XXXIII

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Stella miraba el semblante reacio de Luna, sus puños se apretaban con fuerza en las riendas del caballo guiándolo. Intentaba buscar las palabras adecuadas para comenzar una conversación, pero en ese momento nada parecía correcto. Su mirada era fría como la primera vez que la conoció, aquella que solo perseguía una meta. Habían cruzado el río y poco a poco dejaban atrás los árboles, frente a ellas se alzaba una de las primeras colinas a la que no pudo evitar observar fascinada. Unanimious se encontraba en una llanura que jamás le habría regalado una vista como esa que solo agrandaba cada vez más ese sentimiento de conocer todo el mundo. Luna aceleró su ritmo y Stella se apresuró a seguirla, había algo en su corazón que la hacía sentirse agitada también. Como si extrañamente pudiera sentir un poco de la angustia de Luna en ella. Suspiró deseando que llegarán pronto. Los caballos subían por la vereda a paso rápido y Stella pensó que incluso caminaban hacía el cielo, pero cuando estuvieron en el punto más alto supo que no se equivocaba. Las demás colinas se veían a la par de esa y el sol coronaba sobre ellas llenándolas de luz. Se giró para ver el camino del que habían venido y alcanzó a observar el castillo del Adamantio. Todo parecía mucho más hermoso de lo que jamás había visto, más colorido, más vivo. El suelo verde que hacía una clara distinción con el verde de los árboles, el cielo azul y las nubes esponjosas, las aves que les sobrevolaban. Incluso las pequeñas flores blancas esparcidas.

- ¿Estás bien? - Habló Luna por primera vez. Stella la miró y le sonrió sin pensarlo. - ¿Qué pasa?

- Es asombroso. - Sinceró Stella. Todo era como un perfecto cuadro inmanejable. Luna le observó extrañada unos instantes y pasó su vista al paisaje mostrando una pequeña sonrisa. - Ni siquiera parece real.

- Espera a ver más del mundo, esto se quedará pequeño. - Río Luna. Stella sintió que su corazón se relajaba al escuchar su risa, observó sus manos sueltas sobre la cabeza de Rojo y sonrió. Sin saberlo, Stella era el único destello de tranquilidad que permanecía dentro de todo. - Cuando la guerra termine tendrás tiempo de ver muchas cosas.

Stella asintió y Luna continuó el camino inclinándose sobre rojo cabalgando con rapidez.








Sauter se congeló cuando entraron al quinto reino. Las casas estaban deshechas y carcomidas por la desgracia como sus habitantes que se acercaban débilmente a los caballos rogando por pan. Sauter se había cubierto con un capuz a petición de Brosse.

- Si te ven desde que entremos, puede que todo se salga de control. - Le había explicado al darle la pieza. - Si fuera mi reino, te lincharían sin dejarte hablar.

Sauter había asentido sin una palabra. Él también lo haría. Su padre se había burlado del pueblo y les había escupido sin más, por supuesto que estarían enojados con la corona y todo lo que se le relacionara aún que él no la llevara puesta. Cabalgaron con calma observando cuidadosamente, lo que quedaba del mercado estaba volcado y sin un solo alimento. Las personas parecían muertas en vida, sucias y enfermizas. Al llegar al centro se acomodaron frente al sendero, Sauter miró a sus costados y cada uno asintió hacía él volcando su corazón. Ese acto tan pequeño y efímero plasmaba más de un millón de emociones, una alegoría que gritaba "es tu turno, confiamos en ti". Sauter jamás había tenido compañeros pues siempre había estado encerrado en el palacio pero esos chicos estaban ahí entregando en sus manos el siguiente paso, no porque fuera el príncipe, si no por que confiaban en él. Los libros y rollos que le habían hecho leer durante toda su vida no reflejaban por completo ese sentimiento donde siquiera necesitaba la corona para convertirse en un rey. Sauter les sonrió sincero y adelantó su caballo a ellos, los lugareños se acercaron poco a poco, eran muchos menos de los que originalmente tendría un pueblo.

- ¡Quinto reino! - Gritó sin nerviosismo y descubrió su rostro de la capa revelando quien era. - Han sido abandonados y desechados por su propio guardian, su rey y señor. Han probado en carne propia el dolor. - Sauter bajó del caballo inesperadamente y se acercó a ellos que permanecían mirándole con desconfianza. - Por eso estoy aquí, quiero devolverles lo que les fue quitado.

The TownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora