XLVI

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Genre cabalgó delante de todos los demás cuando le informaron que las tropas se habían dividido. Los soldados de chalecos claros que habían sido sus compañeros por tantos años casi igualaban su velocidad. Sentía que el aire le faltaba e intentaba una y otra vez entrar en aquella sala oscura sin respuesta de la Doncella. Esperaba escuchar su voz dentro de él diciéndole que había huído a salvo de Virum pero sabía que no sería así pues siempre pondría primero al pueblo. El olor de las cenizas llegó a él aumentando su angustia y terminó de consumirlo al divisar entre los árboles una parte del castillo ardiendo en llamas. La bandera púrpura se encontaba a la entrada del pueblo exclamando su gloria, falsa, por que su rey había muerto. Entraron en Virum con sus armas en el aire, Genre sabía que cada uno de los soldados detrás de él tenían el mismo coraje y orgullo por su reino. Las casas estaban en llamas también pero no había un solo cuerpo y Genre se sintió aliviado al ver que habían alcanzado a huir. La tropa de soldados púrpuras aún combatía en el centro con los guardias que habían permanecido en Virum.

- ¡Vayan ustedes! - Gritó Genre alejándose de ellos. - Iré al castillo.

Los guardias asintieron y se abalanzaron fuertes a la batalla del centro. Genre subió hasta la entrada del castillo y fue golpeado por una nube de humo debido a las llamas. Sus ojos ardieron cuando se adentró en ella y estiró su mano para tocar la pared que le guiaría por el pasillo cual cuerda lanzada a náufrago. Un estruendo resonó en el palacio y Genre corrió en su dirección hasta llegar las puertas pesadas y pulcras de una de las salas encontrando dentro a aquella que buscaba. La Doncella estaba hincada en el suelo con las manos extendidas, el cabello blanquecino le cubría el rostro pero Genre sabía que hacía una expresión de dolor debido a sus quejidos. Al escuchar el sonido de la puerta la Doncella levantó su rostro apenas un poco y sus miradas se encontraron haciendo a ambos temblar y perder el aliento. Genre estaba a punto de acercarse cuando vio sobrevolar por encima de su hombro una flecha que dio en el blanco, la Doncella.

Los soldados revisaban una a una las casas del quinto reino encendiendolas en llamas. Eri sabía que pronto llegarían ahí, ellos o las llamas. Debían de salir cuanto antes pero no tenían los suficientes guerreros para hacerles frente. La puerta fue golpeada y los niños gritaron asustados a pesar de los insistentes intentos de los mayores por mantenerlos callados. El soldado detrás de la puerta abriría en cualquier momento pues ya sabía que estaban ahí.

- Péguense lo más que puedan a la pared. - Les susurró indicándoles con sus manos que debían hacer. Los niños sollozaban con fuerza y temblaban. Eri imaginó a los niños de Rubidus, incluso a los mayores, todos vivían felices y tranquilos sin percatarse que había reinos en pánico. Rubidus era una burbuja de paz. - Si logro derribarlo, salgan lo más rápido que puedan y escondanse en el bosque. - Explicó a los pocos adultos que se habían quedado.

La puerta cayó finalmente detrás de ella y un soldado entró en guardia. Eri intentó recordar lo que Genre le había enseñado, sus pasos y movimientos pero su mente estaba en blanco sin darle alguna pista de cual era la maniobra correcta.

- Es como un baile, Eri. - Le había dicho Coquette después del entrenamiento cuando estaba cabizbaja por no mejorar. Genre había insistido en que no se preocupara. - Solo deja que la espada te guíe y luego toma el control.

Deja que la espada te guíe. - Repitió. Y levantó el arma para cubrirse de la estocada del soldado. El sonido del metal retumbó acallando el llanto de los niños que se había vuelto aún más fuerte. - Toma el control. - Atacó nuevamente sin darle tiempo de responder. Sus brazos se sintieron cansados por el peso de la espada. El soldado alcanzó su brazo y Eri chilló al sentir el filo separar su piel. Quiso tomarse la herida pero sabía que quedaría en desventaja. Se apresuró una vez más y quiso dar en su pecho pero fue rebotada por la armadura que lo protegía. Estaba en clara desventaja. Los guardias estaban equipados con las protecciones del palacio, sin embargo, él no llevaba casco. Dirigió su siguiente golpe arriba. Alguna vez había escuchado que era falto de honor golpear con un arma a la cara pero en ese momento el honor era lo que menos le inportaba. El soldado gritó cuando Eri alcanzó su oreja y soltó la espada para cubrirse, sus manos rápidamente se llenaron de sangre. Eri les dio la señal para que salieran rápidamente, no quería que los niños vieran la sangre y siendo sinceros ella tampoco quería verlo. Le recordó de inmediato a aquel pobre joven en el calabozo de Adamantio, había sido la primera vez que vio derramada tanta sangre y el olor de ella se quedó impregnado por días. Estaba segura de que ahora que sus manos estaban manchadas jamás se iría. Corrió detrás del grupo que ya escapaban al bosque y su corazón se sintió aliviado cuando vio cabalgar conocidos rostros que atacaron a los soldados púrpuras.



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