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Temperance se acercó a Coquette una vez más intentando arreglar las cosas pero ella seguía dándole la espalda molesta. Se sentó lejos de la entrada, podía ver la luz del otro lado, la cueva en realidad era una especie de tunel largo e irregular. Sintió que alguien se acercaba y volteó de inmediato creyendo que era Coquette, pero no fue así. El cabello rizado de la chica rebotó ligeramente cuando se sentó.

- Si que la hiciste enojar. - Dijo Eri sonriéndole un poco divertida. Temperance apenas había cruzado palabra con ella, pero de vez en cuando se descubría observándola con discreción. Su luminosidad era como un imán que atraía las miradas de todos. Ese tipo de persona lleno de luz que nadie podía ignorar. - ¿Por qué no solo aceptas que luche?

- No puedo. - Negó con su cabeza y la miró, Eri le transmitía la suficiente tranquilidad para hablar con ella. - Mírala, es tan frágil...

- ¿Sabes, Tempe? - Dijo Eri provocando que le mirara confundida. Nadie más que Coquette le llamaba de esa manera. - No es el sueño de todas quedarse en casa por siempre y esperar un esposo, mírate a ti misma. No puedes negarle la oportunidad de luchar. - Le explicó Eri. Su infantilidad había desaparecido para ser reemplazada por una seriedad que Temperance no creyó ver jamás en ella. Eri miró a Coquette sentada lejos observando las marcas en sus brazos con lágrimas en los ojos. - Quiere pelear por sí misma, por lo que le hicieron. Intentas protegerla metiéndole en una bola de cristal que ella no pidió, ¿eso no es como ponerle un grillete? - Eri le recargó el brazo en la espalda y se acercó a su oído para susurrar. -: Dale una espada y mírala victoriosa.

Se levantó de su lado dejándola sola, asfixiada por sus pensamientos de nuevo. - ¿No es cómo ponerle un grillete? - Resonaba en su cabeza. Sabía que la respuesta era sí. Miró a Coquette repasar con cuidado cada línea en su cuerpo, los rasguños y morados en sus piernas. La vio pasar las yemas suavemente por sus brazos notando cada una una de las heridas. Entonces lo vio, ese fuego en sus ojos igual que aquel día. Ese que le gritaba por sostener un arma, por luchar. Temperance se levantó rápidamente y fue hasta ella, Coquette la miró extrañada hasta que se arrodilló a su lado sin despegar sus miradas. Le extendió el cuchillo de su cinturón, Coquette lo tomó después de unos segundos con cuidado y Temperance volvió a mirarla. Sus labios temblaban ligeramente. Era como una señal de apoyo, como un pacto sin palabras donde juraba que incluso en la batalla la protegería.







El rey llamó a uno de los guardias para llevarlo a su habitación cuando comenzó a sentirse débil dejando a Sul y Sauter detrás. Tan pronto como salió del calabozo, Sauter tomó a Sul entre sus brazos cargándolo y corrió tan rápido como pudo. Jusan los vio con lástima cuando cruzaron la puerta. Pasó los pasillos bajo las miradas curiosas de algunos de los guardias hasta llegar a su habitación. Bilia estaba ahí acomodando sus trajes cuando entraron.

- ¡¿Qué estás haciendo, Sauter?! - Cuestionó mientras lo dejaba sobre la cama. Sul respiraba pesadamente pero no estaba consiente. Bilia se acercó hasta él para verlo de cerca y descubrir su piel quemada arder en carne viva. - ¡Este chico no para de meterse en problemas! Necesita levantarse, el rey estará enfermo y tiene que preparar el té.

Intentó moverlo de la cama pero Sauter le jaló del brazo alejándola de él. Bilia retrocedió al notar la mirada del príncipe, sin duda había heredado los ojos de su padre, aquellos que amenazaban con muerte.

- No te atrevas a moverlo de aquí. - Advirtió Sauter. Bilia lo miraba sorprendida, jamás se había parecido tanto al rey como en ese momento. Asintió. - Llama a cuantos sirvientes y médicos sean necesarios para atenderlo. No dejes que se vaya hasta que esté mejor.

- Sauter, te dije que debías alejarte de él, te traerá problemas-

- ¡Te he dado una orden! - Gritó Sauter dándole la espalda. Se aseguró el cinturón enfundando su espada y tomó de la mesilla otro cuchillo que guardó. - Obedece.

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