XXXV

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Genre cabalgaba detrás de todos cuando salieron del quinto reino al amanecer. Mantenía en su mente el recuerdo de la Doncella, haberla visto nuevamente recargó por completo su impulsos. Ella llevaba casi tres décadas convertida en mayor cuando su madre le heredó la joya pero su rostro y alma eran las de una joven. Los años pasaban de manera diferente cuando tenías ese poder pero a pesar de su longevidad, muchos mayores en el pasado habían establecido relaciones afectuosas con seres normales. Sin embargo, no era el caso de la Doncella. Desde su nacimiento se le educó y entrenó solo para servir a Virum dedicando su cien por ciento a ellos. Su abuelo, su madre y todos sus ancestros habían sido mayores y desde el primero habían jurado no vincularse afectuosamente nunca pues podrían distraerse de su labor, para el linaje de los mayores de perlas, el poder de la joya había sido un regalo para proteger al pueblo y debían dedicar su vida a ello. Debían renunciar a sí mismos por su gente. Las concepciones siempre habían sido arregladas, nunca por amor. Genre conocía toda la historia pero no había sido suficiente para evitar sus sentimientos, por eso se esforzaba maximamente por ocultarlos. Al principio lo veía claro, la Doncella era alguien a quien debía proteger, no más, pero con el paso de los años no solo la había visto gobernar si no ser ella misma. De vez en cuando, lo convencía de escaparse unas horas al río cercano y la veía recostarse en las rocas disfrutando del sol. Cuando volvía a mirarlo sus ojos gritaban claramente solo una frase.

- Ojalá no fuera un mayor.

Genre sabía que ella era feliz de servir a su gente, no había nada en el mundo que la Doncella amara más que a ellos pero también añoraba aquella libertad que jamás había tenido. Poco a poco, Genre se había enamorado de ella. De su manera de dirigir al pueblo, de como sacrificaba horas de sueño estudiando los casos importantes de la corte para ser justa, de sus noches de entrenamiento para adaptarse al don de la joya y poder ser mejor reina de lo que ya era. La había encontrado en el suelo más de una vez cuando su poder la agotaba demasiado pues deseaba conectarse con cada uno de sus súbditos, quería saber que les aquejaba y arreglarlo. La Doncella siempre había sacrificado su felicidad por la de su pueblo y lo hacía con la sonrisa más hermosa sobre su rostro. Jamás se quejaría ni recriminaría una sola cosa a los consejeros aún que no le gustara.

- Es por mi gente. - Diría.

Pero mientras más tiempo pasaba lejos de ella, Genre sentía esa necesidad angustiosa de estar a su lado. Sabía que la Doncella se sentía igual, ella era mucho más directa desde el principio, pero él no nunca había estado preparado para aceptarlo. Al volver, dejarían de importarle los susurros de los consejeros preguntando por qué se veían tan cercanos, tampoco prestaría atención a los cuchicheos de las sirvientas aconsejando a la princesa de que fuera más seria ni al general ordenándole que se comportará como un simple guardia. Sus corazones se habían vinculado aún que no lo hubiesen querido y ambos estaban hartos de ocultarlo. Cuando Genre volviera, estaba decidido a tomar su mano con orgullo totalmente seguro de que ella no lo apartaría.







Sauter habló seguro cuando llegaron a los reinos repitiendo el mismo discurso de la primera vez. Inesperadamente las personas reaccionaron mucho mejor que en el quinto reino, probablemente por el apoyo del viejo que al parecer la mayoría conocía. Mientras más se alejaban de la capital, los reinos iban haciéndose más y más decadentes. Sauter creyó que aceptaban sus palabras por mera desesperación, no les importaba siquiera que fuese una mentira mientras les diera esperanza, un hilo delgado del cual aferrarse a la oportunidad de recuperar sus vidas. Su madre estaría horrorizada por lo que el rey le había hecho a la gente que ella tanto amaba. Cabalgaban de regreso al quinto reino acompañados de los súbditos que habían decidido unirse, poco a poco, el grupo iba creciendo. Sauter sabía de antemano el tamaño del ejército del rey, pero estaban quebrantados. Con el general de su lado, la mitad de esos soldados ya eran suyos.

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