro que vendrá? —Preguntó Genever, En sus manos, el joven caballero jugaba con el pomo de su sable, levantándolo el mango ligeramente y regresándolo a su lugar, donde se escucha el ligero choque de la vaina con la espada.

      —No lo sé. —Respondió Jaime. —Cicerón siempre ha sido algo...taciturno, con respecto al resto de nosotros.

     —Pensé que dirías reservado.

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