XVIII

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Brosse recorría la celda que cada vez le parecía más pequeña, escuchaba con atención las palabras de Stella intentando asimilarlas. Cuando conoció a Luna se imaginó un viaje muy diferente, fantaseó con regresar a los brazos de Brasse rápidamente y en como ella le diría que era un héroe. Después de la primera noche entendió que sería mucho más difícil que solo ir y volver al sentir el frío colarse entre sus huesos para no dejarlo dormir. Había salido del noveno reino creyendo que el abandono del rey se debía a su irresponsabilidad o cobardía, un enojo contra su gente que se pasaría al hablar de frente con él, incluso creyó la leyenda que Luna le había contado, pero todo iba mucho más allá de los escenarios que había imaginado. No era simple sentimentalismo, podrían estar hablando de la traición del mayor monarca en los veinte reinos.

- ¿Fuego? - Cuestionó Temperance sentada desde la barra. No conocía mucho acerca de los mayores, como Nativis no tenía alianza con ninguno casi no se nombraban, su generación conocía apenas lo básico sobre ellos. - Pero los poderes de los mayores no se comparten, ¿no, Genre?

Se giró para ver el chico que solo encogió sus hombros, lucía desanimado.

- No lo sé, la Doncella prefiere no hablar de los mayores o sus poderes. - Respondió Genre con la mirada pérdida, Temperance se preocupó de que estuviera enfermo pero Brosse notó que más bien era tristeza, solo que Genre aún no le decía por qué. - Dice que es algo poco importante para los humanos. ¿Qué hay de Faténti, Eri?

Temperance la miró sorprendida. - ¿Además de una estratéga es cercana de un mayor? Asombroso. - Pensó. Cada vez se reprochaba más haberla juzgado.

- Faténti tampoco habla de nada. - Respondió Eri inflando las mejillas. - Y no es como que alguien le preguntara, usualmente cuando está con nosotros preparamos festivales.

Aria se mantenía callada mientras hablaban recordando todo lo que había leído acerca de los mayores, cada página estaba grabada en su memoria perfectamente, era el mismo libro del que había aprendido a hacer la fogata que les sorprendió. Según la leyenda, cuando los primeros siete reinos se formaron, seis de sus líderes rogaron al cielo con insistencia para que se les concediera un don en señal de bendición a sus naciones pues habían logrado la paz entre dragones, sirenas y humanos conviviendo juntos a lo largo de los siete reinos. El cielo por su persistencia les concedió a cada uno un don diferente: estrategia, persuasión, conexión, sabiduría, control terrestre y control celeste. Sin embargo, el séptimo rey no pidió nada al cielo por que no se creyó merecedor de una bendición. - Es mi deber como gobernante conceder paz, así que no te fijes en este hombre común. - Le dijo al cielo. Por su humildad se le concedieron los seis dones. El día en que se les otorgó su bendición fueron reunidos en la montaña más alta y del cielo oscuro bajaron siete joyas que los alumbraron por completo como si hubiese vuelto a ser de mañana. Las piedras brillantes entraron en su pecho convirtiéndolos en algo mayor a los humanos que alguna vez fueron. Después de eso, el cielo retumbó y les advirtió que antes de que pasaran doscientos años debían buscar un sucesor que tomará el poder de la joya pues no sería suya por siempre. Pero los primeros reyes fueron ambiciosos, incluso el séptimo rey, y quisieron guardar su don para ellos mismos, por lo que no eligieron a nadie. Al cumplirse los doscientos años, la joya les fue arrancada por la fuerza y entró en el primer cuerpo que encontró convirtiendo en mayores a consejeros, esclavos y nobles. En ese momento, estaban en la sexta generación de mayores y no todos gobernaban. Aria no conocía en persona a ninguno pero había visto una vez un dibujo de ellos en una cueva que encontró cerca Unanimious. La Doncella de Perlas venía de un linaje de mayores, en sus venas corría la sangre del primer rey al que se le concedió el don de la conexión y desde siempre habían gobernado en Virum. Faténti había sido escogida por la joya al azar concediéndole el control terrestre y ella decidió aliarse con Rubidus en su décimo año. La Reina Sirena que ahora estaba aliada con la tribu de la noche había llegado al trono de manera inesperada después de que su padre muriera abruptamente, también era linaje puro, cuando aún era reina en Unanimious les enseñó a persuadir mediante la belleza de la música dejándoles ese legado como tradición antes de marcharse. Acerca de los otros no sabía mucho, el Dragón Supremo tenía el don de la estrategia y gobernaba sobre el reino de piedra donde solo habitaban dragones después de que decidieran separarse de los humanos cuando estos comenzaron a atacarlos, las sirenas les siguieron los pasos renunciando por completo a lo terrestre a excepción de la reina. Otro más era El Sabio que había sido elegido al azar también como Faténti pero no tomó ningún reino al igual que Quila, el último elegido por la joya y al cual se le concedió el control celeste, ambos se aislaron de los demás. Finalmente, el heredero del séptimo rey desapareció después de la cuarta generación. Sin importar cual fuera el poder que su don conllevara, no podía compartirse. Los poderes no se dividían.

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