~Mirándose a los ojos~

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Desde su puesto de trabajo, tenía un lugar privilegiado para ver cada noche algo diferente. Podía ser una misma situación, pero cada persona que estaba frente a la barra del bar, la vivía y expresaba de manera distinta, pero todas, con un trago suyo para beber.

Hombres y mujeres, incluso jóvenes a los cuales debía pedir que se retiraran, por no tener la edad permitida para tomar. Otros aparentaban una edad distinta y pedía sinceras disculpas, antes de ofrecerle uno de los tragos que hacía.

Tenía uno diferente para cada situación. Había solo siete asientos altos frente a su barra, pero que nunca logró estar llena en el horario nocturno que gustaba trabajar. A lo sumo llegaron a ocuparse cuatro de ellas y con cada uno que estuvo sentado, les dedicó su atención para escucharle.

Las horas pasaban normales, pero al entrar por la puerta del bar y sentarse frente a la barra, parecía activar un mecanismo desconocido que ralentizaba el tiempo para esa persona. Quedaban varios minutos viendo sus bebidas, antes de dignarse a darle un sorbo. Podía hablar con otro cliente que quedaba en el mismo trance y así se ocupaba sin obligación alguna de hablarles o escuchar sus problemas.

Una noche más en aquel bar, estaba haciendo una exhibición de uno de los tragos que aprendió hace unos años a preparar, para la bella dama frente suyo. La conocía porque era una clienta frecuente, con una clientela propia que pasaba por ella a un horario exacto. Era simpática y siempre estaba durante sus turnos nocturnos, antes de que fueran por ella.

La campanilla en la puerta sonaba con un suave tintineo cada vez que alguien entraba y salía. Era un sonido ya incorporado a su cabeza que incluso le hacía poder reconocer el ánimo de esa persona. Si la hacía sonar suave, en otra muy sutil y caso contrario, como un golpe brusco y fuerte.

Estaba acomodando unas botellas vacías debajo de la barra cuando escucho el tintineo de la entrada, seguido de unos suaves pasos en aquel tranquilo recinto, donde muy pocos podían escuchar la música baja de fondo si le prestaban atención. Por la derecha vino el sonido del asiento al ser arrastrado por el nuevo cliente.

Se enderezó estirando un poco de más su espalda antes de relajarse y sonreír, mirando alrededor a la gente en el bar hasta que sus ojos frenaron en la nueva persona que estaba ahí.

Cuerpo delgado, cabello rubio con finos destellos dados por las luces bajas del bar. Su piel era clara y seguramente suave. Podía ver solo la mitad de su cuerpo por la barra, pero era, sin lugar a duda, destacable, pero más lo eran aquellos ojos dorados y apagados.

Su presencia pasaba desapercibida, como lo hacían la de los demás que estaban bebiendo.

Se acercó en silencio, estaba al lado de donde se encontraba la mujer con la que hablaba antes. Le dejó propina, también el vaso de vidrio sobre la madera en vez del apoya vasos. Sabía que se lo hacía apropósito al saber que le molestaba. Estropeaba la madera que tanto gustaba cuidar.

De reojo veía al rubio a un lado en lo que, calmadamente, quitaba la marca de agua de la madera con un pequeño paño húmedo. Estaba en silencio observando como aquellos ojos cubiertos por unas largas y rubias pestañas, no quitaban su mirada de sus brazos cruzados.

-¿Desea pedir algo para beber? -Preguntó, sacando de su trance al instante al nuevo cliente.

Lo miró apenas un segundo y apartó sus brazos de la barra al verle que limpiaba a su lado. No desaprovechó esa oportunidad para deslizar su mano rápidamente y dejar esa zona limpia, aunque ya lo estuviera.

-Si, lo siento...-Se disculpó, sin haber una razón para hacerlo- Solo un vaso de whisky...

El tono de voz era delatador, ninguno ocultaba lo que sentía, no era falso. Pudo notar que algo malo debió haber pasado a ese joven y que seguramente quería olvidar.

30 vidas no es suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora