El carruaje daba pequeños brincos en los agujeros que había a lo largo del camino. El corazón de Lyanne palpitaba, apenas esa mañana estaba en Yarmouth y ahora en un carruaje con dirección a Winchester. El mismo aire tenía un aroma diferente, en Yarmouth; el olor del mar y de la arena impregnaba todo el lugar. Sin embargo, el aroma del camino era campestre, a lavanda y grama recién cortada, la joven yacía con una colección de obras de teatro en las manos y apiladas en el asiento y el suelo del carruaje. Pero difícilmente se concentraba en ellas, tenía la atención puesta en su esposo. El Conde Stewart; quien yacía sentado a lo largo del asiento opuesto del carruaje, con las piernas finamente cruzadas. El hombre usaba zapato de tacón, en su mano derecha una copa de vino y en su mano izquierda un libro de poesía, además lanzaba pequeños suspiros al leer los sonetos, suspiros que nunca antes habría oído a un hombre emitirlos.
Lyanne, bajó la mirada y la regresó a su libro en el momento que el conde desvió la mirada de su propia lectura hacia su joven esposa.
—Cuando lleguemos no te olvides de sonreír querida. —Respondió el Conde Stewart. —La primera impresión jamás se olvida, dicen por ahí.
—Por supuesto. —Respondió rápidamente Lyanne, sin embargo había un titubeo en su hablar. —Es solo que estoy algo nerviosa.
—¿Nerviosa? ¿Por qué?
—Tu padre Marvolo Casterhill...he oído cosas de él. —Respondió Lyanne "Y nada buenas" fueron las palabras que llegaron a su mente.
—Mi padre...él no interferirá en nuestro matrimonio y sobretodo no debes preocuparte. A partir de ahora eres una Casterhill. —Respondió orgullosamente Stewart
Entonces un jinete cabalgó hasta colocarse lado a lado con la ventanilla del carruaje. Era Cicerón, el caballero y guardaespaldas al servicio del conde Stewart. El caballo que montaba lucía como una bestia monstruosa, un caballo hecho para la guerra. Y ciertamente Lyanne veía el parecido entre la bestia y el "caballero" que lo montaba. Pues Cicerón carecía de la etiqueta y la gracia de los caballeros, Lyanne había crecido con historias de caballeros como Ivanhoe y William Lanfield.
—¿Qué ocurre Cicerón? —Preguntó el conde con un aire de condescendencia en su tono.
—Mi lord, ya casi llegamos. Deberían arreglarse antes de que lleguemos al pórtico.
—Gracias Cicerón, gracias por decirme algo tan obvio.
Lyanne se había arreglado, es más casi ni se había movido desde que se subió al carruaje. Todo parecía tan irreal y se sentía que en ese momento era un maniquí siendo movido por alguien más. Entonces la joven dama sacó la cabeza por la ventanilla y pudo observar el palacio. Ventanales inmensos, jardines de flores, un edificio de al menos cuatro pisos. Arbustos cortados con formas de animales y grandes arcos romanos se levantaban sobre el camino hacia el palacio. Un palacio que estaba pintado de blanco con techos azules, una casa digna de un rey. Un palacio digno de un emperador más que un conde.
ESTÁS LEYENDO
Dignidad y Destierro
Ficción históricaEl sueño de Genever Denan simpre ha sido conseguir la mano de Lady Lyanne Merrybound. Y ahora que regresa a Yarmouth como veterano de la guerra en Irlanda cumplirá con su sueño de una u otra forma. Cuando Lyanne Merrybound recibe las noticias sobre...